Hay casos en que esta irrupción lleva a la consulta con un psicoanalista. Se abre así la pregunta de cómo se localiza lo que provoca el desenfreno de la pulsión, y cómo se interviene sobre aquella para que padres y niños adviertan que lo que inquieta no es más que el propio goce ubicado en el Otro.
¿Cómo maniobrar para que esta exclusión interna de lo imposible de representar pueda alojarse en los lazos de una manera soportable? La respuesta solo puede ser uno por uno, acompañando el decir que el niño trae con su síntoma. Acogiendo las palabras, captando la singularidad de su sufrimiento y malestar –del niño y sus padres.
Es en ello que una cura analítica se distingue de aquellos discursos actuales que se arrogan el saber, lanzando a los padres a un ideal de parentalidad que se les presenta como imperativo. De resultas de esto, afloran la angustia, la desorientación y la crispación, que van de la mano de una posición de impotencia y desautorización de su función. Allí, el encuentro con el discurso analítico posibilita una lectura singular y una implicación que restituye la dimensión del deseo de los padres y el valor de enunciación de su palabra – y de la palabra de cada niño/a.
Otra de las formas de la eclosión de la exasperación que exploraremos en esta Conversación ocurre en los lazos sociales que se tejen entre y con los profesionales que transitan en diferentes instituciones que también se hacen cargo de los niños. No podemos desconocer que, ante ciertos impasses, vemos aparecer en los profesionales involucrados un empuje a la intervención, que toma en general la forma ideal de una búsqueda de regulación y/o de educación.
Capturados por los mismos discursos bajo los cuales funcionan, los profesionales que se ocupan del niño, experimentan un empuje a intervenir, y es allí donde toca nuestra responsabilidad (y nuestro deseo), frente al desafío que implica que un analista pueda compartir con aquellos, los fundamentos que el discurso analítico ofrece para resguardar la dignidad de cada sujeto, en singular, como artífice de un tratamiento de eso extraño, acuciante.
Y constatamos los alcances de la práctica de la Conversación en diferentes instituciones, allí donde alguna intervención logra introducir un respiro en esas respuestas prêt a porter. Es decir, allí donde con frecuencia se promueve la domesticación de la exasperación a partir de prácticas educacionales eficaces, persiguiendo un éxito sin resto, abrimos la vía de hacer posible la invención de cada sujeto, es decir, su síntoma.
En suma, nos preguntamos cómo atrapar los significantes que alojan lo que está en juego en la exasperación. Aquellos que tocan lo pulsional, y permiten interpretar el goce, siempre singular, permitiendo leer o alojar lo que pasa entre el niño y el adulto.
De esta forma, tanto en el análisis de niños como en la inter-disciplinaridad, se trata de introducir una ética en el lugar de la aplicación de un protocolo, lo que abre una vía siempre inédita, para cada uno.
Que también nos conduce a una reflexión acerca de cómo ha tratado cada analista lo inadmisible de su propia existencia para poder operar allí.
¡Los esperamos el 28 de septiembre, para que aporten su voz a la Conversación!