RÚBRICA 1

TRANSFERENCIA

Fatalidad de la transferencia

Graciela Musachi – EOL

Una indicación de Lacan nos orienta: lo bueno de ir rápido es que se puede volver atrás.

Precisamente el retorno a Freud se produce a propósito de la transferencia en su “Intervención sobre la transferencia”[1] cuando da relieve a ese concepto en el caso Dora.

Cinco años antes de “La interpretación de los sueños”[2], en 1895 (“Estudios sobre la histeria”[3]), Freud menciona la falsche Verknupfung que se tradujo como “falsa conexión” pero –lo señala Eric Laurent– es literalmente “falso anudamiento” mostrando el detalle con que Lacan sigue abrevando en Freud hasta el final. Se trata de un error sobre la persona, una sustitución que hace que, dice Freud, al salir de la captura hipnótica la histérica le arroje los brazos al cuello pero él no se inmuta; no es a mi a quien abraza sino que se trata del humano gusto por el mystische Element.[4]

Entre 1912 y 1915 Freud produce los textos canónicos sobre la transferencia (“Sobre la dinámica de la transferencia”, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, “Sobre la iniciación del tratamiento”[5]), donde expresiones como “la transferencia surge necesariamente en la cura” o “fatalidad de la transferencia” recuerdan la más precisa (porque implica el mal decir) y contundente acuñada por J.-A. Miller “la maldición de la transferencia” que recoge la temprana comprobación freudiana: al comienzo de su experiencia tenía problemas para que los pacientes se queden en el análisis pero ahora no quieren irse.

Freud pone en juego en la transferencia: a) la causa: “nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie”[6] pues la presencia del analista es imprescindible y no se reduce a la presencia del cuerpo sino al silencio que acompaña a la palabra por eso “la necesidad humana de una sola causa no puede satisfacerse”; b) la elección de objeto incestuosa: determina los fines y condiciones de la vida erótica, de ello resulta una serie de clichés inconscientes que se repiten y se orientan hacia el analista (subrayo tanto la palabra “serie” cuanto la insistencia de Freud en que esos clichés son “elementos” inconscientes que se ponen en serie); c) la resistencia: la transferencia es lo que permite avanzar al análisis y es aquello que se vuelve obstáculo cuando faltan las ocurrencias. Freud asegura que en eso hay pensamientos sobre el analista (lo que su presencia hace callar y que podría escribirse así:

siendo “x” la presencia; d) el amor: la paradoja del amor de transferencia es que es, al mismo tiempo, un amor auténtico porque es una falsa conexión como todos por eso se produce en todos los ámbitos donde el saber es supuesto como en sanatorios, etcétera. Freud menciona que los pacientes se asombran de su memoria pero él sabe… leer los elementos (significantes) inconscientes.

¿Y los mystische Elements? Es sorprendente observar que esos “elementos” conducen, en los ejemplos de Freud, a la pasión femenina que plantea problemas al manejo de la transferencia, Freud (como Lacan en “La dirección de la cura…”[7]) responde anudando estrategia de la transferencia, táctica de la interpretación, política del deseo.


[1] Lacan, J., (1966) “Intervención sobre la transferencia”, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2009.

[2] Freud, S., (1900 [1899]) “La interpretación de los sueños”, Obras completas, vol. IV, Buenos Aires, Amorrortu, 1992.

[3] Freud, S., (1893-95) “Estudios sobre la histeria”, Obras completas, vol. II, Buenos Aires, Amorrortu, 1992.

[4] Freud, S., (1925 [1924]) “Presentación autobiográfica”, Obras completas, vol. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1975,p. 27.

[5] Freud, S., (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia”; (1915 [1914]) “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”; (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento”, Obras completas, vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1992.

[6] Freud, S., (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia”, op. cit., p. 105.

[7] Lacan, J., (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2009.

RÚBRICA 2

Tiempo / Temporalidad

¡La solución Lispector!

Iordan Gurgel – EBP

“¿Cómo comenzar por el principio si las cosas suceden antes de suceder?”[1].

Abrir la puerta en el momento oportuno es actualizar la pregunta de Freud: “¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento?”[2].

