Anaëlle Lebovits-Quenehen

ECF (París)

Primera mirada
Lo que en una primera mirada salta a la vista en el Japón es que el Nombre del Padre parece existir como función. En el país del sol naciente, las mujeres se parecen a las mujeres (a la vez femeninas y elegantes, aunque estén muy a la moda o en kimono tradicional) y los hombres más frecuentemente a los hombres (con un pronunciado gusto por el uso del saco y la corbata). Escolares, colegiales y bachilleres llevan adorables uniformes (blazer con faldas plisadas para las muchachas, blazer y pantalones para los muchachos). La imagen de los cuerpos da así al gaijin, al extranjero, el sentimiento de un viaje en el tiempo –ese tiempo que los de menos de veinte años (y algunos otros) no pudieron conocer…

Esta repartición imaginaria de los sexos va hasta alojarse en el timbre de las voces: el de las mujeres es sorprendentemente agudo –evocando de buena gana la de Sylvia Bataille en Une partie de campagne– mientras que el de los hombres es, frecuentemente, más grave.

Agreguemos que de Kioto, la tradicional, a Tokio, la hipermoderna, aún se puede ver una cortesía y un pudor que desde hace mucho están olvidados en Francia –aunque estas dos virtudes nunca existieron aquí con tal intensidad. No se cruza ni mendigo ni «sin techo», no sorprende la menor disputa, los cafés y las estaciones son de una limpieza casi maníaca…

Entonces, en principio, todo parece presentarse como si en Japón la tradición no se hubiera conmovido por la modernidad. Y es tanto más sorprendente porque la modernidad que está allí es omnipresente. ¡Todo el mundo conoce a este respecto, al menos por reputación, los sorprendentes WC robotizados del archipiélago!

Aislados
Sin embargo, el Japón está golpeado por un mal invisible, del que el barrio de Tokio apodado «la ciudad eléctrica» (Akihabara Denki Gai) da una idea. Los jóvenes –hombres esencialmente y aquellos más bien desocupados– se reúnen entre ellos para jugar solos a los juegos de video y en las máquinas tragamonedas (las famosas Pachinko) que se les ofrecen en millares repartidas en los megastores de varios pisos. Un barrio de la capital está pues dedicado a los geeks, y son un buen número… Atrapados por las pantallas –verdaderos atrapa-miradas– e hipnotizados por el sonido lancinante de las máquinas, esos otaku («apasionados» por mangas, animaciones o juegos de todos los géneros) dejan imaginar lo que es la vida de aquellos que han renunciado a la sociedad de los hombres, aquellos a los que se les llama aquí púdicamente los hikikomori (los aislados), y que viven tan recluidos en su habitación que nadie los ve, ni el turista que va de juerga ni incluso sus propios padres.

Ese fenómeno de retraimiento es tan común en Japón que parece haber alcanzado hasta a la princesa heredera Masako, quien hace mucho tiempo sufre de una severa «depresión» de la que no puede recuperarse. Si la familia imperial reinaba hasta ahora sin que ningún escándalo hubiera llegado nunca a herir su crédito ni a sacudir su autoridad (según la mirada de los japoneses en todo caso), las cosas han cambiado recientemente. En verdad, la princesa no es más que una pieza llevada (como María Antonieta a Versalles), pero una pieza llevada, elegida por el emperador Akihito para entrar en la familia y asegurarse la descendencia (en virtud de los matrimonios arreglados que continúan haciéndose en la alta sociedad nipona). Si la opinión no va hasta acusar al emperador de haber elegido mal a su nuera, la mayor parte de los japoneses (ya que es sobre todo a las mujeres a las que este asunto apasiona) no tienen piedad para con la depresiva quien hasta ahora ¡no ha sido capaz de dar un delfín al país! Sin embargo, se está lejos aún de las travesuras de Lady Di y del príncipe Carlos, más lejos aún de las de DSK (Dominique Strauss-Kahn), pues la princesa peca allá más por exceso de privación que por el exceso de vida que caracteriza a veces a los poderosos y hace tanto barullo en Occidente.

