Beatriz Gomel

EOL (Bs. As.)

Es en referencia a nuestra época que nos interesa pensar cómo abordar al sujeto y su relación al cuerpo en una cultura de consumo como la nuestra, partidaria de los productos listos para uso inmediato, para la solución rápida y la satisfacción instantánea.

Vemos que la ansiedad que rodea el cuidado del cuerpo es una fuente potencialmente inagotable de ganancias»[1]. El cuerpo consumidor constituye por sí mismo su propia finalidad y valor. Por el «cuidado» del cuerpo se está dispuesto a pasar cirugías estéticas siempre insuficientes.

Ese cuidado de la «propia imagen», evidencia muchas veces el exceso de un goce sin medida. Tal como señala Bauman el consumismo no gira en torno a la satisfacción de deseo, sino a la incitación del deseo de deseos siempre nuevos. La sociedad de consumo sostiene así la insatisfacción de un cuerpo que nunca podrá responder a lo que se espera de él. Así, lo que consideramos bello está relacionado con una estructura de señuelo. Vela la nada dando una imagen de completad y fascinación que resulta inconsistente.

Es que lo simbólico contemporáneo muchas veces se encuentra dominado por lo imaginario o en continuidad con él. Podríamos decir que lo simbólico se consagra a la imagen. Es la red de lazos en los que la convención social mantiene atrapado al cuerpo.

Lo imaginario se revela insuficiente para abordar los síntomas y el padecimiento de un sujeto. Así el síntoma como acontecimiento de cuerpo es un verdadero mensaje. Se presenta como disfunción y evidencia que «la relación con el cuerpo no es una relación simple en ningún hombre»[2], ya que por poseer un cuerpo el hombre tiene síntomas.

Orientados por el psicoanálisis diremos que un afecto que deja marcas en el cuerpo interroga al psicoanálisis desde sus comienzos. Es ese «momento inaugural» en que Freud descubre el método de defensa propio de la histérica, la conversión somática.

Será Lacan quien sistematizará la articulación de la sexualidad con la estructura del lenguaje, ubicando una articulación estrecha entre el significante y goce.

Nuestra experiencia como psicoanalistas es la del síntoma y queremos señalar que lo que humaniza a un cuerpo es el sujeto del Inconsciente. Sin embargo, el Inconsciente ignora un montón de cosas sobre su propio cuerpo, y aquello que puede saber resulta del significante. «Se trata de acontecimientos discursivos que dejaron huellas en el cuerpo»[3]. Es que las palabras perforan, emocionan, conmocionan, se inscriben y pueden ser inolvidables»[4].

El ataque de pánico acontece como imprevisto, pero lo imprevisto no es sin las marcas previas. Es necesario enlazar a la historia del sujeto aquello reprimido a ese acontecimiento que surge imprevistamente, pero no sin huellas del afecto que lo preceden; evidencia por ejemplo, de un duelo no resuelto, de la pérdida de un trabajo, de una relación amorosa que concluye o un acontecimiento traumático infantil inolvidable.

Entonces es la singularidad del sujeto lo que conviene al psicoanálisis y lo convierte en una oferta para que «el sujeto encuentre los acontecimientos con los que se trazan los síntomas»[5]. Un sujeto que debe ser pensado sin las convenciones, ni protocolos universales que señalan un «prét- á-porter» para todos.


Bibliografía

  1. Bauman, Z., Vida líquida, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 123.
  2. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El Sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 146.
  3. Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 372 y sucesivas.
  4. Miller, J.-A., Sutilezas Analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 249.
  5. Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, op. cit., p. 372 y sucesivas.