RÚBRICA 1

TRANSFERENCIA

Del amar(re) transferencial

Felipe Maino – NELcf

¡Todas las amarras!, gritaba Vasco Moscoso de Aragão, en la notable novela Capitán de Ultramar, ante una tripulación descreída de su saber que, sin embargo, le exigía maniobrar para estabilizar el barco. Jorge Amado, formidable escritor de avatares transferenciales, construye allí un episodio no indiferente al analista practicante de esta época: demandas cargadas de zozobra, pero descreídas de un Otro que pudiese acompañar con su (supuesto) saber. Por su lado, Vasco Moscoso, ignorante de estrategias de dirección, ante esa masiva demanda responde sin excepción: ¡Todas las amarras!

¿Qué amarre conviene, en la práctica analítica, para que se pueda decir que allí se comienza desde un amar transferencial? Eso requiere, dice Lacan, un comienzo “de formación”[1]. Hay que darle forma. Como analistas –hoy más que en otros tiempos, en los que se subentendía que quien consultaba traía su síntoma como enigma a interrogar–, necesitamos saber de cuerdas, pues no será con su uso indiscriminado que se constituyan las condiciones de amor: Liebesbedingungen, especialmente considerando que, en la actualidad, prima un malestar por rigidez nodal, órdenes de hierro que forcluyen el amor, el buen amarre.

Importa tomar muy en serio las “condiciones de amor”, como lo hizo Freud[2]. Esto supone vectores precisos, flechas puntuales (no sirve allí tampoco sobrevectorizar: ¡Tiren todas las anclas!). Miller, en la clase “Génesis de la transferencia”, sugirió que la misma “«Proposición…» que funda el pase se establezca sobre una formalización de la transferencia, que es casi una nueva contribución a la Psychologie de la vie amoureuse”[3]; esta contribución informa la elección de objetos condicionada, también, por cierto número de rasgos: “aquí tenemos otra teoría del objeto de amor, que muestra que en su aspecto fundamental es cualquiera, que indica, más precisamente, cómo el rasgo en cuestión se forma a partir del dispositivo analítico mismo”[4].

Siguiendo el apólogo de Lacan, habrá que tirar los hilos significantes para que al paciente se le abra el apetito de “organizar su menú. […] pedir la traducción”[5] pues, señala, el menú está en chino. O alentar que quiera saber, desde el Otro, “¿qué deseo yo de todo esto?”[6] e incluso que el analista se plantee la importancia de que él –Vasco Moscoso no lo habría ni atisbado– “tenga tetas”[7].

Se trata, al fin y al cabo, de transferir la satisfacción autoerótica de la pulsión (¡y vaya que muchos llegan zozobrando en ese régimen pulsional!), “aquello que Freud había aislado como condiciones de amor”[8], indica Miquel Bassols, quién con espíritu de capitán de ultramar analítico, conocedor de nudos, enfatiza que: “La transferencia analítica, como motor pero también como obstáculo de su experiencia, es la tentativa de hacer un link, de hacer un lazo”[9] entre amor y goce.

Sea desde un significante cualquiera, de un supuesto interesarse o la maniobra que convenga, estimo favorable trasmitir, ya desde el comienzo, a quien nos consulta: Justa juntura te amarrará; esto si cierto ordenamiento de la juntura íntima del sentimiento de la vida nos importa como sesgo práctico para sentirse mejor. Y no naufragar.


[1] Lacan, J., (1960-1961) El seminario, libro 8, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 13.

[2] Freud, S., (1910) “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre”, Obras completas, vol. XI, Buenos Aires, Amorrortu, 1999, p. 159.

[3] Miller, J.-A., (1989-1990) El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 419.

[4] Ibidem.

[5] Lacan, J., (1964) El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 277.

[6] Ibidem.

[7] Ibíd., p. 278.

