Laura Arias

A lo largo de la historia, las prácticas sobre el cuerpo y las relaciones con él lo han convertido en referente de la teoría política, de la epistemología, de la filosofía y de distintas disciplinas. Cada propuesta, cada filosofía, cada episteme tiene algo que decir sobre el cuerpo. Desde M. Foucault, pasando por W. Benjamin, G. Agamben y H. Arendt, el cuerpo humano ha sido objeto de investigación durante siglos como un texto en el que se inscriben prácticas sociales e institucionales: cartografía corporal, atravesada por lo instituido, donde las ideologías escriben su historia y encuentran su límite.

La cultura carga al cuerpo, dotado de un sexo, con múltiples imágenes cuya visión varía de acuerdo a la cultura, la clase social, las épocas. Existe una visión diferente del cuerpo en Oriente y en Occidente. La visión oriental va más allá de lo inmediato, la occidental lo ve como objeto en sí. Según los historiadores, se empezó a dirigir la mirada hacia el cuerpo humano en Alejandría, en el Bajo Egipto, en lo que conformaba el gran centro de la cultura griega a fines del siglo III antes de nuestra era. En la antigua Grecia, se consideraba que el cuerpo era un objeto de emoción estética y, por lo tanto, la desnudez era un signo de dignidad y no de vergüenza.

De los desfiles de faloforia en el antiguo Egipto, pasamos a la Grecia clásica y a la Edad Media, cuando surge un desprecio por el cuerpo. Fuente de pecado para los místicos medievales, el cuerpo obstaculiza la espiritualidad y la racionalidad. Será en el Renacimiento cuando la visión del cuerpo se hace más objetiva hasta convertirse, hoy en día, en un objeto más de consumo o de exhibición, como la exposición de cadáveres de Gunther von Hagens que ha recorrido el mundo.

Pero, es en los campos de concentración y de exterminio nazi donde el cuerpo se deshumaniza y es reducido a la condición de lo que G. Agamben, en la estela de W. Benjamin y M. Foucault, denominó «nuda vida» o vida desnuda de los tiempos modernos. Seres reducidos a su condición biológica donde la existencia es despojada de todo valor político, de todo sentido ciudadano. El campo de concentración o de exterminio es el espacio más radical donde se ejecutan las biopolíticas contemporáneas; donde la vida, privada de todo derecho, puede ser objeto de todos los experimentos.

Ha sido Agamben quien relacionó la biopolítica con el origen del Holocausto. El lazo que componen bios y política representa el cuerpo como viviente, y es el poder quien decide si la vida merece ser vivida o no. Política que convierte el cuerpo en una cuestión de poder, como suponer una raza superior. Categorías como biopoder y biopolítica intentan dar cuenta del cuerpo humano como un texto en el que se inscriben las prácticas sociales e institucionales. Foucault sostiene, en su método genealógico, que la mirada médica es la responsable del surgimiento de la sociedad moderna como programa punitivo. De esta mirada sobre el cuerpo, surgen los registros, los expertos, las instituciones, que dejan sus huellas sobre él. Al marcar el cuerpo generan una nueva subjetividad en la que éste se transforma en un texto donde la historia deviene en su escritura.

Para Foucault, biopoder es el poder sobre los cuerpos. También propone con el concepto de biopolítica lo siguiente: «Tras la anatomía política del cuerpo humano instaurada en el siglo XVIII, a finales de ese mismo siglo, se ve aparecer algo que ya no es una anatomo-política del cuerpo humano, sino algo que yo llamaría una biopolítica de la especie humana» [1]. Los cuerpos en los campos nazis están ahí para dar un testimonio del control sobre ellos: del biopoder a la biopolítica. Lugar de un experimento sobre los límites de lo humano.

Introducir la categoría de biopolítica amplía el horizonte de un decir acerca del cuerpo. Podríamos pensar que atender a la dimensión subjetiva y a lo que supone la reducción del cuerpo a nuda vida situaría una dirección de la cura que no ignora el dominio que la política y la ciencia ejercen sobre el cuerpo.


  1. Foucault, M., Genealogía del racismo, La Piqueta, Madrid, 1992, p. 251.