Sergio de Mattos, EBP
Miembro de la Comisión Científica
¿Qué es un comienzo? En general no sabemos lo que es. Los mitos intentan dar una respuesta. También la ciencia, a su manera. “En el principio era el Verbo”, narra nuestra tradición. Eso nos toca. Sea lo que sea, un comienzo implica un antes y un después, de donde surgen nuevas posibilidades. Un análisis es una máquina de crear lo nuevo. Además de eso, comenzar actúa en el presente sobre lo que concierne a la potencia del pasado[1]. ¿Bajo qué condiciones se produce eso nuevo en el análisis?
Comienzo en forma de palabra
Antes del encuentro con un analista, alguien se da cuenta de que necesita ayuda: “no consigo resolver esto solo”, “necesito hablar con alguien”, “necesito entender, mejorar…”. Lacan decía, a quien le pedía ayuda, que era necesario que hablasen. Solo así podrían hacer alguna cosa juntos. Era necesario un esfuerzo[2], para decirlo usando la expresión de Miller, “el acontecimiento de pensamiento”, y de esa manera, ver, cómo eso se articulaba con el acontecimiento de cuerpo. La cuestión será, por tanto: ¿Cómo el hecho de expresar lo que pasa en el pensamiento es capaz de producir otro decir diferente de aquel que se repite?
Se deduce que para instaurar la práctica psicoanalítica[3], es necesario hacer decir al sufrimiento, o sea, hacer que se articule al significante. Sufrimiento que tiene su lenguaje propio en cada sujeto, debido a la arbitrariedad de los significantes, que marcaron su vida: al nivel de la historia de cada uno, en la incidencia de ciertas frases, palabras dichas o silenciadas en su medio. Se puede añadir que el sufrimiento es dicho sin saber lo que dice; pero para aquel que habla y quiere ser escuchado, el sufrimiento quiere ser síntoma.
Provocado por el apólogo de Juan: “En el principio era el Verbo”[4], Lacan responde: “En el comienzo del análisis, en todo caso, eso es cierto”. Sin embargo, imprime un desvío crucial recordando la presencia de la carne como lugar de la encarnación de la palabra, haciendo converger, de ese modo, desde el inicio de la experiencia analítica, el drama originario del ser hablante: “Para el ser hablante, las cosas comienzan, el drama solo comienza cuando hay el Verbo y él entra en la jugada, cuando se encarna. Es cuando el Verbo se encarna que las cosas comienzan a ir muy mal…”.[5]
Al pedir ayuda al analista, ya habitamos un cuerpo que padece del significante, de un acontecimiento que perturbó su homeostasis, y que está en la raíz del fracaso en el arreglo con el cual hasta entonces el sujeto se defendía del goce. Así, podemos añadir que desde el principio está el goce.
Establecido esto ¿qué podemos extraer para el comienzo de nuestra práctica, de esa estructura engendrada por el impacto del lenguaje en el cuerpo?
Por qué hablar del comienzo
Saber cómo comenzar un análisis es establecer las condiciones que favorezcan un buen resultado. Para eso, es preciso, como dice Lacan[6] al hablar de su enseñanza, determinar cómo un analista puede sostenerse: “Estoy intentando determinar con qué se puede sostener un analista, qué aparato -si puedo decirlo así- implica el riguroso aparato mental de la función del analista”.
Sin embargo, hay una dificultad intrínseca a los analistas en sostenerse en un buen lugar. Por eso, siguiendo a Lacan, es esencial establecer a cuál pasamanos se debe agarrar para asegurarse de no desviarse de su función: “Porque, cuando se es analista, constantemente se siente la tentación de patinar, de dejarse deslizar escalera abajo sobre sus nalgas… Hay que saber ser riguroso porque se debe intervenir de forma sobria y de preferencia eficaz. Para que el análisis sea serio y eficaz, yo trato de dar sus condiciones”[7].
