RÚBRICA 1
TRANSFERENCIA
La entrada del amor
María Josefina Sota Fuentes – EBP
Al analizar la transferencia, Lacan estableció una división de aguas en la historia del psicoanálisis. Devolvió al amor su dignidad y con él construyó las bases de la operación analítica. Por un lado, consolidó una doctrina inédita de la transferencia, diferenciando sus versiones imaginaria, simbólica y real. Por otro, colocó más que nunca al analista en el banquillo.
Con su acto, el analista incita el anudamiento del amor al saber, instaurando el inconsciente; sin el cual, la transferencia podría ser pura obscenidad y un palabrerío sin fin. De hecho, la entrada del amor en la escena analítica fue un acontecimiento imprevisto que produjo muchos embarazos. Tomó a Freud por sorpresa. Breuer, como tantos otros, pasó al acto y sacó su cuerpo de la escena. En el comienzo, las pasiones que aparecieron bajo transferencia fueron muchas veces provocadas por las respuestas de los analistas que allí se perdieron al explorar un camino. Pero hasta hoy se práctica la técnica, considerada disparatada por Freud, de avivar el amor de transferencia y prometer un final feliz en la supuesta confluencia de la pulsión con el amor genital.
Al introducir el fundamento simbólico de la transferencia, Lacan retiró al psicoanálisis del eje imaginario y de la vocación narcisista del amor al semejante, hacia el que tienden las psicoterapias y las técnicas de la IPA. Basadas en la comprensión y en la empatía, pierden al sujeto por los laberintos de las identificaciones imaginarias.
Lacan inventó una fórmula clínicamente precisa de la “demanda de amor”[1], indicando que su origen está relacionado con la respuesta del Otro, con su palabra, cuando nace el hambre del amor, la demanda a través de la cual las necesidades son sometidas a los desfiladeros del Otro. Allí, se anhela un objeto que no está en el mundo, pero sí en el corazón de aquel que habla: la nada, el don, que se entrega en el amor. Muchas veces discreta y silenciosa, la demanda amorosa está siempre presente en el tratamiento: “Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podido vivir sino por eso, y nosotros tomamos el relevo.”[2], dice Lacan.
Sin embargo, si la demanda, el primer resorte simbólico de la transferencia indicado por Lacan, está presente desde el inicio del tratamiento, el surgimiento del sujeto supuesto saber, la segunda potencia simbólica, más compleja y poderosa, tal como indica Miller[3], depende, entre otros factores, de la respuesta del analista frente a esa demanda. Al sostener el punto vacío sin suministrar identificaciones ni respuestas a la demanda, el analista favorece que el significante de la transferencia se instale como el operador que garantiza la apertura del inconsciente transferencial.
No obstante, hubo que dar un paso más, para extraer de los pasajes de Lacan sobre la sexualidad femenina, la versión de lo real de la transferencia, a partir de una concepción inédita del amor formalizado con la sexuación[4]. Un amor loco, enigmático, dispar y absurdo, tejido con el goce femenino, es el amor que se experimenta en el cuerpo fuera de sí, Otro, fuera de los límites de la ley y de la garantía fálica.
Así, si el amor es goce, la transferencia puede ser concebida como el terreno fértil que hace del análisis un modo de gozar del inconsciente, por lo tanto, un síntoma[5]. Allí el goce se infiltra y se satisface resonando con el significante en el trabajo de desciframiento del inconsciente. La transferencia aloja, así, la carga del goce real, dándole el destino del propio análisis, en ese nuevo amor que es también un nuevo modo de gozar, pero que puede eternizarse sin que el inconsciente y el trabajo de lectura del síntoma aparezcan, sean cuales fueren las razones del cierre del inconsciente. El XI ENAPOL realmente será un lugar fecundo para que podamos analizar sus implicaciones.
Traducción: Rocío Tejo
Revisión: Silvina Molina
[1] Miller, J.-A., (1997-1998) El partenaire-síntoma, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 152.
[2] Lacan, J., (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2009, p. 588.
