María Cristina Giraldo, NELcf

Miembro de la Comisión Científica

“Giro magistral: la cuestión del fin del análisis es abordada por Lacan
a partir de la entrada en análisis. Ahora bien, si discutimos sobre el final,
no discutimos sobre la entrada”.

Jacques-Alain Miller[1]

Me sirvo de esta afirmación de Jacques-Alain Miller en el preliminar a Cómo terminan los análisis a modo de epígrafe para proponer las cuatro vías de investigación del argumento del XI ENAPOL “Empezar a analizarse”,  como una manera de causar la discusión sobre la entrada en un momento político fecundo: la discusión sobre la práctica del pase en las Escuelas del Campo freudiano que, en nuestra orientación, es solidaria de la definición original del psicoanalista de Lacan, no sin la investigación de largo aliento sostenida al respecto por Miller. Esa definición tiene consecuencias en la orientación lacaniana y hace pregunta sobre la relación de cada uno con el psicoanálisis, tanto para quienes se interesan en formarse en psicoanálisis, como para quienes elegimos formarnos como analistas.

 

La orientación extraída de un malentendido

Sabemos que el malentendido es ineludible entre seres hablantes al punto que Lacan consideraba que el mismo echa sus raíces en el inconsciente y que su seminario se sostenía en él porque, en forma paradójica, al disolverlo se lo alimenta; de ahí la permanencia de su enseñanza y de la elucidación de su orientación.

En la orientación lacaniana, el psicoanálisis puro mantiene una relación moebiana con el psicoanálisis aplicado. Presentarlo así en el Argumento del XI ENAPOL es extraer la orientación de un malentendido que se generó a partir de una afirmación de Miller en el cierre del III Encuentro europeo del Campo Freudiano PIPOL 3 en París, el 30 de junio de 2007, sobre “Psicoanalistas en contacto directo con lo social”. Allí Miller afirmó que el psicoanálisis aplicado es psicoanálisis, lo que empujó a un malentendido “hasta el punto de que se creyó que de ahí en más el psicoanálisis aplicado sería lo que prepararía mejor al psicoanálisis, que ejercer el psicoanálisis aplicado a la terapéutica era formarse como psicoanalista, que esa era la vía regia del psicoanálisis”[2].

El hueso de este malentendido es una negación del pase que tendría consecuencias políticas. Una de ellas es que en lugar de una formación con un ineludible punto de fuga se apunte al ser como tapón al agujero de la inexistencia lógica de El analista. Ello pondría a la sociedad profesional de practicantes en el lugar de la Escuela de analizantes, ubicaría al acumulado de la experiencia clínica en el lugar de la operación analítica y situaría al mutualismo identificatorio en el lugar del trabajo de transferencia establecido a partir de la relación con el propio inconsciente. A diferencia de ello, en la concepción de Lacan, el analista deviene sin ser de su propia experiencia de análisis y en posición analizante; podríamos decir que adviene al lugar vacío de las representaciones identificatorias del ser: plus personne, lugar del Ya-nadie vacío del sentido del fantasma, de la ficción del Otro al que se le dio consistencia y que ya no responde, al punto real de no creerse identificado.

¿No le da el Argumento una nueva vuelta al “giro magistral” de Lacan de abordar el fin de análisis a partir de la entrada al afirmar que la clínica del fin de análisis orienta las entrevistas preliminares? En lugar de la idea de un proceso analítico en la perspectiva del desarrollo, que hace de la diacronía una forma del determinismo para dar sentido, cuenta en la operación analítica con eso imposible que define lo real: cada uno con su modo de gozar, soporte del aforismo “todo el mundo es loco” de la última enseñanza. Esto nos permite considerar la lógica conclusiva del fin de análisis como orientación del inicio. Al respecto, dice Laurent: “No es el camino de ir de las identificaciones hacia este punto del Ya-Nadie, sino iniciar de esto mismo y después se va a rearmar todo el resto”[3].

Empezar a analizarse produce un corte en el malentendido al poner en relación, y a la vez diferenciar, el psicoanálisis puro y el psicoanálisis aplicado. Lo que adviene con el corte es que no son análogos. El psicoanálisis en intensión orienta al psicoanálisis en extensión, lo cual le da la condición de éxtimo, pero ambos se diferencian en forma radical de la psicoterapia en tanto se orientan por lo real que nos enfrenta a lo incurable, a lo imposible del sentido, al saber solo supuesto del analista. La psicoterapia, por el contrario, se sostiene en el sentido derivado del saber clínico acumulado del terapeuta, en la idea de curación del síntoma y en la consistencia del Otro y de las identificaciones. Una experiencia de análisis se orienta desde su inicio hasta su conclusión lógica por el síntoma como lo más singular, por el sinthome del Uno y, como afirmamos en el Argumento, seguimos a Lacan en el Seminario 24: “El que sabe, en el análisis, es el analizante”[4] con relación a su síntoma fundamental, a su fantasma y a su goce.

