RÚBRICA 1

TRANSFERENCIA

Transferencia. Prescindir del Otro

Marita Hamann – NELcf

 

Transferencia e interpretación son los conceptos que más varían en la última enseñanza de Lacan. Efectivamente, el psicoanálisis cambia, como la época lo hace; de manera que, para este, como para tantos otros temas del psicoanálisis, conviene tener presente a Lacan en bloque.

¿En qué posición escucha el analista?, se pregunta Rabanel1. En el tiempo del Otro de

la verdad y del deseo, se privilegia la semántica y la historia, la escansión y la puntuación. En el tiempo del Otro como saber, el acento recae sobre la lógica del significante y, a partir del Seminario 11, principalmente, en la presencia del analista como objeto a, “lo que no es lo mismo que hablar al Otro”2. Aquí, es el deseo del analista el que se juega en el corte y el acto, apuntando a la pulsión, una rectificación del goce que permita “vivir la pulsión”, como sugiere Lacan –de una manera algo enigmática– al final de este seminario.

En la última enseñanza de Lacan, se trata de la presencia del analista como Un-cuerpo ya que, al contrario del sujeto del inconsciente, el ser que habla tiene un cuerpo. No es que el cuerpo hable sino que se habla con el cuerpo3. Y la noción mayor que nos orienta es el modo en que cada cual consigue arreglárselas con el goce, el sinthome.

El punto de viraje se sitúa4, nos recuerda S. Suoto, en el hecho de que la noción misma de inconsciente varía si se considera que se trata del discurso del Otro o de la satisfacción del Uno solo, que no quiere decir nada a nadie, lo que plantea un impasse respecto de la transferencia como suposición de saber.

A fin de cuentas, el objeto a, falso real, no es sino un semblante que permite operar con el goce pero que no lo alcanza sino como tapón o como falta. Más allá, se trata de la existencia de un goce no negativizable, incurable, cuyo sentido real, relativo al acontecimiento de cuerpo, traumático, habrá de ser nombrado y manipulado mediante una invención singular, de naturaleza óntica y ética y de índole pragmática, que posibilite un uso lógico del sintho-me.

Frente a sujetos cuya habla discurre entre lo Uno que existe, el goce y el Otro que no existe, la presencia del analista hace patente el fracaso en la satisfacción5, el hecho de que no hay autoerotismo perfecto y, paradójicamente, por esta razón “es pasible de dar cuerpo al inconsciente real”6. Así, su presencia hace existir “aquello que del goce del Uno no llega al goce esperado. […] El fracaso del inconsciente es, por tanto, lo que da alas al amor… trans- portándolo fuera de su esfera solipsista”7.

Ante los Unos solos el analista “no está en la posición del sujeto supuesto saber, está en el lugar del que sigue […]. Es aquel que hace verdad el escollo”8, en una experiencia que da lugar a una nueva versión de la transferencia positiva9, para forjar un “saber hacer” con un compañero de ruta que soporta el agujero.


1 Rabanel, J.-R. (ECF), “Présence de l’analyste”. Recuperado de: https://journees.causefreudienne. org/presence-de-lanalyste-2/. La traducción es nuestra.

2 Ibid.

3 Ibid.

4 Souto, S. (EBP), “Como conceber a transferencia na clínica do Um que dialoga sozinho?”. Recuperado de: https://www.ebpbahia.com.br/jornadas/2019/2019/06/21/como-conceber-a-transferen- cia-na-clinica-do-um-que-dialoga-sozinho/

5 Ibid. La traducción es nuestra.

6 Ibid.

7 Ibid.

8 Laurent, E., “Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia”, Virtualia #36, Revista digital de la EOL, marzo 2019, Año XVIII.

9 Ibid.

RÚBRICA 2

Tiempo / Temporalidad

¡El asco! –entre los cuerpos y el discurso analítico–

Ernesto Sinatra – EOL

Entre 1971 y 1972 Jacques Lacan desdobla su enseñanza entre “El saber del analista” y …o peor. En ambos escenarios se refirió a las entrevistas preliminares.

En Saint-Anne[1] Lacan señaló su modo necesario, es decir su actualidad: “Todos saben, aunque muchos lo ignoren, de la insistencia que pongo en las entrevistas preliminares al análisis, ante aquellos que me piden consejo”. Eso tiene una función para el analista, por supuesto, esencial. “No hay entrada posible en el análisis sin entrevistas preliminares”[2].

