Darío Galante

EOL (Bs. As.)

Un acontecimiento del cuerpo puede ser la posibilidad de un cambio. Sin embargo, a partir de esta condición es imprescindible establecer un espacio en el que algo de ello pueda escucharse. En este punto es fundamental la posición del oyente.

La clasificación por trastornos es el resultado de una conjunción entre fenómenos y tiempo en las que el detalle de cada consulta se pierde en la homogeneización estadística.

En otra dimensión ubicamos el diagnóstico que puede hacer un psicoanalista ya que éste implica una construcción que va más allá del acontecimiento. Para el psicoanálisis dicho suceso es subjetivado de un modo particular en cada caso y se ordena de manera diferente si el mecanismo defensivo en juego es la represión, la desmentida o la forclusión.

Tanto las crisis de las normas como la agitación de lo real promueven nuevas presentaciones clínicas signadas por un empuje a lo impulsivo.

En este punto, las psicosis nos enseñan algo más sobre el cuerpo. Podemos investigar entonces las consecuencias de la irrupción en el cuerpo de lo que no puede ser metaforizado en el discurso, tendremos así la oportunidad de avanzar en una clínica de los desencadenamientos y las estabilizaciones en las psicosis.

Por ejemplo, logramos cierta elucidación en aquellos casos de psicosis no desencadenas, bien amalgamadas en los ideales familiares y que en determinado momento sin que nadie lo sospechara parecieran estallar.

La disociación entre cuerpo y significante también puede ser funcional a ciertas estabilizaciones. Muchas psicosis se mantienen estables en el tiempo porque el cuerpo no está comprometido en un devenir.

En este sentido nos preguntamos cómo escuchar lo que en el cuerpo habla en las psicosis y cómo intervenir con las implicancias corporales de la irrupción de un padre en lo real.

Por ejemplo, en el caso de la manía nos encontramos con determinados pasajes al acto tales como las automutilaciones, tan presentes en los tatuajes o en ciertos aros que funcionan como deformadores de orejas y en una vasta gama de fenómenos de violencia que pueden funcionar como punto de capitón momentáneos. Son expresiones de un cuerpo afectado por el rechazo del inconsciente, un goce que invade al cuerpo sin mediación simbólica.

En el modelo freudiano de la manía podemos encontrar una vía para investigar la relación entre la caída de las normas y algunas soluciones que implican un cuerpo no atravesado por el significante. La tesis freudiana establece en el campo económico una alteración entre el yo y el ideal. De algún modo se rompe una barrera, entonces el ideal no funciona como límite. Lo que revelan los accesos maníacos es un cuerpo escindido de los ideales.

¿Dónde juega, pues, el psicoanálisis su partida? En escuchar lo que habla en los cuerpos, sin delirar desde ya. Escuchar lo que vuelve siempre al mismo lugar y las incidencias de esa repetición en los desarreglos que el lenguaje le impone al ser hablante. Eso que habla requiere de un Otro que medie entre el cuerpo y el sujeto.