Vilma Coccoz

ELP

Exploramos la clínica actual con la concepción del sínthoma como acontecimiento del cuerpo, un compuesto trinitario que sólo nuestra afilada clínica consigue desenredar para ofrecer al sujeto de la experiencia analítica una orientación lógica en la vida.

La neurosis obsesiva, laberíntica, compleja, de múltiples variantes, ha constituido desde la época freudiana una fuente de dificultades y de sustanciales avances doctrinales. La tesis de que la defensa consigue romper la conexión entre la representación y el afecto continúa siendo el eje esencial, aún con reformulaciones y ampliaciones. ¿Su causa? La respuesta subjetiva a un «exceso» que Lacan llamará objeto a y cuya traducción corporal es la angustia. La eficacia de la intervención de Freud en el análisis del «trance» del Hombre de las ratas consigue molestar la defensa y abrirlas puertas del inconsciente restableciendo la conexión perturbada. Pero es en «la obsesión de adelgazar» donde el acontecimiento en el cuerpo traduce uno de los signos de la posición subjetiva, la mortificación, en la forma de impulso al suicidio «cuya sola exposición ‒dice Freud‒ casi equivale al análisis».

La clave de salida de la intrasubjetividad no puede producirse sin angustia, sin «el doloroso camino de la transferencia» que convoca al sujeto a resignar los medios de la defensa. El afecto que no engaña puede orientarle en la búsqueda de la verdad de la causa a partir de la encrucijada que se revela en el cuerpo. Pero muchas veces, el cuerpo se hace presente en forma de síntoma hipocondríaco, pero no como mensaje a descifrar sino como turbación, como un desbaratamiento de la potencia que demanda un auxilio inmediato. El sujeto, aún en análisis, puede optar por una vía no analítica para yugular ese oráculo de la angustia. El síntoma toma el valor de una negación del cuerpo que lo ausenta del dispositivo, vuelto así impotente para atrapar lo real.

Es frecuente que la demanda de análisis tenga su origen en la imposibilidad de una elección. Era el caso de R: la división del objeto le evitaba enterarse de la propia. Una vez advertido, hablará de sí mismo como una «momia» que no siente ni padece, «un muerto viviente», encarcelado en sus inhibiciones. «Salir del sarcófago» supuso abandonar su tendencia a la ubicuidad, su tratos y contrabandos. Por primera vez, después de veinte años, se haría tratar el dolor constante de una lesión originada en el momento de expulsión de su único hermano del hogar familiar, ratificada entonces su condición de elegido en el deseo del Otro. El síntoma incrustado en el cuerpo, sello del autocastigo, escribía su muda condena por un goce ignorado.

El cuerpo puede ser una obsesión. Impedido el disfrute por el asma infantil, R. diseñó mentalmente el cuerpo perfecto y se sometió a una rígida disciplina alimentaria a la vez que se convertía en deportista de élite. Pero la potencia de su autocontrol comenzó a turbarse, lesiones y contracturas asediaron al someterse a los imperativos del «mejor» entrenador, figura del capitán cruel. Verdadera ceremonia moderna de expiación, la disciplina de purificación del cuerpo sacrificado a los ideales cubría el fondo de un estrago que le había arrebatado el camino a la feminidad.

El cuerpo puede ser movido por ceremoniales, coaccionado por rituales, sometido a la tiranía de la contabilidad del goce en las hazañas. Puede mostrarse extenuado o inhibido por la vigilancia del superyó, figurarse como ídolo en la exhibición narcisista del acting out, volverse estatua ante el dilema de una elección, o ser masacrado por compulsiones y pasajes al acto. El cuerpo, en la experiencia de la subjetividad obsesiva, revela la acción de la cizalla del inconsciente, un pensamiento que llega a embarazar el alma. [1] En la UEL, [2] el alma no es lo opuesto al cuerpo sino las ideas que nos hacemos sobre él. Es el cuerpo imaginario, los pensamientos sobre el cuerpo. Y éstos no saben qué hacer con ese exceso que irrumpe por el inconsciente…

En el mejor de los casos, tomará la forma de un misterio que conducirá los pasos del parlêtre hasta la consulta de un analista.


Notas

  1. Según lo explica Lacan en «Televisión».
  2. Última enseñanza de Lacan.