Cuatro meses después, desde su seminario vuelve sobre las entrevistas preliminares, ahora para destacar en ellas la importancia de la confrontación de cuerpos; lo hace a partir de una especie de Fort-Da: en las entrevistas preliminares para incluirlos; en la entrada en análisis para retirarlos:

Cuando alguien viene a verme a mi consultorio por primera vez, y yo escando nuestra entrada en el asunto en algunas entrevistas preliminares, lo importante es la confrontación de cuerpos. Justamente por partir de ese encuentro de los cuerpos, estos quedarán fuera de juego una vez que entremos en el discurso analítico. No obstante, en el nivel donde funciona el discurso que no es el discurso analítico, se plantea la cuestión de cómo logró ese discurso atrapar cuerpos[3].

Y luego de situar la consideración de los cuerpos a partir de la entrada en el discurso analítico, Lacan introducirá lo que se halla entre ambos: los afectos.

[…] Entre el cuerpo y el discurso está aquello con lo cual los analistas se regodean llamándolo, pretenciosamente, los afectos. Es muy evidente que ustedes son afectados en un análisis […].

Seamos claros. Cuando de golpe algo llega a repugnarles porque no saben muy bien si no son acaso un poco responsables del mal giro que ha tomado un análisis, si no hubiese deontología, si no hubiese jurisprudencia [categorías introducidas previamente en el nivel del discurso del amo], ¿dónde estaría ese asco, como se dice? Habría que intentar de vez en cuando decir un poco la verdad[4].

Si entre cuerpo y discurso están los afectos con los que los analistas se regodean, decir un poco la verdad, implica aquí reconocer la responsabilidad del mal giro que ha tomado un análisis a partir del asco o la repugnancia contratransferencial. Recordemos que en “La dirección de la cura…”[5] Lacan se refiere a la contratransferencia como una mala palabra cuando es aplicada por la infatuación del analista como la certeza que le ofrecerían sus afectos para saber-interpretar a su paciente –y no en tanto una marca de lo que no marcha, por ejemplo, en la conducción de los análisis que conduce–.

¿Pero no se trataría, entonces de que esos afectos –viscerales– constituyen la marca de un rechazo al discurso analítico, rechazo producido en el cuerpo mismo del analista…?

Si así lo fuera, este modo de ser afectados por los afectos es lo que toma relevancia en la época actual, en la que la confrontación de cuerpos de las nuevas presentaciones sintomáticas, llegan –en no pocas ocasiones– a ser perturbadoras, especialmente a partir de los juicios previos –es decir: los prejuicios– que resuenan en el cuerpo de los analistas.

Tal vez así podemos leer la indicación de Lacan: el asco que designa el mal giro de un análisis es el lapsus del acto analítico encarnado ahora en el cuerpo del analista –cuerpo que requería ser desalojado al finalizar las entrevistas preliminares, como condición de una entrada en el discurso analítico–. Sería como decir que el cuerpo –no el del “paciente”, sino el del analista– está afectado, es decir aquí: interpretado por un afecto disruptivo.

Desde esta perspectiva, tal vez más que nunca, el umbral de las entrevistas preliminares surge hoy como un lugar privilegiado donde se cultiven nuestros prejuicios –a partir de las multiformes envolturas formales que presentan los síntomas– en la época en la que al padre pulverizado responden goces pluralizados.


[1] Lugar de sus “charlas”, como Lacan denominó sus clases sobre “El saber del analista”, las que tomaron forma escrita en Hablo a las paredes.

[2] Lacan, J., (1971) “De la incomprensión y otros temas”, Hablo a las paredes, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 49.

[3] Lacan, J., (1971-1972) El seminario, libro 19, o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 224.

[4] Ibidem.

[5] Lacan, J., (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 559.

RÚBRICA 3

PERSPECTIVA DEL SÍNTOMA

Entradas y salida

Ana Lucia Lutterbach – EBP

Un ejemplo de comienzo que, como todo comienzo, es absolutamente singular:

… estoy buscando, estoy buscando. Estoy intentando comprender. Intentando dar a alguien lo que viví y no sé a quién, no me quiero quedar con lo que viví[1].

