Hoy, la violencia ejercida contra las mujeres integra la llamada socialmente “violencia de género”. Específicamente, se emplea el término feminicidio para dar cuenta de la violencia que culmina en el asesinato de una mujer, en razón de su género: por odio, en rechazo a su autonomía o en ejercicio del poder dominante.
Desde el psicoanálisis, la violencia se entiende a partir de un punto inaugural, siendo este la violencia de lalengua que atraviesa el cuerpo y se constituye en el inicio donde dolor y amor se funden.
No en vano Freud señala que la pulsión de muerte es consustancial a la experiencia humana, implicando la existencia de un algo irreductible en el ser hablante, un límite ineludible, un resto de insatisfacción inevitable tanto en lo que atañe al propio cuerpo como en lo concerniente a la relación con el semejante. Vale decir, no hay saber disponible para afrontar lo traumático de la sexualidad, en tanto la palabra y su incidencia sobre el cuerpo es lo que imposibilita la complementariedad en las relaciones de pareja.
Abordar la violencia hacia la mujer exige plantear la noción de amor, más aún después de que Lacan ha redefinido su concepción del amor al articularla a la teoría del goce. Ya no se trata en el amor de dar lo que no se tiene, sino un amor que incluye un exceso de goce, “ellas, acomodaticias; hasta el punto de que no hay límites a las concesiones que cada una hace para un hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes” (1). Asimismo, Lacan plantea el concepto del odio-enamoramiento que devela una arista del amor, como aquel que favorece un cierto ajuste entre el goce y el deseo; sólo el amor restituye el lazo con el Otro; en palabras de Miller “en la medida en que permite establecer una conexión con el Otro, el amor es pensado a nivel de lo real de la pulsión” (2).
Añade Lacan que la mujer puede ser síntoma para un hombre, pero para una mujer un hombre puede ser algo peor, puede ser un estrago para ella, en la medida en que la demanda de amor dirigida al Otro sobrepasa el límite fálico y retorna como un exceso: “El estrago es la otra cara del amor (…) en el amor se da la anulación de todo tener (…) dar todo, es aquí donde está lo infinito” (3). Cuando lo ilimitado de las concesiones que puede hacer una mujer no encuentra el límite por la ausencia del signo de amor, acontece la devastación “por lo cual, en el amor, no es el sentido lo que cuenta, sino precisamente el signo (…)” y ahí radica todo el drama (4).
La violencia contra la mujer, el feminicidio, tiende a eliminar su deseo y su goce, ese goce que la hace otra incluso para ella misma. El odio hacia la pareja se dirige a ese goce femenino, enigmático, porque “lo femenino” resulta intolerable y en el feminicidio se trata de destruir lo irreductible a la lógica fálica; ello hace afirmar a Laurent que los hombres son estragos para el otro cuerpo; en el feminicidio los hombres pegan, matan, dañan el Otro cuerpo; los cuerpos “pueden ser tan solo síntomas, ellos mismos relativamente a otros cuerpos” (5).
María Elena Lora
NEL – La Paz
Referencias Bibliográficas
(1) Lacan J., Otros Escritos, Televisión. Paidós, Bs. As., 2012, p.566
(2) Miller J. A., El partenaire-síntoma. Paidós, Bs. As., 2008, p.157
(3) Miller J.A., El partenaire-síntoma. Paidós, Bs. As., 2008, p. 276
(4) Lacan J., Otros Escritos, Televisión. Paidós, Bs. As., 2012, p.567
(5) Laurent E., Hablar con el propio síntoma, hablar con el propio cuerpo, ENAPOL