RÚBRICA 1

TRANSFERENCIA

Flory Kruger – EOL

Si Freud llegando a EE.UU., dijo: “no saben que le traemos la peste”, en la Argentina, esa peste prendió como una epidemia en el sentido de su extensión, pero como un beneficio en el sentido de sus efectos. Es por esta razón que el psicoanálisis se instaló, llegando a todos los niveles de la población, practicándose en hospitales, centros de salud, consultorios. También su enseñanza se difundió de manera exponencial, en universidades, posgrados, maestrías, grupos de estudio.

Cuando algo conmueve la vida de un ser humano, enfrentándolo a un sin sentido, ¿por qué consulta a un analista? Seguramente porque alguien de su familia se analiza, o alguien de su amistad, o porque el médico así se lo indica, pero fundamentalmente por la muestra de su efectividad. En mi experiencia, muchos pacientes llegan después de haber probado otras terapias sin obtener los resultados esperados. Si bien hoy existen terapéuticas diversas, la demanda al psicoanálisis sigue siendo importante y numerosa.

El encuentro con un analista no alcanza para que alguien inicie un análisis. Es aquí donde entra a jugar la transferencia, ya que es la condición de un análisis. ¿Cómo se instala la transferencia? Es por la respuesta del analista, es decir, por la interpretación, que la transferencia surge. Freud la descubrió por la vía del amor, pero siempre tuvo claro que avanzar por el camino del amor sería un engaño ya que, para él, el amor de transferencia es repetición de lazos libidinales infantiles pero, sobre todo, el amor es el recurso para obturar la emergencia de la pulsión.

Lacan al amor de transferencia lo llama efecto de transferencia y lo ubica en el eje imaginario. En este sentido es obstáculo a la emergencia del sujeto. Para Lacan la transferencia solo puede ser pensada a partir del sujeto a quien se le supone el saber, lo que se le supone es saber la significación. Al sujeto se le supone saber por el hecho de ser sujeto del deseo, pero lo que hace su aparición en primer lugar, a nivel de la cura, es el efecto de transferencia que es el amor. El efecto de transferencia se opone a la revelación. Por lo tanto, quedarse en la dimensión del amor, es desconocer el deseo. La posición del analista es ir en contra del amor de transferencia para permitir que la pulsión se despegue de ella. El analista debe lograr quitarle a la pulsión el maquillaje imaginario del amor. Mas adelante, Lacan dará otra definición de la transferencia, como la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente.

RÚBRICA 2

TIEMPO/TEMPORALIDAD

La entrada en la dimensión temporal de un análisis

Ram Mandil – EBP

Un análisis necesita tiempo. No solo un tiempo de duración, sino el factor tiempo, que Lacan supo extraer tanto de su dimensión cronológica como psicológica, para darle un estatuto lógico-epistémico y libidinal.

Comúnmente asociamos el comienzo de un análisis con el instante de ver. Pero también sería adecuado considerar la entrada en análisis como resultado de un momento de concluir, de una discontinuidad en relación con la forma en que el sujeto venía, hasta entonces, afrontando su malestar. Podemos decir que una demanda de análisis trae consigo la marca de la precipitación –más o menos evidente– lo que condujo a la búsqueda de un analista.

En este sentido, iniciar un análisis también se refiere a la entrada en una tensión temporal propia de la experiencia. Esta tensión debe ser entendida como la presencia de un campo de fuerzas que produce efectos tanto en la relación del analizante con el saber como en los modos de manifestación del amor transferencial, así como sobre las formas de satisfacción de los síntomas. Y sabemos que una sesión analítica es el lugar privilegiado donde se produce esta tensión temporal.

La tensión temporal de un análisis es también una tensión epistémica. Es una tensión que, ante un enigma o un estado de perplejidad, permite realizar el paso del tiempo de espera al de la precipitación, a través de su conversión en prisa, a veces en urgencia.

Conocemos el pasaje de Lacan en el “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11[1] en el que evoca el tiempo de la urgencia, más concretamente su referencia a “la urgencia que preside el análisis”. Hay aquí una indicación de la necesidad de reconocer una presión por la satisfacción que está en la raíz de toda demanda de análisis y que también participa en su conclusión. Es, por lo tanto, una satisfacción inseparable de la prisa. Vale la pena recordar que en su Seminario 2, Lacan se refiere a la prisa como una forma de “vínculo propio del ser humano con el tiempo, con el carro del tiempo, que está ahí, acosándolo por detrás”[2]. La prisa es incluso un factor intrínseco a la condición de ser hablante, ya que es precisamente en la prisa “se sitúa la palabra”, a diferencia del lenguaje “el cual dispone de todo el tiempo”.

Si decimos que la urgencia puede ser tratada introduciendo el tiempo para comprender, esto no nos autoriza a perder de vista la presión por la satisfacción que ahí permanece subyacente. Incluso el propio Lacan se pregunta: ¿es posible que un análisis satisfaga esta urgencia que, en mayor o menor grado, atraviesa la experiencia de principio a fin? Al respecto, él establece condiciones: que el analista no sólo pueda ponerse a la par de esta urgencia, sino que también procure hacerse par.

Para concluir: la referencia a una tensión temporal característica del análisis se contrapone al “sueño de la eternidad” que muchas veces se manifiesta en la búsqueda de soluciones inmunes al tiempo. Podemos decir que el fantasma es una versión de este sueño, como morada de un tiempo que no pasa. Y si hay algo que indica su vacilación es precisamente el encuentro, muchas veces inesperado, con el paso súbito del tiempo. Y es precisamente cuando el tiempo se desvía de los circuitos preestablecidos (cuando “time is out of joint”, dirá Hamlet)[3] que, de la espera a la urgencia, del instante a la conclusión, de la inercia a la precipitación, habrá chance para nuevos arreglos con la libido.