En el país de Mishima, la vida es entonces tan suave y agradable para aquellos que están de paso así como les parece dolorosa a algunos autóctonos, más frecuentemente invisibles y, sin embargo, bien presentes. El goce Uno se fenomenaliza allí a cielo abierto por duplicado. Y si las salas de juego gigantes prosperan allí, los solteros célibes –y eso va sin duda a la par– están también allí en cantidad impresionante.

Avanzar enmascarado
Según un estudio reciente del gobierno, el porcentaje de solteros, en efecto, ha aumentado en estos últimos años. El 60% entre ellos, además, han respondido que nunca tuvieron una noviecita, y el 45% declaran incluso haber abandonado definitivamente la idea de buscar una. Pero si la vida en pareja es difícil, la soledad no es menos pesada, sin embargo.

Esos a los que les falta afecto están, por ejemplo, invitados a frecuentar bares para chatear, especies de cafés en los cuales se puede beber una copa acariciando a uno o varios felinos, según el humor del momento. Es esa una manera de aislarse suavemente, por un momento al menos, de la comunidad de los hombres sin renunciar sin embargo, totalmente, a la de los vivos. Y si bien no existe bar de perros en Japón, apuntemos que no es raro encontrar perros japoneses vestidos de pies a cabeza (y a veces con gran estilo, convengámoslo), paseados incluso en los cochecitos. Entonces, hay allí entre los humanos y algunos animales una relación que se presta a confusión.

Otra extrañeza (en la mirada de una francesa totalmente relativa): un japonés, de alrededor de treinta años, lleva una máscara sanitaria. Se trata, dice voluntariamente, de protegerse de las alergias al polen que proliferan en la primavera. Se nota por otra parte un recrudecimiento del uso de esas máscaras desde la catástrofe de Fukushima. Los japoneses prestarían así una atención particular a su salud… Pero cada uno sabe que las máscaras tienen un efecto limitado sobre las radiaciones. En cuanto al polen, cuesta creer que los japoneses sean tan masivamente alérgicos. Parece más bien que esas máscaras tienen una función menos confesable que la de permitir a los que las usan respirar mejor –quien haya llevado esa máscara sabe hasta qué punto se respira mucho peor con ella. ¿No se puede más bien ver en ello otra expresión de ese fenómeno de «aislamiento» del que los japoneses sufren tan masivamente en este momento? Si la máscara no hace desaparecer totalmente la cara de la mirada del otro, digamos que disimula las tres cuartas partes, dejando emerger solo una mirada. Ahora bien, la cultura japonesa objeta precisamente mirar a los ojos. Dicho de otra manera, el llevar la máscara

asegura al que la lleva que su rostro no es visible. Extraño «aislamiento» éste. El objeto mirada ha ascendido manifiestamente tan bien al cenit social que son cada vez más numerosos los que lo hacen. El pudor japonés, que evocamos al abrir nuestra propuesta, ha crecido quizás tanto y tan bien que habría virado hacia la inhibición. Miro en todo caso las obras del artista Kimiko Yoshida (1) (que giran esencialmente alrededor de máscaras, en diferentes culturas y tradiciones a través de las épocas) con una mirada nueva y veo allí ahora una interpretación de ese fenómeno del que es difícil tomar su entera medida si no se lo tiene ante los ojos.

La relación virtual sí existe
El goce del Otro ha revestido así, podemos suponerlo, un carácter bastante invasor para que sea necesario, para algunos, sustraerse de éste más o menos radicalmente. Es en esta perspectiva donde emerge en Japón el fenómeno de las «pequeñas amigas virtuales», disponibles en numerosas aplicaciones iPhone. Sin cuerpo, sin deseo ni goce, ellas colman a sus boyfriends de palabras suaves y de declaraciones de amor. Y, por su lado, sus boyfriends pueden partir de viaje organizado con ellas… Salida entonces de las decepciones amorosas, las malditas sorpresas, la contingencia desafortunada (aunque potencialmente feliz). ¡La pequeña-compinche virtual no miente, no engaña, no es una loca (ni loca del todo, ni aunque lo sea de otra cosa)! Se conocían a los Tamagotchi (especie extraña de pequeños animales de compañía virtuales, que invadieron un tiempo los cursos de recreación franceses, antes de extinguirse bruscamente). Se conocían también los Nintendogs… ¿Pero los franceses morderán el anzuelo de las girlfriends virtuales?