Y si al disolver un malentendido alimentamos con ello uno nuevo, podemos, en posición analizante, reducirlo y extraer del mismo una orientación. ¿No nos mantiene esta vía en la creencia en el inconsciente al punto de reducir la formación en psicoanálisis y del analista a sus formaciones, entre ellas, el malentendido? A la vez, nos advierte que ni la investigación, ni la discusión en psicoanálisis constituyen el Otro de la garantía, y que, si bien en ENAPOL también podemos malentendernos, está la apuesta de extraer de ello una orientación.

 

¿Un empezar lógico?

Si el fin del análisis es una conclusión lógica marcada por el atravesamiento del fantasma y por la invención de formas de arreglo sinthomaticas con lo incurable, con el Uno de goce, nos podríamos preguntar, gracias a la doble vuelta del giro magistral de Lacan: ¿de qué manera empezar a analizarse es un paso lógico y, en tanto tal, a qué consecuencias nos abre?

Miller se pregunta, en su Curso de la Orientación Lacaniana “El Uno solo”, “¿por qué uno aspira a acceder a esta experiencia […] de hablar y de ser escuchado?”, y se responde que lo hace “cuando uno está algo despegado de lo que se llama la identificación”[5]. Las disrupciones de goce vuelven insuficiente a la defensa y rompen la estabilización, hacen vacilar las identificaciones que sujetaban al ser hablante al Otro y que ya no le alcanzan para responder a lo que creía ser. Es la ocasión de hacer de ello una pregunta esencial ‒¿de qué gozo?‒ que, bajo transferencia, puede abrir la puerta a las corrientes de aire del Empezar a analizarse.

Paradoja fecunda que en el fin del análisis se trate del ser de goce que no se sostiene en la identificación, del soy como gozo sin Otro, del Uno de goce que hace letra en la singularidad irreductible e inigualable del “sinthome radical”[6] del Uno. En la perspectiva de lo Uniano, los pasos lógicos en la operación analítica se dan desde el inicio y por eso el final es una conclusión lógica. Lacan orienta nuestra escucha al respecto en el Seminario 19, …o peor: Hay surge  en un fondo de una indeterminación, el hay hace que algo de esa indeterminación se detenga “… el primer paso de la experiencia analítica es introducir en ella el Uno como el analista que somos”[7].

Si bien el sinthome a la entrada no es el sinthome del final, es una orientación que apunta, desde la entrada, a hacerse a lo más singular del ser hablante, su modo de gozar, lo cual perturba las defensas contra lo real propias de las coordenadas de los tiempos modernos: la clínica continuista cuyo aforismo es “todo el mundo es loco, es decir, delirante” a diferencia de la pulverización cada vez mayor de nombres que equiparan el trastorno de la norma a una forma de identidad o lo clasifican como género en el imposible de una comunidad de goce. A diferencia de ello, el psicoanálisis abre a una nueva relación con la palabra, con el cuerpo y con el goce, y subvierte el discurso dominial que vuelve al ser hablante refractario al inconsciente. El psicoanálisis opera por medio de ese lazo puesto al trabajo que es la transferencia, el gozne que nos permite abrir hoy la puerta del XI ENAPOL.

1 de marzo, 2023


[1] Miller, J.-A., “Preliminar”, Cómo terminan los análisis, Buenos Aires, Navarin Éditeur/Grama, 2022, p. 13.

[2] Miller, J.-A., Solano, E., Viganó, A. (Ed.), El psicoanálisis en el siglo XXI, España, NED Ediciones/NELcf-Ciudad de México, 2022, p. 16.

[3] Laurent, E., “El Uno solo”, Revista Freudiana, El Uno, n.º 83, Barcelona, ELP, abril-julio de 2018, p. 84.

[4] Lacan, J., “El seminario, libro 24, ‘Hacia un significante nuevo’”, clase del 10 de mayo de 1977, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.° 27, Buenos Aires, Grama, 2019, p. 15.

[5] Miller, J.-A., Curso de la Orientación Lacaniana “El Uno solo”, Tercera sesión del Curso, miércoles 2 de marzo de 2011, inédito.

[6] Lacan, J., “El seminario, libro 24, ‘Hacia un significante nuevo’”, clase del 10 de mayo de 1977, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.° 27, op. cit.

[7] Lacan, J., (1972) El seminario, libro 19, …o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 125.