Traducción: Marlon Cortés

Revisión: Carolina Vignoli y Ana Ibáñez


[1] Lacan, J., (1976) “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 601.

[2] Lacan, J., (1954-1955) El Seminario, Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 432.

[3] “El tiempo está fuera de quicio”, dirá Hamlet. [N. de la T.]

RÚBRICA 3

PERSPECTIVA DEL SÍNTOMA

La precipitación del síntoma analítico y la suppositio

Alejandro Reinoso – NEL

La última enseñanza de Lacan se orienta con otra brújula,
la del síntoma que se inaugura con el enunciado existe lo Uno.

El síntoma entonces no es ya una pregunta sino una respuesta
de la existencia, del Uno que es el sujeto[1].

Jacques-Alain Miller

El síntoma analítico precipita en la entrada en análisis[2]. Pasa de un estado salvaje a una formalización anudada a la transferencia. El síntoma al inicio de las preliminares es una perturbación del orden universal, es algo que no funciona, mientras que el síntoma analítico supone la apertura a un desciframiento para el sujeto. En efecto, es un signo de puertas abiertas a la interpretación[3].

El registro interpretable emerge articulado a una creencia que atraviesa el síntoma mismo. Ahí la precipitación tiene una doble dimensión: que algo cae y se transforma en un cassus para el sujeto mismo; y, temporalmente se comienza a imponer la prisa de la entrada relacionada al deseo del Otro, ya no solo del alivio. Ambas son parte de la arquitectura de la demanda de análisis. En ese punto el analista ya queda incluido en el síntoma y el SsS se enciende.

En la última enseñanza el síntoma en tanto acontecimiento de cuerpo, no solo no tiene sentido, sino que presenta una opacidad, un límite en la vertiente interpretable, mientras que en la cara de la constatación[4] es posible operar a nivel de la captura del síntoma en tanto que es real. Es el Uno del goce el que se constata. El analista deja constancia.

¿Es posible pensar algo de la suposición de saber en la lógica del parlêtre y del inconsciente real? En el curso “El Uno solo” Miller señala que “el S2 del cual sería correlato [el S1] no es más que supuesto”[5]. Entonces, en la clínica del Uno, que no hace lazo ¿es posible pensar alguna suposición del lado del S1?

Dos años antes, en Sutilezas analíticas, Miller da una pista que permite declinar de otro modo la noción de “suposición” en clave del goce: “la expresión goce imposible de negativizar dice otra cosa. Apunta a lo que Lacan llamaba una suposición de la experiencia analítica[6]. Miller retoma la suppositio de la escolástica, esto es, “lo que ni que decir tiene”, aquello que está situado debajo “de lo que se dice”. Indica que hay una segunda suposición: “es la de la sustancia gozante, del cuerpo que se supone goza. Si no hubiera un cuerpo que supuestamente goza, no habría psicoanálisis; y es que no alcanza con el sujeto supuesto saber”[7]. Subrayo, a nivel del parlêtre, el SsS no alcanza.

Camino hacia el XI ENAPOL podremos interrogarnos sobre la suposición de goce del cuerpo, cómo se pone en juego en las preliminares y en la precipitación del síntoma analítico.


[1] Miller, J.-A., “El Uno solo”, clase del 4 de mayo de 2011 (inédito).

[2] Miller, J.-A., (2020) “C.S.T.”, La conversación clínica, UFORCA, Buenos Aires, Grama ediciones. pp. 21-26.

[3] Miller, J.-A., “El Uno solo”, op. cit., clase del 6 de abril de 2011.

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 249.

[7] Ibidem.

VARIACIONES

lacan

“Nos hallamos en la posición paradójica de ser los intermediarios del deseo, o sus parteros, quienes velan por su advenimiento”.

Lacan, J., (1958-1959) El seminario, libro 6, El deseo y su interpretación,
Buenos Aires, Paidós 2014, p. 537.

“Si vengo a análisis, es porque de mi modo de gozar extraigo una insatisfacción que me obliga a ello”.

Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas,
Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 145

proust

“[…] Con frecuencia, no se escucha nada cuando se trata de una música un poco complicada que se oye por primera vez. Y, sin embargo, más tarde, cuando tocaron ante mí una o dos veces esa sonata, descubrí que la conocía perfectamente. Así, no es erróneo decir que “se oye por la primera vez”. Si verdaderamente, como se ha creído, no sea escuchado nada, en la primera audición, la segunda, la tercera, son otras tantas primeras, y no habría motivo para que se entendiera algo más en la segunda. Probablemente lo que falla, la primera vez, no es la comprensión sino la memoria. Porque la nuestra, frente a la complejidad de las impresiones a las que debe enfrentarse cuando escuchamos, es ínfima, tan breve como la memoria de un hombre que, al dormir, piensa mil cosas que olvida enseguida, o de un hombre medio vuelto a la infancia, que no recuerda un minuto después lo que acaban  de decirle. De esas impresiones múltiples, la memoria no es capaz de proporcionarnos el recuerdo de inmediato”.

Proust, M., En busca del tiempo perdido. II A la sombra de las muchachas en flor, Buenos Aires, Losada, 2007, pp. 131-132

Imágenes: Grete Stern (1904/ 1999) fue una diseñadora y fotógrafa alemana nacionalizada argentina, alumna de la Escuela de la Bauhaus.