Aquí, Clarice Lispector, en La pasión según G.H., comienza buscando decir para no quedar solo con lo vivido. Los análisis, como los libros, comienzan en cualquier lugar, pero será siempre un comienzo único, siempre intentar decir lo que hasta entonces no había encontrado lugar, ni palabras para ser dicho. Se encuentra primero un lugar al encontrar un analista y allí seguir hallando palabras. A veces comienza con quejas desorientadas, a veces con un acontecimiento que conmocionó lo “de siempre”, otras veces comienza en el silencio, “en la nada”.

El inicio es así, con muchas historias o sin ninguna. Con angustia y desesperación, con un paso muy fuerte o con una conversación trivial de quien no sabe qué decir. O entonces callado. Es el analista que comienza la lectura del exceso de palabras o de la falta de ellas y, de esa confusión inicial, se extrae un significante que transfigura el sin sentido o el mucho sentido en un síntoma que sirve al analizante para, inicialmente, localizar un punto de goce que dice algo. De ahí, se da la partida para la aventura de un análisis, para la experiencia del inconsciente.

Hasta el siglo pasado, las narrativas iníciales eran regidas principalmente por el esfuerzo de un relato organizado en los moldes de una confesión o de un romance, casi siempre familiar –generalmente pequeñas historias sobre papá y mamá–, y correspondía al analista la lectura y el manejo atento al surgimiento de formaciones del inconsciente, al material que proporcionara indicios para la construcción de la fantasía o para la apertura del campo real. Eran sesiones largas, varias veces por semana. Freud recibía sus analizantes diariamente y se preocupaba con el domingo sin sesión, que podía cerrar la apertura instalada: “Solíamos hablar en broma del «hielo del lunes» cuando recomenzábamos tras el descanso dominical”[2]. Los tratamientos generalmente eran cortos, duraban algunas semanas o meses, pero al mismo tiempo eran infinitos. Esto es, eran cortos, pero no tenían fin, ya que los analizantes debían volver con frecuencia.

Lacan, a partir de su práctica, propone otra relación con el tiempo, tanto de las sesiones como del tratamiento. El análisis tiene un fin: el pase testimonia la experiencia del inconsciente y la lógica de un final de análisis. En esta perspectiva, el inicio y el tiempo de un análisis sufren un cambio que puede ser resumido así: en el comienzo, el síntoma y, en el fin, el sinthome, o sea, invenciones con aquello que resta del goce, de tal forma que este sea incluido en la vida, no como estorbo, sino como solución.

Traducción: Rocío Tejo.

Revisión: Silvina Molina.


[1] Lispector, C., (1964) La pasión según G.H., Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2010, p. 19.

[2] Freud, S., (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento”, Obras completas, vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, p. 129.

La cuarta vía de investigación propuesta en el argumento del XI ENAPOL1 es una invitación a los practicantes a mantener viva la posición analizante de quienes encarnan el discurso psicoanalítico.

La orientación es la relación que cada practicante sostiene con el psicoanálisis mismo, con sus dilemas políticos, impasses de formación, encrucijadas éticas o desafíos con la clínica contemporánea. Es con estos ejes que hemos convocado a un colega de cada Escuela para que pueda desplegar desde su posición de analista, pero también atravesado por la posición de analizante, alguna de estas aristas.

En esta oportunidad tenemos una conversación con Raquel Cors Ulloa de la NELcf.

1 Véase: https://enapol.com/xi/argumento-y-ejes/

Hay comienzos, en plural

Entrevista a Raquel Cors Ulloa – NELcf

Edna Gómez: Los comienzos muchas veces tienen algo de azar, de sorpresa, de contingencia, ¿qué podrías decir Raquel de cómo participa lo contingente en el empezar a analizarse?

Raquel Cors Ulloa: Empezar a analizarse no es algo que ocurre una sola vez y para siempre. Hay comienzos en plural. Comienzos que no solo dependen de la intención, curiosidad o entusiasmo para llamar a un analista. Hay comienzos que en tiempos difíciles, de urgencia, de aburrimiento, de vacilación o de angustia, precipitan el momento de ir con un analista. Hay analizantes que luego de un largo trayecto de análisis, recomienzan su análisis con otro analista. Hay comienzos que, como enseña el análisis de cada uno, empiezan al momento de emprender un inédito viaje, deseando que durante esta azarosa experiencia, el camino sea una aventura, como evoca el poema de Kavafis cuando dice que: “muchas sean las mañanas de verano en que llegues –¡con qué placer y alegría!– a puertos nunca vistos antes”[1]. Así es la contingencia, cuando algo del acontecimiento imprevisto sale del circuito de lo que ya se sabe, como ocurre cuando el camino ya no es una línea recta, quizás entonces, algo nuevo puede comenzar.