Desde la perspectiva freudiana, el material con el que se inicia el tratamiento es indiferente: la historia de la vida del paciente o la historia de su enfermedad, o sus recuerdos infantiles. Se exige, en el inicio del tratamiento, dice Freud, anunciar la regla fundamental: “Una cosa todavía, antes de que usted comience. En un aspecto su relato tiene que diferenciarse de una conversación ordinaria […]. Diga, pues, todo lo que se le pasa por la mente”[3]. Freud también asociaba el uso del tiempo con la resistencia: ciertos pacientes, para hacer mejor el uso del tiempo, preparan cuidadosamente lo que van a comunicar, y esta avidez es resistencia. También hay quienes quieren postergar el uso del tiempo haciendo comentarios de manera informal y amistosa, después del término de la sesión.

Cuando Freud hablaba del inconsciente como atemporal, podemos leerlo como real, y el ejemplo en la histeria es contundente: lo que fue vivido hace treinta años es actualizado en el presente[4]. Así, en contrapunto al inconsciente freudiano, que supone el pasado, la última enseñanza de Lacan hace avanzar la experiencia analítica al proponer el inconsciente como asemántico, incluyendo el futuro contingente. La referencia es al tiempo lógico y sus escansiones: el instante de ver –la implicación subjetiva, que conduce al tiempo de comprender para llegar al tiempo de concluir–. Por ejemplo, en las entrevistas preliminares, la decisión de analizarse.

Esta referencia repercute en la experiencia clínica: la sesión analítica es concebida como un lapso de tiempo que se conecta con la dimensión atemporal del inconsciente[5]. Por lo tanto, el tiempo es escandido en dos momentos: el tiempo que progresa y el tiempo que retroactúa. Es actualizar en el presente el pasado, que bajo transferencia produce saber. Es un modo de decir sobre la presencia del analista que se verifica por la producción del inconsciente del sujeto, que, así, actualiza el instante del pasado. En consecuencia, otras dos lecturas[6]: 1) la sesión larga va en contra de la condición atemporal del inconsciente y dificulta la escansión entre lo esencial y lo no-esencial. Esa idea favorece las sesiones cortas principalmente porque valora el corte, que puede tener una fuerza interpretativa máxima que no sucedería si el tiempo considerado fuese cronológico, cuando el sujeto podría calcular su tiempo; 2) la interpretación se inscribe en el tiempo de la sorpresa, cuando el sujeto es llevado a remitir su palabra al texto original.

En fin, la paradoja del futuro contingente también se aplica en la relación entrevista preliminar/ análisis propiamente dicho, las cuales ocurren en ritmos distintos: cuando el análisis ocurre, ya había iniciado desde las entrevistas. Es la solución “a la Lispector”, que implica el inconsciente como atemporal a partir de la lógica y no de la cronología.

Traducción Cynthia Gonçalves Gindro.


[1] Lispector, C., (1977) La hora de la estrella, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2011, p. 12. Agradezco a Wilker França, asociado del IPB, por recordarme esta frase de Clarice Lispector.

[2] Freud, S., (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I), Obras completas, vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 135.

[3] Ibid, p. 136.

[4] Miller, J.-A., La erótica del tiempo: y otros textos, Buenos Aires, Tres Haches, 2014. p. 20.

[5] Ibid., p. 33.

[6] Ibid., p. 20.

RÚBRICA 3

PERSPECTIVA DEL SÍNTOMA

¿Hoy como ayer?

Susana Schaer – NELcf

Que conozca bien la espiral a la que su
época lo arrastra en la obra continuada de Babel,
y que sepa su función de intérprete en la
discordia de los lenguajes.[1]

Jacques Lacan

¿El psicoanálisis es hoy distinto a lo que hacia 1900 concebía Sigmund Freud? Sin duda… Sin embargo, existe algo que, desde su acto de fundación, permanece. Dos ideas, planteadas en dos escritos que el mismo autor propone leer entre líneas. Una de ellas, un único precepto, que no nombra y que se desprende de una serie de reglas a las que llamará consejos[2]. Freud lo planteará bajo la siguiente pregunta: ¿cómo se llega a ser analista? ¿No nos resuena este postulado con la pregunta alrededor de la cual se erigió toda una Escuela?

Freud responde de inmediato: “Por el análisis de los propios sueños”[3]. En esta ocasión plantea que en contrapartida a la regla fundamental impuesta a quien se acerca a un análisis, y para que algo del orden de lo analítico se produzca, debemos servirnos, como un instrumento, de nuestro inconsciente. Y establece al propio análisis como condición indispensable para su práctica.

