Oscar Zack, EOL

Miembro de la Comisión Científica

“Hablar es una necesidad, escuchar es un arte”.
Goethe

 

Voy a comenzar esta presentación haciendo referencia a lo que se podría considerar, forzando un poco la cuestión, como una demanda cuasi analítica de la que se tiene conocimiento en la historia, al menos para mí.

Voy al grano: en el Discurso del método[1], que lleva por subtítulo: Para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias, el autor, René Descartes, no solo relata que fue educado por jesuitas, sino que también nos hace saber que desde niño supo cultivar el estudio de las letras. Este prematuro interés por el saber le hacía suponer que así se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de lo que es útil en la vida, razón por la cual, tenía un extremado deseo de aprenderlas.

Pero resulta que, terminada su formación y cuando ya estaba en condiciones de ser alojado entre los doctos, cambió radicalmente de opinión al descubrir que se encontraba invadido de dudas e incertidumbres que le revelaban su desorientación. Esta revelación lo llevó a pensar en lo inacabado e insuficiente de la educación recibida por sus educadores para alcanzar su objetivo juvenil.

Es así que, cuando su edad se lo permitió, se alejó de la sujeción a estos y se encaminó a la búsqueda de un saber que pudiese hallar por sí mismo, lo cito: “Yo tenía un extremado deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en la vida. Es cierto que, mientras yo solo consideraba las costumbres de los demás hombres, encontraba poco de que asegurarme”[2].

Este enunciado describe cuando un sujeto, Descartes incluido, se encuentra en el instante de ver. Momento colmado de dudas e incertidumbres que indican el encuentro con la inconsistencia del Otro que suele preceder a la búsqueda de un análisis. El saber académico, nos enseña Descartes, suele ser insuficiente para orientarse en la vida, suele ser una brújula que señala un norte impreciso y, ¿por qué no?, equivocado para un sujeto

Consintiendo esta perspectiva se generan las condiciones de posibilidad para que la irrupción de la ignorancia se presente como una epifanía. Es la epifanía de la ignorancia.

¿De qué ignorancia hablamos? De la referida al saber inconsciente y a las condiciones de goce que dificultan o impiden el anhelo cartesiano de “caminar con seguridad en la vida”.

Dicho en otros términos, cuando la inadecuación entre la pregunta que el síntoma porta y la respuesta que el fantasma ofrece se hace presente, se genera cierto desencadenamiento que empuja a la búsqueda de un nuevo saber que vaya más allá del saber fantasmático, que en el caso invocado estaba articulado al saber erudito.

Un sujeto suele ser, parafraseando a Nietzsche, “un campo de batalla”.

Dicho esto, propongo un salto en el tiempo para establecer cierto vaso comunicante, quizás sea una osadía de mi parte, con el Seminario 24 de Lacan. En este, luego de proponer traducir une-bévue como el inconsciente, afirma que “un sueño constituye una metida de pata al igual que un acto fallido o una ocurrencia chistosa, salvo que en la ocurrencia chistosa nos reconocemos porque ella procede de lo que denominé lalengua[3].

Es decir que las formaciones del inconsciente, entre las que debemos incluir también al síntoma, ameritan ser consideradas como una metida de pata. ¿Por qué? Porque al emerger de lo inconsciente se generan las condiciones, análisis mediante, para la apertura de un nuevo saber que posibilite hacer uso del psicoanálisis que no hay que olvidar que es “una vía práctica para sentirse mejor”[4].

Meter la pata es un sintagma que, al designar a las formaciones del inconsciente, posibilita la apertura al trabajo analítico para acceder a un nuevo saber. Nuevo saber que funciona como guía para salir del laberinto de la neurosis, para salir de la trampa del goce.