Empezar a analizarse es cuestión de tiempo, sí, pero no el lapso de tiempo que marca el reloj desde el inicio. La duración del tiempo del comienzo, en términos analíticos, es una experiencia que para cada sujeto está determinada por su amor al inconsciente, un inconsciente que precisamente ¡no conoce el tiempo!

Así, como la dimensión inconsciente sorprende, así también el amor de transferencia –que no está en la persona del analista– es una fortuna que podría comenzar cuando se consiente a lo real, que no es solo lo imposible, sino lo contingente. Es por esto que desde el singular momento de cada comienzo está la transferencia donde yace el objeto de amor; sin este amor no sabríamos cómo terminan los análisis pero tampoco cómo nacen, cómo comienzan, ¡cómo renacen!

Lo cierto es que cuando abrimos las puertas a las contingencias no lo hacemos para responder a las demandas de amor ¡con más amor! Es algo que las enseñanzas del pase transmiten sobre la desestimación de cualquier tentación de identificación con el sujeto supuesto saber. Por fortuna, hay contingencias que producen la ocasión de trabajar sobre los puntos cruciales que conciernen al porvenir del psicoanálisis; veremos qué efectos de enseñanza devienen sobre esto durante el próximo ENAPOL.

Giselle Cardozo: En relación con las mutaciones de goce y el deseo del analizante
puesto al servicio de la Escuela por la vía del trabajo, ¿podrías comentar algo sobre el empezar a analizarse enlazados a ella?

Raquel Cors Ulloa: Tu pregunta me abre un mar de preguntas que no me atrevo a responder por otros, no más de lo que cada colega –no la persona– en su posición analizante en la vida de la Escuela, responde y se enlaza.

Enlazarse a la Escuela, al discurso que la habita, es una inmersión tan singular que dependerá del ¡rasgón! de cada uno. Como señala Miller en la primera clase de su curso del año 2000-2001: “el lugar y el lazo analítico, dependen del lazo del analista con el psicoanálisis”[2]. El concepto de Escuela[3], tan distinto a una sociedad analítica –constituida por psicoanalistas que se reconocen los unos a los otros–, requiere de nuestros lazos en análisis; es decir del consentimiento analizante a lo inesperado. No hay que olvidar que lo que inventó Lacan es: “una comunidad de trabajo, no de reconocimiento”[4]. Cuando la transferencia de trabajo ¡enlaza! entonces se lee cómo los goces mutan y los actos no solo son acciones, sino consecuencias.

Los acontecimientos imprevistos no ocurren todo el tiempo, por eso es necesario que algo del automaton esté instalado en las bases de la Escuela, para verificar la regularidad en los tiempos de cada respuesta y su flexibilidad operativa en los modos de lazo.

Hay puertas que abren a nuevos modos de soportar las diferencias, inherentes a las contingencias. Esta entrevista, que agradezco, me abrió la ocasión de una nueva pregunta: ¿qué es lo que se enlaza entre la institución y las destituciones subjetivas? Como les decía al inicio, no me compete responder por otros; eso se lee en cada deseo analizante, en su singular modo de lazo con lo heterogéneo de la vida de Escuela, no sin lo constitutivo de la interpretación y la vital transferencia de trabajo.


[1] Kavafis, C., Ítaca. Disponible en: https://sergiobarce.blog/2016/08/17/itaca-un-poema-de-konstantino-kavafis/

[2] Miller, J.-A., (2000-2001) “La tentación del psicoanalista”, El lugar y el lazo, Buenos Aires, Paidós, 2013, pp. 15-17

[3] Miller, J.-A., “El concepto de Escuela”, El nacimiento del Campo Freudiano, Buenos Aires, Paidós, 2023, p. 226

[4] Miller, J.-A., “El triunfo de Jacques Lacan”, Introducción a la Clínica Lacaniana, 2007, Barcelona, ELP, p. 241.