Propone que, conocer los complejos ocultos que provocan resistencia –la única que se presenta en un análisis– a partir de la propia “experiencia”, aporta “aquellas pruebas que no se obtienen ni del estudio de los libros, ni por la asistencia a cursos y conferencias”[4]. Y nos desafía aún más…

Aquellos que sepan estimar el gran valor del conocimiento y el dominio de sí mismos en ellos obtenido, continuarán luego en un autoanálisis la investigación de su propia personalidad y verán con satisfacción cómo siempre les es dado hallar tanto en sí mismo como en los demás algo nuevo[5].

¿No reconocemos en ello el germen de lo que más adelante Lacan nombrará y pondrá al centro de la discusión en la Escuela, el pase y su testimonio?

Es así que toma sentido lo planteado al iniciar su escrito. Aclara que tales reglas son adecuadas a su personalidad individual, esto es, a lo más singular de su subjetividad y que no es imposible que cada quien se sienta impulsado a adoptar una actitud diferente ante la práctica analítica. Cada quien inventa el psicoanálisis, dirá Lacan.

La segunda idea se refiere a la “Iniciación del tratamiento”[6]. Freud plantea allí su oposición terminante a la mecanización de la práctica psicoanalítica, y lo fundamenta en la siguiente razón: “La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas dadas, la plasticidad de todos los procesos psíquicos y la riqueza de los factores que hemos de determinar”[7].

Ambas ideas, que un analista deviene a partir de lo más singular, por su propia experiencia de análisis, como condición para que algo del orden de lo analítico se produzca y la diversidad psíquica en relación a quienes llegan a la consulta, nos orientan en el sentido de que el psicoanálisis, por sus mismas condiciones discursivas, por el agujero agalmático en el centro de su saber, por su apertura hacia “lo nuevo”, su docilidad, se constituye en una posible respuesta al malestar de la época, sus síntomas y los desafíos que ella implica.


[1] Lacan, J., (1953) “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, México, Siglo veintiuno, 2003, p. 309.

[2] Freud, S., (1912) “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico”, Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, p. 1657.

[3] Ibidem.

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] Freud, S., (1913) “La iniciación del tratamiento”, Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, pp. 1661-1674.

[7] Ibid., p. 1661.

La cuarta vía de investigación propuesta en el argumento del XI ENAPOL1 es una invitación a los practicantes a mantener viva la posición analizante de quienes encarnan el discurso psicoanalítico.

La orientación es la relación que cada practicante sostiene con el psicoanálisis mismo, con sus dilemas políticos, impasses de formación, encrucijadas éticas o desafíos con la clínica contemporánea. Es con estos ejes que hemos convocado a un colega de cada Escuela para que pueda desplegar desde su posición de analista, pero también atravesado por la posición de analizante, alguna de estas aristas.

En esta oportunidad tenemos el texto propuesto por Sérgio Laia de la EBP.

1 Véase: https://enapol.com/xi/argumento-y-ejes/

¿Qué es, para un analista, comenzar a analizarse?

Sérgio Laia – EBP

De un modo más simple, comenzar a analizarse, para un analista, responde a la orientación presente desde los llamados “Escritos técnicos” de Freud: el análisis personal es imprescindible a quien desea practicar el psicoanálisis. Esa orientación me parece mantenerse como invariable en las instituciones que, de formas diferentes e incluso antagónicas, se proponen formar analistas. Sin embargo, Lacan no se restringe a esa invariable, él la complejiza, al abrir, por ejemplo, el Seminario 20, diciendo a sus oyentes que solo podía estar allí, enseñando, por encontrarse “en posición de analizante” de su “no quiero saber nada de eso”[1].

¿Por qué Lacan, como un analista, insistiría en presentarse, en tales circunstancias, como analizante? Me parece que, en esa insistencia, indica que un analista estaría siempre comenzando a analizarse porque el comienzo de un análisis, para un analista, no se limitaría a la primera vez que se busca a un analista o a la entrada en análisis. Esa no limitación puede evocar la célebre prescripción freudiana de que “todo analista debería hacerse de nuevo objeto de análisis periódicamente, quizá cada cinco años, sin avergonzarse por dar ese paso”[2]; o sea, un analista debería, cada cinco años después de su análisis, comenzar a analizarse. Sin embargo, es desmerecer la verdad freudiana tomar tal prescripción de forma literal y, sobre todo, sin atenerse a lo que viene a continuación, o sea, a la observación de que Freud no tenía, con tal prescripción, “el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión”[3].