[8] Bassols, M., “La transferencia, entre el goce y el amor”, El Psicoanálisis, n° 32: “Lo que no se sabe de la transferencia”, Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano, Edición especial XI Congreso AMP, Barcelona, 2018, p. 87

[9] Ibíd., p. 91.

RÚBRICA 2

Tiempo / Temporalidad

Lógicas temporales

Irene Kuperwajs – EOL

Analizarse es una experiencia original y singular en la que “el factor tiempo no es eliminable”[1].

Empezar a analizarse implica una inmersión en esa experiencia de palabra que podrá conducir a una experiencia de la relación con el propio inconsciente vivido en sus tropiezos como “éxtimo”[2] a descifrar.

Es una experiencia de transferencia, de saber y de goce, en un tiempo no lineal sino lógico. Y es encontrarse con un tiempo libidinal, pulsional, que atraviesa tanto la vida como el análisis. Con el parlêtre Lacan trae al cuerpo e introduce un tiempo ligado a la densidad del objeto a que expresa la inercia del goce. “No podemos conformarnos en absoluto con un presente instantáneo”[3].

Hablarle a un analista del propio padecimiento implica constituirlo como un Otro al que se le demanda. Pero para empezar un análisis será necesario que se recorte un significante en la transferencia que interpele al sujeto y se consienta a que ese Otro devenga un SsS.

A la vez, el analista como Otro libidinal se posiciona como semblante del objeto a y se hace partenaire de saber y goce del analizante.

Empezar a analizarse implica que se produzca en esta experiencia un encuentro entre el inconsciente del analizante ligado a la sorpresa y al porvenir, y el acto del analista que cuando algo de lo real contingente asoma “capta la ocasión antes de su desaparición”[4] y con su medio decir interpretativo produce un corte con lo anterior.

La operación analítica apuesta a que “los efectos de sujeto que aparecen y desaparecen, al mismo tiempo [se depositen y] se acumulen bajo forma de saber”[5] bajo transferencia. Pero el tiempo de saber no tiene que ver con la duración, adquirirlo no es de un solo golpe, requiere elaboraciones, escansiones, cortes que permitan leer lo escrito en el cuerpo.

Empezar a analizarse es encontrarse con revelaciones y franqueamientos. Requiere de un analista “sorprendedor de lo real”[6] que conmocione de alguna manera “la rutina en la que se mantiene la realidad cotidiana del sujeto”[7]. Encuentro con lo real que abre la puerta a la rectificación subjetiva y a la formalización de un síntoma analítico.

Empezar a analizarse es encontrarse con que “hace falta tiempo”.

Para pasar del “acontecimiento del pensamiento”[8] en la asociación libre al bien decir, al decir como acontecimiento. Decir es otra cosa que hablar.

Para leer las marcas de goce en el parlêtre.

Para hacerse al ser y saber hacer con lo imposible de soportar y encontrarse con la pulsión que no cesará jamás de ser vivida después de atravesar el fantasma.

Para separarse de ese Otro inexistente.

Comenzar esta experiencia y constituir un Otro con estas características en esta época de los Unos solos y del ascenso al cenit del objeto a, no es poco. Implica una ética ligada al deseo del analista y al deseo del analizante.


[1] Conversación de Jacques-Alain Miller sobre el libro El nacimiento del Campo Freudiano, organizada por la EOL, realizada por Zoom, 10 de junio de 2023. [Miller, J.-A., El nacimiento del Campo Freudiano, Buenos Aires, Paidós, 2023].

[2] Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 114.

[3] Lacan, J., (1957-1958) El seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 17.

[4] Conversación de Jacques-Alain Miller…, op. cit.

[5] Miller, J.-A., (1999-2000) Los usos del lapso, Paidós, Buenos Aires, 2005. p.113,

[6] Miller, J.-A., (1996) “De la sorpresa al enigma”, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICdeBA/Paidós, 1999, p. 19.

[7] Miller, J.-A., “C.S.T.”, Clínica bajo transferencia, Buenos Aires, Manantial, 1985, p. 6.

[8] Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas, op. cit., p.112.