Esas condiciones fueron al comienzo formalizadas como un algoritmo de la transferencia[8], donde se pone en marcha el aparato significante, que hace hablar lo que el sufrimiento no sabe de sí mismo, funcionamiento que se equipara a un elemento libidinal: el agalma. A esa altura, Lacan dirá que en el principio está la transferencia.
Además del agalma, a lo largo de su enseñanza, la función del goce se destaca en el lazo analítico. Un superyó, propio de la experiencia analítica, se torna un aliado del cumplimiento de la regla fundamental: “diga toda la verdad”. Vale todavía resaltar, según Lacan, que, además de un aliado, tenemos en el goce a un partenaire importante: “Si no hubiese eso (el goce), ¡no veo por qué nosotros estaríamos en esto juntos! Si no hubiese el Verbo, que, hay que decirlo, da placer, se regocijan… todas esas personas que me buscan, ¿por qué regresarían si no fuera para que disfrutemos juntos con el Verbo?”[9].
Resulta que, desde el inicio, debemos estar atentos al surgimiento de algo que tiene un índice de esa dimensión libidinal, en el habla del analizante: una palabra cargada de afecto, una escena enigmática, una conexión nueva que causa satisfacción, una articulación donde se muestre un patrón repetitivo. Índices que pueden emerger de los primeros recuerdos infantiles, de narrativas de traumas, de momentos de ruptura en la vida cuando todo toma otro camino, de sueños que no se olvidan, de otros frecuentemente repetidos.
En forma de a
En la primera sesión, el analista me pregunta sobre lo que había producido de saber en el tratamiento anterior. Respondí que sabía cuál era el deseo de mi madre. Él intervino: “Si usted sabe cuál es el deseo de su madre, un análisis no puede hacer nada por usted”. Esa noche, tuve un sueño donde ella estaba muerta, haciéndome recordar, una escena traumática de mi infancia, hasta entonces, totalmente olvidada. Este recuerdo se tornó el vector de mi análisis hasta la construcción de mi fantasma fundamental. Ese primer encuentro con el analista -que hizo volar en pedazos mi respuesta sobre el deseo del Otro- produciendo el sueño y el recuerdo donde era posible leer mi identificación con el objeto de goce del Otro, ilustra el goce ya incluido, y expuesto ya en la primera sesión, desde que comencé a analizarme.
Nuestra práctica está ligada con desenmascarar la relación con el goce y puede sustentarse como leemos en el Seminario De un Otro al otro en tres expresiones, que dan forma al tratamiento: el goce como excluido y develado, el Otro como lugar en que eso se sabe, y el objeto a, que es el pivote de la historia. De ese modo, solo hay estructura en la experiencia analítica a condición de que se incluya el objeto– imponiendo a la estructura una orientación.
Retomo del título de esta intervención la palabra bonheur, felicidad/buena suerte, recordando que Lacan, en ese Seminario, afirma que no hay felicidad sino del objeto a; no del objeto irremediablemente perdido, sino el objeto a separado del fantasma que obturaba la falta.
La buena suerte de analizarse
¿Qué lugar da Lacan a la contingencia en su última enseñanza? Una importancia fundamental.
A tal punto que, para él, la clínica debería interrogar al análisis, pero también debería interrogar al psicoanalista, a fin de poder dar cuenta de lo que su práctica tiene de accidental[10].
Es en este sentido de dar cuenta de lo accidental que se concibe la contingencia lacaniana[11]. Esta implica que nos podamos servir de la casualidad a condición de restringirla a la contingencia. O sea, como analistas, solo nos interesa lo accidental, que se transforma en un hecho de discurso, en un decir que deja un trazo. Esto es, aquello de la casualidad que se deja interrogar por lo simbólico[12], que se deja de algún modo manipular por nuestras operaciones con el significante.
Destaco algunas formas de restricción que constituyen la contingencia lacaniana.
1) Solo nos interesan los accidentes que dejan sus trazos.
2) En términos lógicos, interesa lo accidental pensado como contingente al interior de los cambios realizados por Lacan en el funcionamiento del cuadro modal clásico. Cambio realizado para ajustarse a la estructura del ser hablante donde ciertas cosas nunca cesan de repetirse, otras nunca acontecen como esperábamos, y algunas contingentemente emergen dejando nuevos rastros.