Entonces, si empezar a analizarse es un llamado que insiste para cada analista, si Lacan habla, en un seminario, desde la posición de analizante, es porque un analista dará tanto más pruebas de haber llegado al final de su análisis, cuanto más no se avergüence (y retomo aquí el verbo utilizado por Freud) de que un “no quiero saber nada de eso”[4] insiste a lo largo de lo infinito de su formación analítica. Ese “no quiero saber nada de eso” no deja de ser uno de los nombres del inconsciente, pero, cuando un analista decide abordarlo en la vertiente que Lacan lo hace, por ejemplo, en el Seminario 20, él dará muestras de que itera en su condición de analizante, y sin que el inconsciente tenga más cualquier “alcance de sentido (o de interpretación)”[5]: él se dispone a hablar para los otros, como un analizante, pero –por ser un analista– sin dar sentido o interpretar su nada querer saber, más allá de la adoración que todo ser hablante tiene en cuanto a sí mismo como cuerpo, sin quedar hablando solo para sí o de sí mismo. En otros términos, si aquellos que aún no han comenzado un análisis prefieren callarse (o incluso actuar), si aquellos que comienzan un análisis vacilan frente a lo que no quieren saber nada, un analista –como efecto incluso de su análisis y, sobre todo, de su fin de análisis– avanza y tiene, como Lacan, el coraje de decir: hablo a los demás de lo que no quiero saber nada, del heteros que toma cuerpo, y no solo para mí y de mí.

Habría mucho que decir acerca de este yo no quiero saber nada del cual un analista habla a partir de una condición de analizante no menos infinita que su formación como analista. Sin embargo, la brevedad exigida a este texto me lleva apenas a destacar que Lacan demarcó su posición como analizante en una lección dedicada al goce y en un seminario orientado por ese aún (encore) que insiste en tomar un cuerpo (encore) y, particularmente, el cuerpo femenino. En otros términos, frente a la opacidad del goce y al enigma de lo que Freud llamó “factor” femenino y pulsional[6], cada analista, en el infinito de su formación, está llamado a comenzar a analizarse.

Traducción: Carolina Vignoli.
Revisión: Marlon Cortés.


[1] Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, p. 9.

[2] Freud, S., (1937) “Análisis terminable e interminable”, vol. XXIII, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, p. 251.

[3] Ibidem.

[4] Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, libro 20…, op. cit., p. 9.

[5] Lacan, J., (1976) “Prefacio a la edición ingles del Seminario 11”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, p. 599.

[6] Freud, S., (1937) “Análisis terminable e interminable”, op. cit., p. 254. Pude dilucidar la aplicación freudiana del término “factor” a las pulsiones y a la feminidad en: Laia, S., “El analista, su análisis, y el factor femenino”, Correio, n.º 84, Revista de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis, São Paulo, pp. 109-120.

VARIACIONES

Helena Silvestre*

El psicoanálisis en medio de las militancias

Helena Silvestre es una escritora brasileña nacida en la periferia de São Paulo, militante de luchas por la tierra y la vivienda. Entre sus libros se destaca Notas sobre el hambre (2021), nominado al Premio Jabuti. En 2022, Helena participó de las Jornadas de la EBP-Sección Río de Janeiro. En la ocasión, pudimos explorar el modo como teje como teje una articulación dinámica y potente entre diversos activismos y una inmersión profunda en sí misma, para lo que utilizó, entre otras cosas, el psicoanálisis. Para el Boletín Ap/bertura, le hicimos dos preguntas sobre su libro.

Boletín Ap/bertura: Helena Silvestre, su libro Notas sobre el hambre es impactante bajo innúmeros aspectos, pero algo que nos toca especialmente es el modo como tejes el activismo colectivo con tus intenciones, sufrimientos e historias personales. ¿De qué manera el encuentro con el psicoanálisis te sirvió en esta trayectoria tan plural, tan intensa?