El encuentro con un analista

El analizante, una vez atravesada la puerta que instituye la entrada en análisis, va a experimentar, a partir de su inserción en el dispositivo analítico, lo que significa ser partícipe de un espacio en el cual queda subvertido el diálogo convencional. Esta experiencia se percibe de manera más vivaz una vez concluidas las entrevistas llamadas, a posteriori de la entrada, preliminares.

“No hay entrada posible en análisis sin entrevistas preliminares”[5], recuerda Lacan ubicando así el punto de convergencia para todo comienzo de análisis. Ahora bien, una vez instalado el lazo analítico, si el analista no lo obstruye sino que lo propicia, se desencadena ese fenómeno que llamamos transferencia analítica.

¿Qué es lo que posibilita que tome forma ese nuevo amor?

La transferencia, hay que recordar, es transfenoménica a la experiencia analítica. ¿Por qué? Porque surge, entre otras cosas, a partir del efecto inédito que genera el uso particular de la palabra que hace el analista al alejarse del diálogo convencional y hacer un uso de la palabra que, como enseña Lacan, no está al alcance de todo el mundo.

El analista con su decir silencioso posibilita vectorizar el discurso del analizante que va de lo que se cree saber a lo no sabido. Lo novedoso y subversivo es encontrarse con una escucha “que pueda brindarnos justo la imagen de nuestro deseo”[6] y que genere así la posibilidad de arribar a un nuevo arreglo con el goce.

Esto es posible en la medida que el analizante pueda captar que “el inconsciente es que, en síntesis, hablamos ‒suponiendo que haya parlêtre‒ solos. Hablamos solos porque siempre decimos una sola y la misma cosa, salvo que nos abramos a dialogar con un psicoanalista. No hay forma de actuar de otro modo que recibiendo de un psicoanalista lo que perturbe nuestra propia defensa”[7].

Empero, no hay que olvidar que “la buena voluntad del analizante nunca encuentra nada peor que la resistencia del analista”[8].

A modo de conclusión

Invoco nuevamente a Descartes, nuestro ficticio analizante, que nos hace saber que encontró más verdad en los razonamientos hechos acerca de las cuestiones que importan a cada uno y cuyas consecuencias llegarán pronto si él se equivoca, que en los formulados por un hombre de letras en su gabinete que no producen ningún efecto ni le acarrean consecuencias. También nos ilustra, quizás a modo de síntesis, acerca de que “después de haber empleado varios años en estudiar el libro del mundo y en tratar de adquirir alguna experiencia, tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y emplear todas las fuerzas de mi espíritu en escoger los caminos que debía seguir”[9].

Más allá de la brújula cartesiana podemos sostener que comenzar a analizarse permite transitar el camino que va de la seguridad inconsistente del fantasma a la seguridad que se nutre del saber.

Comenzar a analizarse es una experiencia que, en la medida en que se va escribiendo la hystoria, se transita el camino que va a llevar al analizante, al exilio de su historia.

Concluyo evocando a Samuel Beckett: “Posiblemente no haya sino caminos equivocados. Sin embargo, hay que encontrar el camino equivocado que te conviene”[10].

1 de marzo de 2023


[1] Descartes, R., (1637) Discurso del método y otros tratados, Madrid, Biblioteca edaf de bolsillo, 1982.

[2] Ibid., p. 42.

[3] Lacan, J., “El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre”, clase del 16 de noviembre de 1976, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.º 29, Buenos Aires, Grama, 2021, p. 9.

[4] Ibid., p. 14.

[5] Lacan, J., Hablo a las paredes, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 49.

[6] Lacan, J., El seminario, libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1986, p. 216.

[7] Lacan, J., “El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre”, clase del 11 de enero de 1977, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.º 30, Buenos Aires, Grama, 2021, p. 14.

[8] Ibidem.

[9] Descartes, R., (1637) Discurso del método y otros tratados, op. cit., p. 43.

[10] Juliet, Ch., Encuentros con Samuel Beckett, Conversación del 14 de noviembre de 1975, España, Biblioteca de Ensayo, Siruela, 2006, p. 61.