Jorge Castillo
EOL (Córdoba)
El hombre interviene su cuerpo de forma similar a aquella en que los artistas intervienen los objetos cotidianos: lo pintan, lo cortan, lo perforan, lo atraviesan, lo queman, le añaden otros objetos.
Esto es así en todas las civilizaciones, desde que el hombre es hombre, o sea desde que existe el lenguaje. No se trata de un fenómeno aislado sino de un hecho de estructura. Hay una insuficiencia de la imagen del cuerpo para responder a la pregunta «¿quién soy?» La cosmética puede entonces funcionar como una suerte de ortopedia para reconocernos en la mirada del Otro. Una ayudita a la identificación. Para hacer el amor y para ir a la guerra. Como una viejita que decía haber empezado a pintarse los labios para que no la confundiesen con un viejito.
La cosmética puede también servir para hacerse pasar por lo que uno no es o para escabullirse sin ser visto. Para engañar al Otro, para causar su deseo, su ira o su temor. Se trata de una satisfacción ligada a la imagen del cuerpo que la cosmética puede ayudar a dialectizar, a entrar en el juego significante, haciendo signo de las marcas en ese cuerpo.
En la era de la biopolítica, sin embargo, asistimos a fenómenos en los cuales es difícil encontrar las huellas de la significación. Los desarrollos de la cirugía, la ingeniería genética y la química farmacológica producen nuevos tipos de intervenciones sobre el cuerpo que es ahora la mercancía privilegiada. Dime el tamaño de tus tetas, la blancura de tus dientes o la cantidad de tu cabello y te diré quién eres y cuánto vales. «Te lo diré… ¡Al menos por un instante!». Se compran y se venden identificaciones descartables con cuerpos que se deforman a voluntad. En el falso discurso del capitalismo, la inacabable gama de objetos postizos, se ofrecen como la sutura mágica para la herida más profunda.
Más allá de los ideales plásticos del mercado, encontramos también un uso desaforado de esos objetos. Deformaciones, en algunos casos monstruosas, que parecen incluirse en un tratamiento del goce que no cuenta con el falso agujero de la castración por el cual el Nombre del Padre da su consistencia al cuerpo. Quehaceres del cuerpo sobre el cuerpo, rosca sin fin en la que una cirugía llama a la otra.
No existe la opción: diván o bisturí, sin embargo, en lo que al psicoanálisis respecta, las manipulaciones químico-quirúrgicas pueden tomar el valor de acontecimientos de cuerpo a condición de que eso se enlace con la lengua de cada uno. El espacio analítico con su artificio de palabra puesta en transferencia, vale decir, la palabra que puede recortar un objeto, restituye al sujeto un cuerpo para gozar. Es una chance para hacer de la vida una experiencia un poco más soportable con un uso inédito y singular de la cosmética.