Lúcia Grossi

EBP (MG)

Dostoievski es un escritor que al mismo tiempo agradó y perturbó a Freud. Para él Los Hermanos Karamazov es la más bella novela hasta ahora escrita. Reconoce en Dostoievski una percepción profunda de la dificultad para reconciliar las exigencias pulsionales del individuo con las reivindicaciones colectivas. «Él podría haberse tornado maestro y libertador de la humanidad pero se unió a sus carceleros. Su neurosis lo condenó al fracaso», afirma Freud.

Freud demuestra que el eje de la neurosis de Dostoievski sería el deseo parricida y su punición. Enumera varios rasgos sintomáticos: la simpatía por lo criminal, la generosidad con los rivales, la pasión por el juego, las deudas, la sumisión al Padre, el masoquismo moral. Son características frecuentes de la neurosis obsesiva, del conflicto entre el Yo y el Superyó. Se destaca un rasgo que concierne al cuerpo y que siempre estuvo más ligado al campo de la histeria: Dostoievsky era epiléptico. Apoyado en la presencia de este cuerpo convulsivo, Freud afirma que se trata de una histeria grave.

Freud distingue la epilepsia orgánica de la epilepsia afectiva y dice que la reacción epiléptica está al servicio de la neurosis, transformándose en un síntoma de la histeria. Él tiene una visión funcional de la crisis epiléptica: sería un mecanismo orgánico para la descarga pulsional anormal (exceso pulsional). Según él, los antiguos médicos describían el coito como una pequeña epilepsia. El acto sexual sería una adaptación del método epiléptico de descarga.

Esa aproximación entre el ataque epiléptico y las reacciones corporales durante el acto sexual nos recuerda un fragmento de la música de la artista brasileira Rita Lee, en su canción «Amor y Sexo»: «El amor nos torna patéticos, el sexo es una selva de epilépticos…»

Una convulsión sería entonces una forma de gozar del cuerpo. Tiene valor de descarga, pero no es como el acto sexual que pasa por el cuerpo del otro, y ni siquiera es como la masturbación que acciona a los genitales, o sea, que se localiza de algún modo. El ataque epiléptico es un fuera de sentido absoluto. Es la emergencia de lo real del cuerpo. Es un cuerpo puro descubierto de la imagen que debería recubrirlo y desprovisto de un sujeto que responde, es lo vivo del cuerpo sin la marca de la significación fálica.

El cuerpo convulsivo en Dostoievsky es pensado por Freud bajo la óptica de «Tótem y tabú». Según Freud: «dentro del aura del ataque es vivenciado un momento de beatitud suprema, que muy bien puede haber fijado el triunfo y la liberación por la noticia de la muerte, a los que siguió en el acto el castigo tanto más cruel. Una sucesión así de triunfo y duelo, festividad y duelo, la hemos colegido también entre los hermanos de la horda primordial que asesinaron al padre» [1].

Así, en el mundo freudiano, la crisis epiléptica evocaría el goce y la culpa. Se trata de un régimen de goce que supone un Otro consistente en la figura del padre terrible, recompuesto por el Padre, el zar que castiga a Dostoievski y por eso es amado.

¿Cómo pensar hoy este cuerpo convulsivo, en el tiempo lacaniano de la destitución del Otro? [2] La sustitución del sujeto del significante por el ser hablante, trae la experiencia del cuerpo al primer plano. Lacan afirma que el ser hablante adora su cuerpo y ese Un-Cuerpo es su única consistencia. Consistencia mental, afirma Lacan, pues ese cuerpo sale fuera de todo tiempo, aunque él no se evapore [3].

Entonces, dejo una cuestión para nuestro debate, a partir de la noción del cuerpo del ser hablante. ¿La convulsión podría ser pensada como una forma de salir fuera del cuerpo y al mismo tiempo mostrar una presencia: absoluta, brutal, descontrolada, real?


Traducción: Cecilia Parrillo

  1. Freud, S., «Dostoievski y el parricidio», Obras Completas, t. XXI, Amorrortu, Bs. As., 1994, p. 183.
  2. Miller, J.-A., Perspecyivas do Seminário 23 de Lacan. O Sinthoma, Rio de Janeiro: Zahar, 2010, p. 110.
  3. Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 64.