Vera Gorali

EOL Buenos Aires

«Lo real de lo derecho es lo torcido» afirma Lacan y abandona el espacio euclidiano para sumergirnos en esa otra especie de espacio que nos funda el cuerpo: la topología nodal.

La geometría euclidiana es propia de los ángeles, no tiene cuerpo. Sus figuras se vuelven necesarias y eternas. Triángulos, esferas, líneas y puntos son abolidas en su realización efectiva para erigirse en conceptos abstractos e inmutables, atemporales.

La geometría nodal, en cambio, es contingente e incluye el tiempo. Esto es palpable cuando consideramos el despliegue sucesivo de sus dibujos. Sus figuras multiplicadas pueden replicar un mismo anudamiento pero lo que importa son las diferencias materiales de su reproducción. Es el modelo de una escritura sin sentido que no proviene del significante.

Este nudo deformable, una vez desplegado, está provisto de ex -sistencia. Por esta característica la topología queda definitivamente ligada a lo real y nos libera de «la música del ser» y de sus deshabitados horizontes. Hay lo Uno del significante sin estructura y su insistencia de goce encarnado en la consistencia material, en las diferentes formas en que se puede escribir una misma emisión de voz. «Ailouno» o «aailo uuno«, por ejemplo.

La intersección de lo simbólico con lo imaginario o sea del cuerpo con la palabra, que paradójicamente Lacan sostiene hasta el Seminario El Sinthome, es productora de sentido. Esta concepción está en sintonía con la idea de la pulsión como eco en el cuerpo de un decir. El problema que queda sin resolver en dicho Seminario es que en la clínica lo real del síntoma, ubicado por afuera de la conjunción simbólico-imaginaria, no puede entonces ser alcanzado por la interpretación simbólica aun si ésta utiliza el equívoco significante ‒que no deja de ser un uso particular del doble sentido.

Sobre esta construcción avanza Lacan sus renovadas propuestas respecto de la experiencia analítica, apoyado en la constatación de la disyunción de las palabras y las cosas.

A lo largo de los Seminarios 24 y 25, el psicoanálisis es definitivamente considerado como una práctica (y no una ciencia), en la que participan dos. Consiste en que el analizante dice lo que se le ocurre y Lacan propone rescatar esa palabra vacía de sus primeros Escritos, palabra agujereada, que materializa en el toro, dándole cuerpo. Y al analista le cabe la responsabilidad de un nuevo uso del significante que haga resonar otra cosa que el sentido. Recurre a la poesía para demostrar que la palabra puede tener efecto de sentido y también efecto de agujero, el de una significación vacía, el agujero en lo real de la relación sexual que no existe. La manipulación interpretativa borromeana implica eliminar un sentido, el sentido común, por un forzamiento del significante.

Es un viraje importante pues supone otorgarle primacía a lo imaginario que está incluido en lo real. No es el imaginario de la forma adorada del cuerpo, de lo bello sino un nuevo imaginario, carente de sentido. «Se recurre a lo imaginario para hacerse una ida de lo real». [2]

Este imaginario rompe con el nombre del padre e introduce un nuevo problema: ¿cómo imaginar lo real? A esto responde un nuevo hecho clínico: la inhibición. En el nudo borromeo, ésta se ubica en la hiancia de lo imaginario y lo real. Somos inhibidos a la hora de imaginar lo real.

Para concluir, una indicación de Lacan: no hay que pensar sin el cuerpo y para eso hay que «romperse la cabeza». [3]


  1. Desarrollo inspirado en el Curso de la Orientación Lacaniana impartido por J.-A. Miller en 2006-2007.
  2. Lacan, J., Seminario 24, «L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre», (1976-1977), Clase del 16 de noviembre de 1976, inédito.
  3. Lacan, J., Seminario 25, «El momento de concluir, seminario», (1977-1978), Clase del 15 de noviembre de 1977, inédito.