La restricción en el campo de la casualidad se da también al situar la contingencia en el campo estratégico de la transferencia, como una modalidad lógica, que se opone a la repetición. La transferencia muestra lo nuevo en el camino del amor. Si bien comienza en un régimen movido por la necesidad, entendido esto como algo que se repite siempre del mismo modo, puede llegar a probarse como una imposibilidad. En otras palabras, hay un camino lógico en un análisis, que va de la contingencia a lo imposible y que, a la vez, abre de nuevo la vía para escribir lo que no estaba escrito, ahora de forma singular, como respuesta a un real.
El analista tiene ahí su papel: “Un partenaire que tiene la oportunidad de responder”, dice Lacan[13]: “Vuelvo a poner en juego la buena suerte, salvo que, en esta oportunidad, esta vez, viene de mí y soy yo el que debo proporcionarla”.
Situar la contingencia en la transferencia, enfatiza Miller, es sin duda la condición para que sepamos manejar esa ocasión, esa ocasión provocada. Hay en el acto del analista algo que puede provocar una ocasión y que él debe proporcionar como una buena suerte.
En la primera sesión de mi recorrido analítico presentada anteriormente, la intervención del analista sugiere esa ocasión provocada. Golpea al corazón de la transferencia, la pregunta sobre el deseo del Otro. Agujero que yo había taponado, identificándome con un objeto que se colocaba como respuesta. Escuchar que un análisis no podía hacer nada por mí hizo estallar mi saber constituido y la satisfacción allí encontrada, favoreciendo la contingencia, vaciando la respuesta que me acomodaba en la repetición, y provocando el sueño de la madre muerta, ocasionando la inscripción del recuerdo, que dejó su rastro conduciendo mi análisis por un largo tiempo.
Evidentemente, la contingencia no tiene siempre el mismo tono. Lo que provocó el final de mi experiencia analítica, al contrario de un “nada puede ser hecho por usted”, fue en una cierta circunstancia, en aquella que fue la última sesión, oír a mi analista decir: “Llámeme”. En el contexto en que eso ocurrió, la contingencia escribió una nueva relación con el Otro, en la cual podía, en un nuevo arreglo, gozar de la vida con alguien en lugar de armarme contra el Otro y mortificarme empantanado en el desierto del objeto nada.
No puedo quejarme de la suerte que fue para mí analizarme, desde el comienzo.
Traducción: Ana Ibáñez
Revisión: Carolina Vignoli, Marlon Cortés.
[1] Miller, J.-A., 1, 2, 3, 4, vol. 1, Buenos Aires, Paidós, 2021, p. 234.
[2] Lacan, J., (1975) Intervention à la suite de l’exposé d’André Albert: Sur le plaisir et la règle fondamentale. Lettres de l’École freudienne, nº 24, 1978, p. 22-24.
[3] Lacan, J., (1968-1969) Seminario, libro 16: De un Otro al otro. Rio de Janeiro: Zahar, 2008, pp. 67-68.
[4] Lacan, J., (1974) Conférence de presse du docteur Jacques Lacan au Centre culturel français, Rome. Parue dans les Lettres de l’École freudienne, 1975, n° 16, pp. 6-26.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Lacan, J. (1967). “Proposición de 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos. Rio de Janeiro, Zahar, 2003.
[9] Lacan, J., (1974) Conférence de presse du docteur Jacques Lacan…, Rome. op. cit., pp. 6-26.
[10] Lacan, J., (1977) Ouverture de la Section Clinique. Em: Ornicar? n° 9, pp 7-14.
[11] Miller, J.-A., 1, 2, 3, 4, tomo 1, op. cit., p. 227.
[12] Attié J., “Le hasard et la contingence”, La Lettre Mensuelle de l’ECF, n.°161, août 1977, p. 18.
[13] Miller, J.-A., 1, 2, 3, 4, tomo 1, op. cit., p. 227.