Néstor Yellati
EOL (Bs. As.)
Se define como transexual a una persona que desea, y en muchas ocasiones efectivamente realiza la transformación de su cuerpo en la del sexo opuesto a partir de la certeza de que su verdadera identidad sexual es contraria a su sexo biológico.
Actualmente la legitimación de lo que llamaremos la posición transexual, así como de otras manifestaciones de la sexualidad, parte de que la sexualidad humana es una construcción social, de que el binario hombre-mujer es producto de un discurso hegemónico propio de nuestra cultura, que se puede probar que en otras culturas esto no es así y que por lo tanto debemos reconocer las transformaciones que se están produciendo en la nuestra.
Por otra parte y en ese sentido vemos como el DSM modifica sus definiciones en la medida que dichas transformaciones sociales dan un lugar distinto a las manifestaciones de la sexualidad y a partir de las presiones políticas que ejercen los grupos que reivindican dichas manifestaciones.
En su última versión la referencia al transexualismo se hace bajo la denominación de «incongruencia de género» lo que implica hacer la diferencia entre el género «asignado» y el efectivamente «experimentado o deseado». No discutiremos aquí el concepto de género que parece destinado a quedar incorporado al discurso común pero es importante señalar la problemática que plantea y que se puede reducir a dos significantes: «lo asignado» y «lo performativo». El segundo no es explícito pero subyace en esta perspectiva. Deriva de lo que se conoce como verbos performativos, donde el enunciado constituye la acción enunciada (v.g. «juro»).
De manera que lo asignado implica a un Otro en tanto atribuye la sexualidad al sujeto, define su sexo y normalidad. Por el contrario lo performativo es cierta conciencia de sí, que puede darse en un momento vital o en varios, la que determina la posición sexuada. De esto se desprende que es a partir del acto mismo de emitir un enunciado que el sujeto la asume. El sujeto es lo que dice ser.
La nueva ley de Identidad de Género permite la legalización de dicho acto.
La elección de sexo, desde esta perspectiva, implica un rechazo al Otro y su incidencia, con lo que se desconocen las identificaciones inconscientes y su papel determinante y se hace depender de un sujeto de la conciencia la responsabilidad de dicha elección.
El psicoanálisis freudiano
Empecemos por una pregunta: ¿Por qué el transexualismo no es considerado en la obra de Freud?
En «Tres ensayos…» no forma parte de las «aberraciones sexuales» a pesar de que parte de la bibliografía utilizada, la «Psicopathia Sexuales» de Kraft Ebbing contiene un caso llamado «historia de un transexual».
Es cierto que se trata de un caso evidente de psicosis con alucinaciones, cenestesias de transformación corporal. Probablemente para Freud lo transexual no era una manifestación de la sexualidad humana sino una temática delirante.
En el caso Schreber, Freud habla de la paranoia como defensa contra la homosexualidad cuando nada mostraba que esa fuera la orientación del Presidente. El delirio schreberiano no realiza la unión homosexual con Dios, requiere previamente su transformación en mujer. Hizo falta que Lacan advirtiera allí el «transexualismo delirante» en Schreber.
No sería exagerado decir que la clínica freudiana es una clínica de la represión de la homosexualidad.
Esto es evidente en los grandes casos, la «pulsión ginecófila» de Dora que dio lugar al «error» freudiano en la interpretación, el goce anal fantasmático del Hombre de las Ratas, la posición pasiva ante el padre del Hombre de los Lobos en el «coitus a tergo», la mencionada «homosexualidad» de Schreber. A Juanito le dedicaremos un párrafo aparte.
Para Freud la homosexualidad es una posibilidad de la asunción sexual del sujeto de igual manera que la heterosexualidad, depende en última instancia de como resuelve el sujeto el complejo de castración. Pero su destino fundamental es la represión o la sublimación, la que permite el lazo social entre los hombres.
No hay lugar para el transexualismo en la teoría freudiana.
Pero volvamos a Schreber. Su «sería hermoso ser una mujer en el momento del acoplamiento» nunca se convirtió en «soy una mujer en un cuerpo equivocado», frase impronunciable en la época. En su lugar su cuerpo se transformó alucinatoriamente.
Si la homosexualidad tuvo como destino fundamental la represión el transexualismo quedó ligado, y es lo que Lacan retoma, a la forclusión.
Juanito y el niño transexual. La dialéctica fálica
Tratemos ahora de orientarnos en nuestro tema no a partir de lo que dice el psicótico, sino de lo que dice el niño. Y de la dialéctica fálica que como se sabe es, a partir de Lacan, no sólo la del tener el falo sino también la de serlo.
