Fernando Vitale

EOL (Bs. As.)

Integrantes: Eduardo Benito, Graciela Chester, Viviana Fruchtnicht, Cecilia Gasbarro, Jose Lachevsky, Esteban Klainer, Jose Luis Tuñon y Fernando Vitale.

Dado que es la noche de presentación del VI Enapol, diré algunas palabras sobre el título del mismo.

En primer lugar, nos parece absolutamente convergente con el trabajo que vienen desarrollando las Escuelas a partir de la orientación que Miller planteó como verdaderos proyectos de investigación, tanto para el último Congreso que se desarrolló en Buenos Aires, «El orden simbólico en el siglo XXI. No es más lo que era. Consecuencias para la cura», como para el próximo que se va a realizar en París, «Un real para el siglo XXI». Como lo planteó Miller, se trata una vez más de la puesta al día de nuestra práctica en las coordenadas inéditas en las que se desarrolla en este siglo XXI, cuando los semblantes que más o menos ordenaban la estructura tradicional de la experiencia humana van quedando fuera de juego de la mano de las incidencias del capitalismo y del discurso de la ciencia a una velocidad vertiginosa. Es una oportunidad entonces para que el psicoanálisis, que acompañó ese movimiento, se repiense a sí mismo.

El sesgo que elegimos fue por eso la orientación clínica. Como planteó Eric Laurent el año pasado en el Coloquio sobre Sutilezas analíticas, como no somos filósofos, en el psicoanálisis solo podemos empezar a intentar entender la cosa cuando podemos dar una transcripción clínica de lo que decimos. Creo que si no, corremos el riesgo de quedar atrapados en un laberinto y nos perdernos entre la pura perplejidad y la repetición vacía.

Comenzamos entonces trabajando desde esa perspectiva las referencias del texto de presentación de Eric Laurent.

Tengo que hacer una aclaración ineludible. Con varios de los colegas que participan en esta investigación, venimos trabajando el tema en cuestión hace ya bastante tiempo. En el curso que da J. C. Indart en la EOL, hace ya algunos años, discutimos casos bajo la denominación de clínica del discurso universitario. Con ese título, lo que se intentaba pensar, era el hecho de que se iba constatando cada vez con más nitidez que el nuevo estatuto de los síntomas y de las identificaciones que los pacientes traían a la consulta, no podían ser leídos a partir de la referencia al discurso del inconsciente como discurso del amo antiguo. Muchas cuestiones podían ordenarse mejor, leídas a partir de lo que Lacan había nombrado como el nuevo estatuto del discurso del amo contemporáneo. Podemos decir hoy que eso estaba en estricta articulación con el subtítulo de nuestro Encuentro: «la crisis de las normas y la agitación de lo real». Se constata que los cuerpos femeninos abandonados de las referencias edípicas tradicionales, reducidos al estatuto de unidades de valor en el mercado, aparecen cada vez más sometidos al orden de hierro de la gestión burocrática productora de normas enloquecidas; es decir, lo que Eric Laurent llama la tiranía de la presión identificatoria actual. Creemos que detectar ese cambio de discurso es clave en la orientación clínica. Eso desembocó en un ciclo de noches que realizamos en la Escuela en el 2008 sobre psicosis ordinarias y del que se hizo una publicación.

En el año 2010, realizamos otro ciclo de noches cuyo título fue: «Síntoma y frustración, casos de mujeres».

Me había encontrado con una referencia que Miller había puntuado cuando presentó el Seminario 4 y que era la siguiente: Lacan planteaba allí, como uno de los avatares posibles de la pulsión, el de quedar confinada a convertirse en un intento límite de compensar e intentar aplacar lo que puede tener de insoportable la decepción experimentada en lo que llama el juego simbólico de los signos de amor. Releída, nos pareció una referencia útil para intentar explorar la prevalencia inusitada que iba tomando en la clínica femenina, los llamados trastornos de alimentación. Como ha planteado también E. Laurent, solo el repaso de nuestras rutinas puede permitirnos acercarnos a lo que escapa, y por ello nos dedicamos a repasar las sucesivas relecturas que hizo Lacan del Edipo femenino. Presenté un resumen muy apretado de lo alcanzado en el trabajo realizado en esas noches, en las jornadas sobre «El amor y los tiempos del goce» a la que puse por título: «El goce y los tiempos de la frustración».

No puedo extenderme en esto, pero vale la pena subrayar que eso que Freud ubicaba como la particular sensibilidad femenina a la decepción amorosa fue reformulado por Lacan como inherente a las características propias de un modo de goce que no puede sino pasar por alguna forma de ejercicio posible del amor en el lazo con el partenaire.

Otra de las cuestiones que recortamos era el estatuto problemático de lo que llamamos la identificación al falo en la clínica femenina actual; es decir, aquello que aprendimos como lo que el puerto seguro de la entrada de la niña en el Edipo le permitía por la intermediación de la identificación al padre, poder subjetivizar. Lo que muchas mujeres hablan con sus cuerpos y con sus síntomas, es que eso que llamamos el manejo de la mascarada, en tanto velo de la falta que pone en marcha los juegos eróticos en relación al partenaire, queda subsumido en muchos casos a un sometimiento infernal a la tiranía de rutinas y puras instrucciones de saber desarticuladas de la identificación al falo propiamente dicha.

En relación a este punto, nos ha resultado interesante detenernos en algo que Lacan plantea en el último capítulo del Seminario 18. Es recién allí que considera contar con la articulación que le permite despejar con claridad lo que hace que aquello que llamamos el falo y el Nombre del Padre se nos presenten como indiscernibles en nuestras argumentaciones teórico-clínicas. Dicha articulación, nos dice, la obtuvo dejándose guiar por la clínica de la histeria. Sin la histérica nunca hubiera podido dar con la escritura de lo que va a llamar el goce fálico como función y nos dice que Freud nos conduce allí ya desde sus primeros «Estudios sobre la histeria». Va decir, entonces, que el goce fálico es aquello que el lenguaje denota sin que nunca nada responda por ello. De ese goce opaco no saldrá nunca ninguna palabra y que fue por eso que primeramente la histeria lo había conducido hasta la metáfora paterna y su anudamiento a la ley; es decir, al llamado que realiza a que algo responda en lugar de eso que en sí nunca va a decir absolutamente nada.

Eso nos permite distinguir lo que llamamos las identificaciones al falo a las que por la mediación de su amor al padre una mujer puede anudarse en tanto respuestas a eso que nunca le dirá nada, de las vicisitudes de la confrontación traumática con el goce fálico en tanto tal y los acontecimientos de cuerpo que resultan de ello. A esas respuestas, por su parte, la histérica siempre se acomodó incomodándose, como dice Lacan en el Seminario 17, y por eso mantuvo en la institución discursiva el cuestionamiento de que ninguna de ellas era respuesta a la relación sexual en tanto tal.

Podemos afirmar entonces que lo que vemos hoy más claramente es la puesta a cielo abierto de esa confrontación traumática y las nuevas invenciones que cada cuerpo de mujer va encontrando frente a eso más allá del tradicional ordenamiento edípico.

Concluyo con una pregunta: como plantea el texto de E. Laurent, ¿a qué responde la relectura de la histeria que Lacan realiza en su última enseñanza?, ¿por qué se vuelve a detener en ello?, ¿se puede pensar la histeria sin el Nombre del Padre?

Seguimos en esa cuestión y en el segundo cuatrimestre vamos a discutir casos desde esa perspectiva.