Helena Silvestre: Mi encuentro con el psicoanálisis se dio, por así decirlo, en dos tiempos: el primero, en una dimensión bastante individual, y otro en una dimensión diferente, colectiva, pero que se nutría de la primera experiencia.

El primero, cuando pasé por un momento depresivo relacionado a una ruptura familiar abrupta, se impuso la necesidad de entender algo sobre el sufrimiento psíquico. Acepté la idea de que necesitaba ayuda pero, desconfiaba de las figuras médicas. Me puse a leer los textos de Freud buscando no estar totalmente à mercê en un proceso de análisis. Aún me acuerdo del primer texto, un librito llamado “Cinco conferencias sobre psiconalaisis”, que me fue revelador, incluso animador. El psicoanálisis me atrajo más que otras vertientes porque tenía en el currículum el esfuerzo histórico de diálogo con las teorías y prácticas marxistas, de modo crítico. Inicié un itinerario analítico con una psicoanalista y fui a su consultorio durante un año, en una de las calles del barrio de Higienópolis. En la práctica analítica, mi relación con el psicoanálisis siguió construyéndose, con mayores contradicciones ahora. La profesional se definía como lacaniana y, aunque me cobraba una cantidad simbólica (que era lo que yo podía pagar), tenía sus reglas sobre cómo debía hacer el pago: en efectivo y a cada sesión. Era un ambiente extremadamente distinto de mis lugares habituales y ella hablaba poco. Pasé por muchas etapas de descubrimientos desconcertantes por actos fallidos mientras contaba las historias; de revisitar recuerdos incomprensibles; de traer a la consciencia dispositivos inconscientes que guiaban mis reacciones, pero llegamos al momento en que sentí que mis cuestiones se volvían incomprensibles para ella, como si una barrera de clase impermeabilizara su condición de comprender algunos de los traumas que llegamos a encontrar.

Había una jerarquía y yo no la soportaba. Ella estaba en una posición superior a la mía: yo no sabía nada de ella, ella sabía cosas muy íntimas mías y, más allá de todo eso, solo a ella le pertenecía el derecho de refrendar alguna opinión mía como negación. Muchas veces mis formulaciones que contradecían asociaciones demasiado rígidas (padre-autoridad por ejemplo) eran desechadas así y nunca entrábamos en el contenido de lo que yo decía, un contenido donde las situaciones también estaban determinadas por dispositivos raciales, de género y clase.

Un día, resolví no ir y nunca más fui, pero seguí acercándome a autores con influencia del psicoanálisis como Erich Fromm y el propio Marcuse, leyendo también a Walter Benjamin. Muchos elementos que me atraían en su teoría crítica estaban en diálogo con el psicoanálisis o habían nacido del contacto con él.

En la segunda dimensión, el encuentro fue colectivo, yo era responsable por el proceso de formación política y de educación popular en los Asentamientos informales, entre 2005 y 2008. Producía materiales, como folletos populares, que vinculaban problemas cotidianos a elecciones macropolíticas e intentaba, con eso, elucidar lo que el movimiento pensaba del mundo, contra qué luchábamos y qué queríamos. Cada grupo con el que me reunía para leer y conversar me revelaba que las personas en los asentamientos están en proceso de lucha para reconstruir condiciones materiales de vida, pero que necesitan al mismo tiempo, reconstruir una subjetividad destrozada por los golpes brutales que se le imponen a la vida de los pobres. Mí propio proceso analítico y las lecturas que lo siguieron me hacían pensar que ninguna formación política sería capaz de promover “revolucionarios” sino crease primero condiciones para la re-existencia de sujetos reconstruidos a partir de fragmentos.

Empecé a pensar en la escucha clínica como posible referencia de una escucha que pudiera integrar los momentos colectivos de reflexión y formación, el relato de la propia vida como base esencial para una lectura del mundo y, simultáneamente, nuevas lecturas del mundo ampliando el conocimiento de sí mismo, las determinaciones sociales elucidando los mecanismos inconscientes que determinan nuestras elecciones –a veces operando contra nuestro proyecto consciente–. Entonces, la relación con el psicoanálisis me hizo romper, en principio, con una idea tutorial de formación y construcción de elaboraciones, también con perspectivas que tienen en el individuo su único centro de gravedad donde apoyarse para rehacerse. Las formaciones entonces, comenzaron a iniciarse siempre con charlas que, en algo, podrían asemejarse a los grupos terapéuticos, pero con conclusiones que incidían no solo sobre el sujeto, sus traumas y cambios, sino también sobre lo colectivo, su capacidad generadora y sus límites –casi siempre correspondientes a la materia humana que los conformaba–. Pensando en los otros, entendía sobre mí misma y comprendiéndome, podría interactuar mejor con lo colectivo. Y cambiaba los colectivos de esa manera, integrándome a ellos, que también me cambiaban siempre, a veces hasta el punto de desidentificarme y marcharme para integrar, entonces, otra construcción colectiva.

