Rosa Edith Yurevich

EOL (Córdoba)

Esa frase dicha bajo transferencia, repetida por el analista en su homofonía acentuando el «dé», la convierte en una interpretación inolvidable para el analizante quien le confiere dicho estatuto. ¿Por qué ese estatuto? Por una sola vía, la del amor.

El amor y el cuerpo realizan allí un anudamiento que, aunque ficticio desde el inicio mismo de la experiencia analítica, le confiere un lugar posible para continuar hasta el final.

En el Seminario 23, Lacan señala en relación al cuerpo esa presencia de consistencia imaginaria, enmarcando así al cuerpo un valor nuevo. El cuerpo es aquello que el derecho otorga al sujeto como de su propiedad.

«El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia ‒consistencia mental por supuesto, porque el cuerpo a cada rato levanta campamento». [1]

Con el tiempo esa consistencia se descompone y hasta, según J.-A. Miller en Piezas sueltas, es casi un milagro que se sostengan juntos por un tiempo.

Es porque esa consistencia no es suficiente, en tanto la relación sexual no existe, que interviene el amor. Es por la presencia misma del amor que demuestra que esa consistencia es ficticia e insuficiente. Es necesaria la presencia de otro cuerpo, algo que es contingente, aleatorio, azaroso, puesto que depende del encuentro.

¿Por qué el amor? Es la pregunta que nos hacemos. «El amor sí, el amor no, la capacidad de amar, el amor retenido, el amor desdichado, el amor satisfecho» [2], todo remite a lo insuficiente de la consistencia del propio cuerpo. Aunque consideremos que es también por el amor, en la perspectiva del sinthome, una manera de fabricar sentido a partir de un goce que es siempre parasitario.

«Hasta que me de el cuerpo», cobra la dimensión del punto de capitón a lo imposible.


  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 64.
  2. Miller, J.-A., «Piezas sueltas», Curso de la orientación lacaniana, clase 24 de noviembre de 2004, inédito.