Irene Kuperwajs
(Buenos Aires, EOL)
Empiezo por recordar que “la discordia entre el lenguaje y el goce, aun reducida, deja un resto irreductible por estructura”[1]. Su estofa es la ausencia de relación sexual y la no complementariedad entre los sexos.
Hijos del malentendido estructural e ineliminable, muchos solemos buscar el complemento en un partenaire con la ilusión de remediar ese agujero.
Consentimos al amor como suplencia de lo imposible de escribir, amor que paradójicamente nos recuerda el vacío que anida en cada ser hablante.
El análisis me brindó nuevas herramientas para tratar esta relación siempre sintomática, este imposible de soportar. Fue por la vía del amor de transferencia, con el analista como partenaire de goce y la discordia “en corps”, que me encontré con otro modo de amar.
En mi caso, los embrollos amorosos evidenciaban que no concebía mi vida sin un hombre al lado.
Lo no regulado me producía horror y el silencio del padre, amor.
El amor al padre se envolvía en un sueño de eternidad y en la idea de un amor absoluto y totalizante sostenido por la vía del fantasma. Esta era la vía de la repetición con los partenaires en la vida, la vía del Uno en el amor que sostenía la creencia en La mujer y en el padre.
“El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que deseo de ser Uno…”[2].
Cuando el fantasma es atravesado y cae ese amor al padre, cesa esa pasión por el falo. Esa modalidad en el amor es agujereada.
El encuentro en el análisis con S(Ⱥ), con el agujero en el saber, con lo imposible, posibilita la vía de la invención.
“Una mujer un poco sola acompañada por un hombre” fue la solución que encontré en el amor. El amor que mediatiza esos Unos solos es un amor que ya no enmascara lo real, podría decir que lo real lo atraviesa y lo hace más vivible.
Es un amor desligado del padre y de la repetición que lo comandaba, se juega en la dimensión de la separación. Está más separado del Ideal y ha cedido goce, consuena con otro modo de habitar lo femenino, ya no lo rechaza sino que consiente a lo hetero. En este sentido entiendo que es un “amor sin límites”[3], fuera de los límites de la ley del Nombre del Padre, puede ir más allá del Edipo y ligarse a la contingencia.
Una nueva partida entre amor y pulsión produjo un anudamiento diferente y un consentimiento al goce que hay, a eso que resta. Este movimiento se articuló a una elección más sinthomática de un nuevo partenaire en la vida que me hace abrir la boca para hablar y degustar las delicias que me cocina.
Hacerme hablar y dejarme amar son condimentos de un amor no-todo, abierto a la contingencia, que ya no se sostiene del “parloteo” sino que se sirve del “saber hacer allí”, de la singularidad del sinthome y de un decir amoroso que resuena en el cuerpo.
[1] Miller, J.-A., “El Ser y el Uno”, Clase del 2 de Marzo de 2011, inédito
[2] Lacan, J., El seminário, libro 20, Aun, Buenos Aires, Paidós, p.14.
[3] Lacan J., El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Bs. As. Paidós. 2008, p. 284