Cuando se trata de los enamorados, no hay suplencia que valga. Su amor es único, insustituible, y es duro como la piedra. Las palabras fluyen, los cuerpos se entrelazan, el lazo se hace un moño y el envoltorio es un regalo.

Ese amor que durará para siempre, sin embargo tiene historia, es tan viejo como el tiempo, y tan eterno, que cuesta rastrear sus orígenes. Con el tiempo, los amantes se separan, se desdicen, y ahora dicen que el amor es sustituible, que todo pasa… Entonces, se disponen a contarlo:

En los comienzos, el amor se grabó en la piedra y con esa marca quedó inscripta su primera huella. Con el tiempo, la mano y el cincel fueron sustituidos: se necesitó de la boca y de la voz para decirlo. Después, otra vez volvió a la mano, y con una herramienta nueva garabateó una letra que se escribió sobre un papiro y se transformó poema; el ojo hizo su parte, para poder leerlo e invocarlo. Enseguida se entrometió el intelecto, la razón quiso interrogarlo límpida, despojada de sus afectos, pero rápidamente las pasiones se involucraron y dejaron todo desordenado cuando al final de su exégesis se lo homenajeó en el ágape. Más tarde, el amor se ensombreció, entonces se lo adoró, se lo endiosó, y se volvió inefable. Después, renació en el arte, y en el medio de la oscuridad tenebrosa de su tiempo se volvió cortés adentro de un poema nuevo: lo declama, lo sublima, lo exagera, al tiempo que le da forma a una mujer idealizada. Más adelante, el amor se hizo novela, se comprimió en nuevas rimas y se lo coloreó de mil maneras, hasta darle forma al cuadro, hasta quedar aplastado adentro de todo tipo de cuadrados. De ahí en más, el amor busca independizarse, consagrarse con todos los medios a su alcance: te hace reír, llorar, emocionarte; te transporta en el cine, en la TV, te hace soñar en la canción popular, te acongoja en la letra de un tango amargo. El amor se vuelve star, se eterniza en rostros que trascienden su belleza a las inclemencias del paso del tiempo, y se multiplica en mil imágenes.

El amor toma otros atajos y abre nuevos surcos: se lo teoriza, se lo elucida, se lo logiciza, y da nacimiento a una experiencia inédita. El amor se vuelve causa, se dispone a mover los engranajes de otro tipo de maquinaria, una más oculta, más desconocida para aquel que ama. Se vuelve búsqueda de saber y en el camino encuentra sus disfraces: es narcisismo puro, lazo entre semejantes de una masa, peligro de sugestión, fuente de agresividad, desconocimiento flagrante. El amor resiste, se transfiere, acepta el trueque y se convierte en amor por la palabra. Pega muchas vueltas, tantas, que termina enrulado en torno a un hueco en cuyo centro deja una marca impresa que, como la primera, es también un trazo, una huella. Entonces, el moño se desata y el amor adquiere forma borromea.

El amor que era duro como la piedra, áspero como ella, que te daña cuando te  golpea, se suaviza, pasa de una palabra a otra y en su trayectoria encuentra un tope, su innombrable. En ese hueco de pura nada se escribe una marca, un trazo, que es también, como el originario, prueba de la existencia de lo humano. Entonces, el amor se ablanda y se hace banda. Y dura. Porque en el centro de su cinta moebiana anida la marca primera, la que se grabó en la piedra. Dicen los amantes que es por eso que el amor perdura.

Damasia Amadeo de Freda (Analista miembro, EOL)

Mayo de 2021