¿Irán a ver a la cantante japonesa Hatsuné Miku, también virtual, cuyos discos y DVD son clasificados como número 1 en el hit-parade nipón? ¡Su voz es sintética y su cuerpo (necesario durante sus conciertos) está constituido de un holograma en 3D! Esta estrella –a la que Marc Jacobs himself acaba de diseñarle el nuevo guardarropa –dará efectivamente tres conciertos excepcionales en el teatro de Châtelet en noviembre próximo…

Ingeniosos ingenieros (del Instituto Público Japonés de Tecnologías Industriales Avanzadas) trabajan asiduamente para poner en pie la primera mujer robot (el «gynoïde» que responde al suave nombre de HRP-4C), en la esperanza, sin duda, de liberarse del goce femenino (a veces un poco invasor, es verdad) y de gozar primitiva y definitivamente solo, dándose completamente la ilusión de vivir en armonía con el Otro sexo. Es necesario decir que, a pesar de las apariencias, las japonesas, a las que se encuentra tan femeninas (y que lo son indiscutiblemente si se las juzga por su imagen) adoptan, parece, comportamientos cada vez más apropiados para mantener a esos señores a distancia.

Mujeres y herbívoros
Esas damas hacen hoy estudios superiores y ocupan puestos de responsabilidad, pero ni más ni menos que en cualquier parte donde la democracia extiende su imperio. Sin embargo, ese fenómeno se acompaña de una tendencia de fondo de la sociedad nipona, puesta en escena en los mangas llamados «Ladies Comics«, que representan mujeres audaces y emprendedoras, y a veces, incluso, autoritarias –que maltratan sádicamente o esclavizan en ocasiones a sus compañeros de clase o a sus colegas de oficina. Softhard, incluso trash, otros mangas reveladores de las tendencias del momento, los «Boy’s Love» están, en cuanto a ellos, escritos y dibujados por mujeres muy jóvenes (frecuentemente adolescentes) y ponen en escena los amores homo de jóvenes varones afeminados.

En el nombre del padre o de su equivalente japonés, algunos títulos de esos géneros literarios ultra sulfurosos, sin embargo, han sido amenazados con la censura (en virtud del artículo 175 del Código Penal Japonés, que castiga las publicaciones más «indecentes»). Y un miembro de la prefectura de Miyazaki justificó así esas amenazas: «Si usted continúa alimentando esas representaciones de mujeres independientes, pronto las cosas irán en el sentido de la homosexualidad, lo que volverá el desarrollo natural [entiéndase hétero] mucho más difícil». ¡Por lo menos no pretende que sea fácil la relación con el Otro sexo!

En cuanto a los hombres, la socióloga Megumi Ushikubo nota en ellos una tendencia Soshokudanshi, literalmente «herbívora». Así designa ella a esos jóvenes sin ambición profesional ni apetito sexual, cercanos a sus madres, y demasiado atentos a la moda –muy poco samurái en el alma, en suma…

Así va la vida en el Japón. Y entre un megastore electrónico, un templo shinto, el museo de arte contemporáneo de Tokio –el «MO+»– y un muy zen karesansui (o «jardín seco»), es cierto que, cualquiera sea la mirada que se arroje sobre él, uno está penetrado por el extraño sentimiento de acceder, en live, a un pasado milenario y de entrever algo de nuestro porvenir. ¡Un retorno hacia el futuro, en suma!


Traducción: Alicia Dellepiane

* Texto publicado en Lacan Cotidiano 320, el 16 de mayo de 2013.

  1. Una de sus más bellas obras fue, recientemente, la tapa del número de la revista La Cause du désir «Femme parmi les femmes».