VARIACIONES

Raúl Villegas Román*

Breve recuento de algunos cambios

* Actor mexicano, licenciado en Literatura dramática y Teatro por la UNAM. Trabajó como actor durante quince años ininterrumpidos en diversos montajes. De sus trabajos se destacan: Lo que queda de nosotros, Macbeth, La ceguera no es un trampolín, Medea, Del conejo a la tierra, Der Wilde. En televisión participó en distintos proyectos: Crónica de castas, La querida del centauro 2, Rosario Tijeras 2, Narcos México, Todo va a estar bien, VGLY dirigida por Sebastián Sariñana. Realizó varios cortos y largometrajes entre los que destacan: Victoria, Índigo, Plan sexenal, Bayoneta, En el silencio encontré mi voz, Una película de policías, 50 o dos ballenas se encuentran en la playa, Mexzombies.

Participó en diversos festivales nacionales e internacionales en Barcelona, Xalapa Veracruz, Belgrado Serbia, México, Nuevo León, Querétaro, Brasil, León Guanajuato, Guadalajara Jalisco, Aguascalientes, Tenerife España. En 2021 formó parte de la programación regular de la Schauspiel Köln en Alemania.

En 2017 fue propuesto por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM para recibir el premio a la Creación Artística mientras era docente de dicha institución impartiendo las materias de Actuación 1 y 2 en el Colegio de Literatura dramática y Teatro.

Reviso este texto de noche. Casi listo para dormir. Combato al sueño porque, de un tiempo acá, cada vez me quedo dormido al terminar las actividades del día con mayor facilidad y de manera más contundente. Llevo varios días pensando en la propuesta de escribir este texto dando vueltas a ¿qué es lo que me ha significado el proceso de análisis? Pero no tanto como para atraer al insomnio.

Sin duda, analizarme ha despertado varias diferencias en la manera en la que transito la vida pero, con el correr de los días la constante en mis pensamientos es la negación a creer que dichas diferencias son descubrimientos independientes que corren de manera paralela sin cruzarse y entreverarse entre sí.

Mientras escribo estas letras he identificado, satisfecho, que el cambio de angulación desde el que observo mi existencia a partir de analizarme deposita su funcionamiento en una idea: la de la libertad que me otorga ser capaz de diseñar y construir mi entorno. Y eso me da paz. Y me deja dormir.

El reconocimiento de mí mismo, como sujeto dotado de un arsenal de herramientas para dicha construcción, me ha permitido dejar de percibirlas como método de camuflaje. Comienzo a entender que mientras transito por la vida no llevo una maleta cargada de máscaras para engañar al mundo sobre quién soy y salir bien librado de alguna situación adversa. Todo lo contrario. Al tránsito mismo le son inherentes la construcción y desarrollo de instrumentos que me he ido echando al hombro y que he aprendido a emplear para habitar la realidad y encontrar mi lugar en el mundo. Digo la realidad como quien dice ese espacio que se construye independiente de mí y digo un lugar en el mundo como quien deposita su peso sobre sus dos pies, los planta sobre la tierra y se adueña de la posibilidad de permanecer firme y flexible al mismo tiempo ante los elementos que fluyen a su alrededor.

El nodo de los cambios que han derivado del proceso de análisis es, entonces, la libertad. La libertad que ha resultado de poder ejercer mis deseos sabiendo que tendrán consecuencias y responsabilizándome de ellas. La libertad resultante de sumergirme en los procesos creativos detonados por el cumplimiento de mis deseos sin someterlos a juicios que, regularmente, devenían en el desarrollo de miedos y autocensura. La libertad necesaria para detener, a partir de la comprensión y la concesión de importancia a mis necesidades, la tendencia a modificarme al servicio de lo externo –siendo lo externo, la otredad–; y establezco entonces la expresión y enunciación de mi deseo. Demando, alejándome del tiento exacerbado sobre las reacciones de lo externo. Demando –¡qué bien se siente escribir esta palabra sin culpa!–. La libertad generada a partir de la capacidad de discernir qué parte de mi entorno me toca a mí construir, diseñar y modificar, y dejar que, la parte que le toca al exterior, no me mortifique. He aprendido a valorar lo que no me atañe y a generar placer de lo que no está en mis manos. He aprendido a valorar que cada vez menos cosas me quiten el sueño. Y ahora, sin más, termino estas letras y me voy a la cama.

Julio 2023

Fotos de tapa e interiores Paula Husni. Imagen René Magritte.