RÚBRICA 3

PERSPECTIVA DEL SÍNTOMA

La vía del saber en la entrada en análisis

Luiz Fernando Carrijo da Cunha – EBP

La formalización del síntoma en la entrada en análisis fue tratada por Lacan por el sesgo de la verdad, especialmente en el primer período de su enseñanza, en su recorrido por la obra de Freud. Sin embargo, la cuestión de la “verdad del síntoma” no se desvincula, en su estructura, de la “cuestión del saber”. Leemos en Lacan la siguiente indicación que da a la interpretación la doble vertiente de verdad y saber en juego en el síntoma: “La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen algo que bruscamente haga posible su traducción –precisamente lo que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento faltante”[1]. Deducimos de este pasaje que la interpretación alcanza una verdad a través del sesgo del saber. Es decir, el registro de lo simbólico está ahí con el código del Otro para permitir, en el enunciado, el desciframiento de una verdad del síntoma.

Sabemos, sin embargo, que nuestra época actual se caracteriza por una desvalorización de la verdad en detrimento de “saberes” que se multiplican, y producen, en el sujeto contemporáneo, un distanciamiento del saber inconsciente. El Capital y la Ciencia desempeñan un papel fundamental, ocupando el lugar que antes ocupaba la creencia en los semblantes. Por lo tanto, para el psicoanalista de Orientación Lacaniana, el desafío reside en poder situar al sujeto en su relación con la palabra en aquello que concierne al goce en su opacidad, pero también en lo que, del goce, produce sentido (jouis-sense). Es decir, la formalización del síntoma no va sin el goce que ahí está implicado. Ahora bien, si algo del goce está ligado al sentido de lo que se dice, se trata, del lado del psicoanalista, de ceñir el síntoma a partir del significante privilegiado, sin la pretensión de descifrarlo. Aislarlo sería la mejor expresión. He aquí algo en lo que el “corte” demuestra su función. El aislamiento del S1 no deja de remitirnos a lo “inesperado” de que una interpretación pueda tomar su lugar y, a nuestro juicio, la urgencia subjetiva puede ser el paradigma de este aislamiento en la medida en que, en este caso, no hay un S2 que acuda al sujeto en un sentido más. Por otro lado, la urgencia subjetiva se convierte, en muchos casos, en la condición previa para la formulación de una demanda de análisis y, en consecuencia, para la inauguración de un análisis. Por supuesto, un analista no producirá deliberadamente una “urgencia”, sino que ésta puede surgir del acto psicoanalítico mismo, siempre que la complejidad del síntoma se configure a partir del goce de la palabra.

Como ejemplo de ello, Lacan se refiere a Freud en el caso del Hombre de los Lobos[2] explorando la dificultad del sujeto para situarse en primera persona en su discurso en análisis. Dice Lacan:

[…] Freud se vio obligado a constatar que, en el caso del Hombre de los lobos, las sesiones se sucedían a lo largo de meses y años sin aportar nada, nada qué él asuma en primera persona como su verdad. […] Dado que el análisis no arranca, Freud decide hacer que intervenga un elemento de presión temporal, y entonces sí se pone en marcha (el análisis)[3].

Hacer intervenir algo inesperado y, en el caso del Hombre de los Lobos, introducir la urgencia temporal, produce un desplazamiento del discurso en el que el “goce del síntoma” hace su aparición permitiendo, de alguna manera, su lectura por el sujeto.

Traducción: Marlon Cortés.

Revisión: Carolina Vignoli.


[1] Lacan, J., (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, México, Siglo veintiuno, 2009, p. 82.

[2] Freud, S., (1918 [1914]) “De la historia de una neurosis infantil”, Obras completas, vol. XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.

[3] Lacan, J., “Sobre el hombre de los lobos”, En los confines del Seminario, Buenos Aires, Planeta, pp. 24-25.