[3] Miller, J.-A., (1994) ¿Cómo comienzan los análisis?, p. 8, Recuperado en: enapol.com/xi/wp-content/uploads/2023/03/ENAPOL-Jacques-Alain-Miller-PT.pdf
[4] Laurent, E., (2011) “Lacan, herético”, Revista da Escola Brasileira de Psicanálise correio Nº 70, São Paulo, EBP dez./2011, pp. 43-55.
[5] Miller, J.-A., (1994) ¿Cómo comienzan los analisis?, op.cit., p.13.
RÚBRICA 2
TIEMPO/TEMPORALIDAD
La experiencia de la reversión temporal
Marcela Almanza – NELcf
Un análisis transcurre, “de principio a fin”, en el marco de una elaboración provocada por la transferencia, sostenido por el deseo de un analista en función y por un sujeto dispuesto a sustentar “su decir”, único e irrepetible, en un dispositivo privilegiado para tratar su sufrimiento.
Generalmente, se comienza un análisis con una demanda dirigida al Otro convocándolo a que responda con algún saber, para aliviar al sujeto de aquello que lo incomoda, causándole su división.
Pero es ante lo inexplicable, lo que irrumpe en su vida sin medida ni razón, que el sujeto es invitado a tomar la palabra mediante la llamada asociación libre, pues es el analizante quien debe estar en el lugar del que trabaja para elaborar ese saber que responda a su pregunta, y la operación analítica consistirá en causar ese trabajo pues, tal como lo plantea Jacques Lacan “El que sabe, en el análisis, es el analizante. Lo que él desarrolla, es lo que sabe, salvo que está otro –¿pero hay un otro?– que sigue lo que él tiene que decir, a saber, lo que sabe”[1].
Así, sostenemos que la entrada en análisis se produce solo cuando se instala un ámbito que permita que el síntoma, sobre el que se fundamenta la queja, se aloje en un nuevo espacio subjetivo dando lugar a una implicación de otro orden, que pondrá en escena otra dimensión del lenguaje, abriendo las puertas al sujeto del inconsciente que jugará su partida allí donde “causa y consentimiento” cobrarán otro estatuto.
Fundamental interrogarnos, por lo tanto, sobre cómo producir un efecto de sentido que tenga una incidencia sobre lo real del síntoma, ya que la operación analítica no concierne solo al sujeto barrado, sino también, y al mismo tiempo, al goce y al plus de goce[2].
La sesión analítica, que induce una experiencia de la extimidad, se presenta entonces como un lapso de tiempo absolutamente especial en el que el sujeto es llevado a hacer la experiencia de la reversión temporal constante que determina la significación del inconsciente[3].
Será esencial, por consiguiente, que la interpretación –en tanto acontecimiento imprevisto que es parte de la lógica del tratamiento y cuya modalidad temporal siempre es del orden de la sorpresa– establezca una conexión entre el fuera de tiempo del inconsciente, y el presente del analizante, operando así un reenvío de la palabra a la escritura[4] para hacer lugar a la singularidad de cada “texto”, uno por uno, caso por caso.
[1] Lacan, J., (1976-1977) “El seminario, libro 24, L’insu que sait de l’une-bevue s’aile à mourre”, clase del 10 de mayo de 1977 (inédito).
[2] Miller, J.-A., (1999-2000) Los usos del lapso, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 217.
[3] Miller, J.-A., La erótica del tiempo, Buenos Aires, Tres Haches, 2001, p. 36.
[4] Ibid., p. 40.
RÚBRICA 3
PERSPECTIVA DEL SÍNTOMA
Sumisión o consentimiento
Daniel Millas – EOL
Quien realiza una demanda de análisis se encuentra ante la irrupción de algo que alteró las coordenadas de la realidad que creía habitar.
Si antes de ese momento reconocía algún síntoma, podía someterse a las condiciones que el mismo le imponía a la cotidianidad de su vida.
Si consideramos que el síntoma es un modo de satisfacción pulsional donde se encuentra una satisfacción en el sufrimiento, ¿qué lleva al paciente a recurrir al analista? Lacan dirá que si hay algo que justifica responder a la paradoja que conlleva esa demanda, es el hecho de que para una satisfacción de esa índole sufren demasiado, hay “trop de mal”, mal de sobra[1].
