Avignon, julio de 2007. En una exposición temporaria consagrada al artista americano Cy Twombly*, una mujer camboyana de 30 años besa uno de sus cuadros. Es en la sala de Los diálogos de Platón que Rindy Sam imprime la forma de sus labios, pintados con rojo carmesí, sobre una tela blanca de 3 por 2 del tríptico Fedro.
Ella creía que el artista comprendería su “acto de amor”. Afirma que su beso posee una consistencia ontológica, ya que las obras de Twombly “dan consistencia ontológica a su ser”. Él se declara “horrorizado” y la demanda ante la justicia.
Estalla la polémica. De un lado, el mundo del arte condena de manera unánime el beso carmesí, como lo haría con cualquier otro acto de vandalismo contra una obra de arte. Del otro lado, los medios de comunicación, deslumbrados por el gesto de amor, apoyan masivamente a Rindy. ¿Qué produjo tal fascinación? ¿Por qué este beso fue bendecido por los medios?
Para excusar a su heroína, los medios hacen girar el disco ursocorriente[1]. A la significación del amor, agregan interpretaciones psicosociológicas. Inoculan sentido, contando la historia de la refugiada en Francia cuya familia fue exterminada por los americanos en los arrozales de Battambang: ¡no cabe duda, su beso simboliza un gesto de reconciliación de pueblos enemigos! Encandilados por el arma del crimen, un lápiz labial (en lugar del habitual cuchillo, martillo o chorro de ácido), fabrican la ficción de la mujer liberada que “asume su feminidad sin pedir permiso”. A la artillería pesada de apariencias, con la que buscan cubrir la ausencia de la relación sexual y la inexistencia de La mujer, se suman las numerosas manifestaciones de odio contra el arte contemporáneo.
Es justamente en su Seminario 20 sobre el amor que J. Lacan, orientado por lo real como lo imposible de escribir, opera en la experiencia analítica un pasaje de la escucha a la lectura. De manera radical, afirma que “en el discurso analítico, no se trata de otra cosa sino de lo que se lee”[2]. Años más tarde, realiza un segundo pasaje que transforma su concepción de la transferencia. En la lección del 10 de enero de 1978, pasa de la hipótesis del sujeto supuesto saber, fórmula de la transferencia no distinguible del amor, a la perspectiva del supuesto saber leer de otro modo, apuntando a la disolución de las ilusiones del inconsciente transferencial. Ambos pasajes exigen la participación de la escritura.
Lacan advierte que por considerar que las cosas son obvias, no se ve nada de lo que se tiene ante los ojos en lo tocante a lo escrito[3]. En efecto, algo queda cubierto por la polémica del beso carmesí: la tela blanca de Twombly. El “pintor de la escritura”, lo bautizó R. Barthes[4].
Para los medios, en esa tela blanca, antes del gesto de Rindy, no había nada. Por eso, celebran el triunfo del Uno imaginario del beso que completa la tela. Buscando defenderse de lo real, ignoran el vandalismo de la cópula del ser.
La tela blanca de Twombly no es virgen, ni tabula rasa. Crisis de la representación, ausencia de imagen figurativa, extenuación del sentido: la imposible representación del parlêtre. El blanco no cuenta historias. El efecto-Twombly no es retórico.
Ningún beso, por más ontológico que sea, podrá cubrir completamente el blanco de lo real “que no puede formarse del ser, esto es, la relación sexual”[5].
Un análisis lacaniano no triunfa sobre la debilidad mental, pero permite leer la insensata tela blanca con la que cada parlêtre tendrá la chance de dignificar un poco las cosas del amor.
Daniela Fernández (EOL)
* https://gagosian.com/exhibitions/2007/cy-twombly-blooming-a-scattering-of-blossoms-and-other-things/
[1] Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aun, Bs. As., Paidós, p. 44.
[2] Ibid., p. 38.
[3] Ibid., p. 45.
[4] Barthes, R.: Cy Twombly, Paris, Seuil, 2016, p. 52.
[5] Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun, op. cit., p. 62.