Angélica Marchesin

EOL (Bs. As.)

El autismo requiere orientarse sobre el cuerpo y la lengua, pero a los fines de este trabajo me centraré sólo en el cuerpo, a propósito de la propuesta del VI Enapol. En psicoanálisis el cuerpo es algo a construir, y Lacan [1] expresa el uso del verbo «tener»: uno tiene un cuerpo, pero no lo es en ningún grado. Tal afirmación lleva a argumentar por qué no hay atribución de un cuerpo en el autismo.

Algo distingue a simple vista el cuerpo de un autista de otro cuerpo: el aspecto exterior ‒como lo llama Heidegger‒ se vuelve estático a la apariencia, sin un movimiento orientable a determinado acto. El autista toma el cuerpo del otro, la mano del analista, y la dirige a su objetivo, como encontrando en ese otro cuerpo la fuerza vital que no tiene.

Desde Freud los fenómenos de cuerpo muestran que la pulsión no está domesticada. La pulsión tiene un pie en el cuerpo; perspectiva que se amplía cuando Lacan hace de la pulsión un movimiento de llamada a algo en el Otro, el objeto a. La pulsión representa un circuito, apoyada sobre un borde constante y hace un giro, contorneando el objeto a. Él, como vacío topológico, es el hueco necesario para cerrar el circuito de la pulsión. En lo relacional el autista no accede al Otro en la trayectoria circular de la pulsión, el objeto a queda en el campo del sujeto, como efecto, su economía propia presenta un funcionamiento autista. En esta instancia de la enseñanza de Lacan, el autismo se explica como forclusión de la falta. Miller llama fenómenos psicóticos del cuerpo cuando la pulsión emerge en lo real y atraviesa el cuerpo; así, propone reconocer en los fenómenos de cuerpo la pulsión que pasó a lo real. [2]

En el Seminario, De un Otro al otro, el objeto a le resta completud al Otro. Y en ese objeto a, que tiene la sustancia de agujero, las piezas desprendidas del cuerpo se moldean a esa ausencia, aclara Miller.[3] El objeto a impone una estructura topológica al Otro, es un agujero que posee bordes. Y atrae, condensa y captura ese goce informe. En el autista el goce informe no es capturado por ese agujero con borde que daría forma al goce, que está por doquier por la ausencia de ese objeto condensador de goce. Ese espacio vacío en el que los fragmentos de cuerpo podrían ubicarse está forcluido.

He ahí que en el espacio en el que vive su cuerpo no hay diferencias entre el adentro y el afuera, ambos se presentan sin una interrupción espacial. El objeto no es éxtimo, es un sujeto que se constituye de pura superficie, una banda de Moebius sin agujeros. El espacio tiene la propiedad ‒cito a Laurent‒ que un objeto visto a 300 metros de distancia y otro que el niño dispone en la mano, sean uno y el mismo. No teniendo esa noción de distancia, el sujeto intenta agarrar el objeto de la calle a través de la ventana. Alterada las coordenadas espacio-temporales, el sujeto se golpea al pasar por un lugar con obstáculos, como prueba que no puede mantenerse a distancia de los objetos, a ellos los confunde con su cuerpo, y lo que asegura esa función es el objeto a .

En «La tercera», Lacan señala que no hay estatuto simbólico del lenguaje sin la incorporación del falo por el cuerpo. El cuerpo autista arrinconado refleja corporalmente la dificultad para sostener una postura erecta: hay ausencia de copulación del falo con el cuerpo y el lenguaje. En el autista hay forclusión del falo ‒intermediario entre el lenguaje y el goce del cuerpo‒, no hay investidura libidinal, su goce no obedece al régimen de la castración.

En el nudo borromeo, imaginario, simbólico y real integran al falo, y los tres en la dimensión de su agujero como real. La última enseñanza de Lacan da cuenta del agujero, [4] se trata de dar existencia, por el efecto de agujero, al puro no hay. La primacía del Uno es el goce del cuerpo «propio», antes el objeto a era un presentimiento de esto, forjado por Lacan en la experiencia analítica como goce pulsional, exterior al fálico. Miller aclara que es un goce no edípico. Surge en el autista la dimensión de un goce del cuerpo que escapa a su dominio, indócil al significante, al que rechaza.

En lo que hace a la raíz del autismo, una hipótesis está basada en la primera enseñanza como la forclusión de la falta y otra que supone ‒como la enunció Laurent‒ la forclusión del agujero. En el primer caso, la falta se sitúa en el nivel del ser. El agujero, en cambio, está en el nivel de lo real. Así es como con Lacan es posible avanzar en el abordaje de una clínica de lo real en el autismo: extraer las consecuencias de ese Hay de lo Uno, fórmula que permite despejar como real esencial la iteración. [5] La secuencia en el tratamiento sería primero un abordaje enlazado al cuerpo, luego la admisión de S1, en el intento de cernir una topología de bordes. Si dispone de este recurso, que los S1 comanden el cuerpo, el autista podrá inventar un modo de ligarse a su cuerpo.


  1. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006.
  2. Miller, J.-A., Embrollos del cuerpo, Paidós, Bs. As., 2012, p.116.
  3. Miller, J.-A., Iluminaciones profanas, Curso de la orientación lacaniana, clase del 23 de noviembre del 2005, inédito.
  4. Miller, J.-A., El ser y el Uno, Curso de la orientación lacaniana, clase del 2 de marzo del 2011, inédito.
  5. Ibíd., clase del 18 de mayo del 2011.