Sus manifestaciones pueden ser muy diversas, pero conllevan la creencia en un sentido susceptible de serle asignado.
Sin embargo, bajo estas condiciones también podría dirigirse a cualquiera de las variadas ofertas terapéuticas que hoy se publicitan en el mercado.
La declinación del Nombre del Padre no es correlativa a la caída de las creencias. Por el contrario, las creencias se multiplican. ¿Qué las caracteriza actualmente?
Afirma Miller: “Ahora la religión, la creencia, es considerada en sí misma como una terapia, no tanto como algo que vale por la verdad que transmitiría, sino algo más bien validado por sus efectos de bienestar”[2].
Teniendo en cuenta que la creencia es cuestión de semblante, ¿cuál es el semblante que conviene al psicoanálisis en nuestra época?
Las demandas actuales son tan variadas como los estilos de vida de quienes las realizan. La versatilidad del analista para avenirse a ellas, resultan cruciales en las primeras entrevistas.
El amor de transferencia permite anudar la creencia en el sentido del síntoma con un investimento libidinal que sostiene la experiencia. Pero en este lazo se cumplen también los circuitos de la pulsión.
Freud lo advertía al referirse a la hipnosis. Manifiesta que esta se basa en la creencia en quién, desde un lugar de autoridad, especula con lo que denomina “sed de sometimiento”[3].
El síntoma transformado por la operación analítica se separa de la demanda inicial dando lugar a una apertura inédita. Aquí debe constatarse el consentimiento dado a una experiencia que, al responsabilizar al sujeto por su goce, introduce una dimensión ética que es ajena a otras disciplinas que tratan el síntoma por la palabra.
Al analista le tocará diferenciar la dignidad de ese consentimiento de la insensata voluptuosidad que otorgan las actuales formas de sumisión.
[1] Lacan, J., (1964) El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1986, p. 174.
[2] Miller, J.-A., (2002-2003) Un esfuerzo de poesía, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 243.
[3] Freud, S., (1921) “Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras completas, Volumen XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, p. 99.
VARIACIONES
miller
“Cada sesión de análisis -con lo que implica de contingencia, es decir de azar y de miseria- afirma, sin embargo, que lo vivo merece ser dicho”.
Miller, J.-A., (2002-2003) Un esfuerzo de poesía, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 160.
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“El problema de la entrada en el análisis es la de la entrada del analista, de su entrada en el mundo del paciente”.
Miller, J.-A., (1989) “Visto desde la salida”, Cómo terminan los análisis. Paradojas del pase, Buenos Aires, Grama ediciones, 2022, p. 86.
piglia
“La novela al menos empezó con El Quijote contando cómo alguien había sido afectado por la lectura. No cómo alguien se había hecho más culto o había conocido mejor la tradición de las novelas de caballería, sino cómo alguien había sido afectado por esa experiencia de la lectura y cómo esa afectación había generado una experiencia y una práctica en ese sujeto. Y podríamos seguir en la tradición literaria encontrando experiencias parecidas, por ejemplo Madame Bovary, otro caso clásico. Ella leía las novelas románticas porque quería vivir esa experiencia, e inmediatamente empezó a buscarse amantes que estuvieran a la altura de esa fantasía.
No sé mucho de psicoanálisis, pero me parece que el psicoanálisis va en esa línea. No me parece que uno vaya al analista a aprender algo, quizá ustedes me pueden desmentir, sino que uno va a ver si puede cambiar una experiencia, o si puede entenderla, en el sentido de convertirla en otra cosa. Entonces, ahí estaríamos viendo la relación entre equívoco y acto. […] El equívoco produce un acto, y la experiencia también. Cuando digo acto, quiero decir que algo sucede en lo real que lo saca al sujeto de ese espacio, y digo lo real en el sentido más literal, en la realidad si ustedes quieren”.
Piglia, R., (2011) Entrevista realizada por Ricardo Nacht, en el marco de “Ensayo y crítica del psicoanálisis”, Museo Roca, Buenos Aires, 14 de abril de 2011. Publicado en Revista CHUY, UNTREF, Volumen 5, Nº 5, 2018.
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