Heloisa Caldas

EBP (RJ)

Hace poco tiempo, una noticia sobre la prevención médica conmovió al mundo. La famosa actriz Angelina Jolie, después de realizarse un examen genético que predijo probabilidades futuras de desarrollar un cáncer, se sometió a una mastectomía doble. Una edición reciente de la revista Time alerta sobre el «efecto Angelina» basándose en la visibilidad en relación con la prevención médica puesta en escena.

No podemos juzgar la decisión subjetiva de Angelina. El sujeto emerge de acuerdo con el modo en el que cada uno enfrenta el saber de su época, así como la mayoría de las decisiones subjetivas solo pueden ser tomadas a partir del saber del tiempo en que se está viviendo. Cuanto más se habla de los avances de la ciencia, más crecen las demandas de sujetos alienados por los milagros de la medicina. Se trata de la oración contemporánea a la Diosa Ciencia, a la espera de que tenga en sus manos el control total del cuerpo.

¿Qué produce la transmisión maciza de los avances de la ciencia todavía tan frágiles? Una demanda de garantía. Ese será, probablemente, el mayor «efecto Angelina»: el recrudecimiento del llamado al saber científico sin considerar su forma cientificista de difusión que se produce no tanto por el descubrimiento de las investigaciones, sino como consecuencia de su asociación con los intereses del capitalismo.

Para el psicoanálisis, lo real del cuerpo no solo se distingue de aquello que lo organiza como imagen dada a ver sino que además no se confunde con la inscripción simbólica de ese cuerpo en los lazos sociales. Tales registros se enlazan con lo real del cuerpo que reside en el hecho de que, más acá y más allá de la subjetivación que hace del cuerpo un objeto que se «tiene», el cuerpo existe como campo de goce. Se trata de un goce que no se puede dominar ni construir en su totalidad; un goce que, inexorablemente, busca otra satisfacción situada más allá de la demanda que la anima.

A partir de las consideraciones anteriores, quiero destacar otro efecto del conocimiento científico contemporáneo, que se expresa en la clínica a través de manifestaciones de culpa que dificultan el luto que algunos necesitan hacer después de accidentes o cirugías que, a diferencia del caso de Angelina Jolie, no ocurrieron por opción sino que respondieron a contingencias. El cáncer puede ser una de ellas. La contingencia del acontecimiento del cuerpo debida a la pérdida de una de sus partes exige un delicado trabajo de reordenamiento de los tres registros en los cuales el cuerpo se sitúa. Lo que se puede imaginar del cuerpo, lo que se puede hacer con él, nunca más será lo mismo después de un acontecimiento de ese orden. Es necesario reconstruir un nuevo saber para vivir y lidiar con este cuerpo.

El accidente traumático empuja naturalmente al trabajo psíquico de someterlo a una lectura que lo legisle. Se crean argumentos que justifican una causa anterior al hecho. El sujeto puede suponer que no le prestó atención a ese hecho a tiempo. De ahí surge la culpa de que eso se podría haber predicho, previsto y, por lo tanto, evitado. Ese prefijo «pre» atormenta al sujeto en el futuro anterior imposible del trauma, al mismo tiempo que nutre a un superyó feroz y exigente, sostenido por los ideales de la prevención.

Podemos mencionar también algunos otros efectos de las divulgaciones científicas: dificultan la experiencia con la contingencia que permite el duelo y la revitalización de la libido en nuevas formas de vida; paralizan a los sujetos en la mirada vigilante y acusadora de un Otro que tiene la posibilidad de ver y saber todo. Lo real del cuerpo es justamente el punto en que, delante del Otro inconsistente –S(/A)–, la vida se escurre y necesita ser vivida en lugar de ser menoscabada para evitar pérdidas.


Traducción: Laura Arias