Juanito es el niño freudiano. El niño que teme perder su pene por un mordisco del caballo, a falta de un padre que amenace con hacerlo. Es el niño que permite hacer una divisoria entre los sexos: los que temen perder y las que envidian tener. El que demuestra que la angustia es inherente a la sexualidad. Que produce una respuesta posible a lo real de un goce experimentado como fuera del cuerpo. O sea: trama fantasías, mitos que permiten la estructuración de una neurosis a partir de una posición ante la castración.
Pero mucho tiempo después surge un niño diferente, un niño que se atreve a decir y hacer lo inimaginable en tiempos de Freud: el niño transexual.
Robert Stoller escribe «Sex and gender«, texto citado y recomendado por J. Lacan en su seminario.
En ese texto presenta los casos de niños que decían pertenecer al otro sexo, tenían conductas travestistas y deseos de que les sea cortado el miembro. Es importante destacar que estos casos, excepcionales en la década de los 60 y 70 del siglo pasado, se han incrementado notablemente a través del tiempo, lo que obedece sin duda a más de una razón. Tienen el interés de ubicar la cuestión del transexualismo en la infancia freudiana, en la que se decide la posición sexuada del sujeto.
Es así como a diferencia de Juanito, el niño transexual elige perder el órgano, modificar su cuerpo, impedir que este se desarrolle.
Pero esto es posible porque el pequeño transexual se propone como excepción a la norma fálica: si para él no está en juego el tener el órgano y el temor a perderlo es porque el falo está forcluído y entonces el órgano es… un órgano.
Aunque hasta el momento se trata de una manifestación más rara, conviene también considerar la dialéctica fálica en la niña y suponer, no conocemos casos, de niñas transexuales que mantengan esa posición hasta la adultez y de cómo se juega en ellas el ser el falo.
La posición de la transexual femenina en principio es engañosa porque aparenta no compartir la posición forclusiva del niño en la medida que desearía poner en acto la fantasía de la niña freudiana: hacer que crezca el órgano en el lugar de la falta.
Sin embargo, cuando la transexual femenina incorpora, con ayuda de la cirugía, la prótesis peneana lo que hace es agregar a su cuerpo una versión imaginaria del falo en tanto que renuncia a ser el falo como posición propiamente femenina. La transexual vestida de hombre no es el falo, es… transexual.
Pero conviene aquí advertir que si la dialéctica fálica es importante, para orientarse en el tema que nos ocupa lo decisivo es lo que Lacan dio en llamar: sexuación.
Cuando en su Seminario 20 presenta las fórmulas de la sexuación, ubica los dos lados, hombre y mujer, advirtiendo que se pueden ocupar independientemente del sexo de quien se trate.
Está en juego la posición de goce, fálico, más allá del falo, femenino. Y retrocede a las místicas (o místicos) para orientarse en ese otro goce.
Probablemente ese lugar lo ocupe hoy el transexualismo y la cuestión fundamental esté referida al goce en juego, lo que exige considerar lo singular.
No nos extenderemos en este artículo sobre el tema pero cabe hacer una pregunta:
Si sólo se puede gozar de un cuerpo, ¿el goce es indiferente al cuerpo que lo sustenta?
Transexualismo y Psicosis
Advertimos que nuestro desarrollo podría ir en el sentido de caracterizar al transexualismo como una manifestación psicótica. Preferimos no proponer el problema en esos términos.
Por un lado el término «forclusión» que nos parece adecuado para caracterizar la posición transexual respecto del cuerpo no implica psicosis, si consideramos la tesis de la forclusión generalizada.
Por otra parte, quizás en tiempos de Freud el delirio era la única forma en que la posición transexual podía ser dicha, su núcleo de verdad, de la misma manera que las conversiones eran la única manera en que las histéricas podían hablar de sus fantasías sexuales.
El psicoanálisis, al dejarlas hablar, al interpretar el mensaje inconsciente, silenció sus cuerpos. ¿Por qué no pensar que el enunciado transexual no sólo no es psicótico sino que por el contrario evita la construcción delirante?
Por otra parte, la ciencia y sus derivaciones técnicas en la medida que responde a la demanda de transformación ¿no evitaría el desencadenamiento psicótico en lugar de producirlo?
Sólo una abundante casuística, más que una elucubración teórica, permitirá dirimir la cuestión.
Pero también advertir que una tarea para el analista es reconocer sus prejuicios ya que estos no desaparecen, simplemente se sustituyen. Que si la contratransferencia es la suma de los prejuicios del analista, la que suscita la demanda de transformación del cuerpo puede ser causada por un prejuicio actual. Por último, que el diagnóstico, esa herramienta magnífica, puede en ocasiones estar al servicio de ese mismo prejuicio.