Producir colectivamente un proyecto político implicaba inevitablemente escudriñar los propios deseos y, frecuentemente, cuestionarlos. En organizaciones políticas que valoran más la obediencia que la rebeldía, la producción colectiva y amalgamada de un proyecto político y del deseo singular, puede asustar a quien tiene privilegio y jerarquía.

Boletín Ap/bertura: Helena Silvestre, tu libro Notas sobre el hambre enseña de muchas maneras cómo es posible pensar las identificaciones y las singularidades como experiencias distintas y separadas. Reafirmas profundamente tus lugares colectivos en el mundo, pero haces de ellos un lugar para vivir y crear cosas con un estilo muy propio. ¿Qué te orienta a identificarte sin diluirte en esas identificaciones?

Helena Silvestre: Tal vez no sepa cómo responder a eso, pero desde muy temprano me di cuenta que no habría posibilidad de vivir mejor que no pasase por la pertenencia a lo colectivo. Creo que la vida en las favelas y periferias es mucho más colectivizada que en regiones donde se concentran las clases medias y eso –a pesar de que ocurra por la fuerza de la precariedad y no de la decisión consciente– enseña, moldea, esculpe a las personas. Me esculpió a mí también, que muy pronto descubrí que no podría vivir bien sometiéndome. Por sumisión entiendo lo que se hace en virtud de fuerza mayor, externa y no acorde a lo que conscientemente deseo. Mis ideas sobre disciplina se volvieron contra sí mismas y se rearmaron como autodisciplina. El colectivo no está sobre el individuo y viceversa, la jerarquización bloquea al individuo y también al colectivo. Porque el colectivo es el individuo y al mismo tiempo no lo es. Así como el individuo es el colectivo y simultáneamente no lo es. Yo soy mi clase, pero no solo. Mi clase soy yo y mucho más que yo. Estas dos dimensiones de la convivencia activista existen mezcladas. Todo lo que sucede en el individuo altera al colectivo y todo lo que el colectivo produce altera a los individuos que forman parte de él.

Fueron mis singularidades las que me llevaron a la militancia y no podría simplemente aceptar la idea que en ella lo que me era propio debía desaparecer. Si mi rebeldía y cuestionamientos me permitieron rehacer colectividades que deseaba fortalecer constituyendo, no podría seguir en espacios que, en la primera esquina, exigían disciplina fabril y adherencia sin convicción. El camino hacia la generación y la fertilización de las colectividades afines con lo que creo es lo que fortalece las singularidades. La pretensión de que algo pueda ser universal y englobar todo es de la misma naturaleza que la pretensión de que todas las singularidades deban resignarse a los límites y a las potencias del conjunto, desapareciendo en una falsa homogeneidad que sirve como base para fallidos mecanismos de gestión del poder, como lo de representación. Estos pensamientos, así sintetizados o en su forma más rebelde y corpórea, fueron lo que me orientó.

Traducción Cynthia Gonçalves Gindro.

* Escritora afroindígena nacida en la periferia de la región metropolitana de São Paulo, es militante de las luchas por la tierra y la vivienda. Coedita la revista Amazonas en Brasil es también educadora popular en la Escuela Feminista Abya Yala en São Paulo. Entre sus libros se destaca Notas sobre el hambre (Mandacaru, 2021), nominado al Premio Jabuti en 2020.


Tanto la imagen de tapa como las del interior corresponden a fotografías de la obra de Sabina Tiemroth, artista textil argentina que ensambla arte y diseño a partir de investigaciones con remanentes textiles. En su estudio brinda servicios de diseño y taller. Sus trabajos se han exhibido en Argentina y en diversos países. Agradecemos su autorización para el uso de su obra en los boletines del XI ENAPOL.