VARIACIONES

Itinerario de la palabra a la imagen

Rosana Faría Arapé*

La conversación ha sido para mí una poderosa herramienta de transformación, una luz en el sendero del encuentro conmigo misma. No es sencillo entender este hallazgo ya que las ciencias exactas a las que estamos acostumbrados no son capaces de medir la evolución de un ser humano a partir de las palabras (¿o ahora sí?), pero son las palabras adecuadas, precisas, exactas, las herramientas de trabajo que han usado los psicoanalistas y otros profesionales de la psicoterapia para lograr giros sanadores en mi andar psíquico y emocional e identificar los nudos de goce mortífero que me han mantenido paralizada en diferentes momentos de mi vida. Mi primera experiencia fue a los 9 años. Vivía en un estado de ansiedad perenne desde que tenía uso de razón, pensando que mis padres morirían en un accidente o me dejarían olvidada en la playa. Un año asistiendo regularmente al consultorio de Milena Sardi permitió que yo durmiera tranquilamente toda la noche sin esperar a mis padres. Siempre de adulta me preguntaba cómo habría logrado la Dra. Sardi eliminar de mi cabeza semejante dolencia, porque soy incapaz de recordar que me haya hecho algo que me dejara marcada, pero fue gracias a mi amistad con Raquel Baloira, psicoanalista lacaniana que me acompañó afectiva y profesionalmente durante cinco años en mi trabajo como coordinadora en la Ludoteca de la Biblioteca Los Palos Grandes que descubrí cómo una terapia efectiva especialmente para los niños incluye el acto creador como un potente ejecutor de transformación del goce mortífero en arte. Milena me impulsaba a dibujar, y asumo que quedaba fascinada con los dibujos que yo hacía, ya que sé que mi pasión por esta manera de expresarme la desarrollé en mis primeros años de infancia al punto en que mis maestras de preescolar le pidieron a mi madre que no hiciera los dibujos en las tareas que se me asignaban para la casa. Esa niña sufriente que yo era comenzó en ese momento a comprender el poder que tenía el dibujo en la forma de influir o percibir su realidad, y a pesar de los típicos autosabotajes que se imponen a la hora de escoger una carrera para aprender un modo de ganarse la vida que me llevaron a decisiones equivocadas, finalmente tomé la valiente opción de abandonar la universidad Simón Bolívar para entrar en la escuela Neumann de diseño gráfico y ser feliz durante cuatro años trasnochándome para terminar entregas en compañía de la gente maravillosa con la que estudié y con quienes sigo en contacto. Finalmente puedo decir que mi oficio de ilustradora de libros infantiles me ha llevado a lugares maravillosos, a vivir experiencias increíbles, a sostenerme haciendo lo que me apasiona, no solo ilustrando sino sirviendo desde diferentes aspectos relativos al libro para niños, como la promoción de lectura, la formación de maestros mediadores, la enseñanza de la ilustración como profesión y del dibujo como terapia sanadora, y así vivo agradecida por ser quien soy, nunca exenta de agobios y miedos ante la incertidumbre, pero bordeando (y bordando) ese agujero con los trazos de mi existencia.

* Rosana Faría Arapé nació en Venezuela en 1963. Estudió diseño en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann y se dedica al diseño gráfico e ilustración. Con sus ilustraciones para Niña Bonita recibió una mención de honor en el Concurso NOMA de ilustración promovido por Asia-Pacific Cultural Centre de la UNESCO.

miller

“[…] ‘Vista desde la salida, ¿qué es la entrada en análisis?’ No decimos habitualmente que se sale del análisis, mientras que decimos fácilmente que se entra en él; ¿será que no se está muy seguro de salir nunca de él una vez que se ha entrado?”.

Miller, J.-A., (1989) “Visto desde la salida”, Cómo terminan los análisis. Paradojas del pase, Buenos Aires, Grama ediciones, 2022, p. 83.

Dibujos de tapa e interiores del boletín de Yamila Meli. Agradecemos su autorización para utilizar sus dibujos: @rojopuntoinfinito