Cristina Drummond

EBP (MG)

Después de tomar el cuerpo como especular y como mortificado por el significante, Lacan formula que la conexión del goce con el significante está ligada al cuerpo. A diferencia de Freud que situaba lo traumático en la seducción, en la pérdida del amor, en la amenaza de castración, en el Edipo, en la visión de la escena originaria, Lacan afirma que hay un encuentro traumático y contingente con la lengua y que ese incidente tiene efectos sobre el cuerpo del ser hablante.

La formulación del síntoma como acontecimiento del cuerpo surge a partir de Joyce, porque implica un sujeto desabonado del inconsciente y una noción de inconsciente real. Para Joyce el ego hace suplencia a la idea de sí como cuerpo, un narcisismo del ego sustituye el narcisismo del cuerpo. Así, el síntoma no está en el cuerpo, ya que nadie es un cuerpo. Lacan escribe una barra entre S1 y S2 para indicar la existencia de una desconexión que elimina el efecto de sentido y produce el Uno como residuo.

Lacan se basa en el ejemplo de Hans y de Mishima para decir que el goce fálico es hétero, viene de fuera del cuerpo, «roba la escena» perturbando y poniendo a trabajar al sujeto. La fobia de Hans es su intento de localizar y dar sentido a ese goce. El tratamiento incesante que hace Mishima de la escritura y de las prácticas corporales busca unir las palabras a su cuerpo, y sabemos que, al final, la pulsión de muerte reina para él.

Mishima desde pequeño sufría graves manifestaciones alérgicas y, con frecuencia, presentaba señales de autointoxicación que hacían que su familia pensara que se iba a morir. «Las personas contemplaban mi cadáver», escribe.

Algunos analizantes relatan que sufren perturbaciones en el cuerpo, que datan desde antes de hablar. Hay un goce no fálico en sus cuerpos. Para ilustrarlo podemos mencionar los siguientes ejemplos: fobia a la sangre unida a una transfusión sufrida en el momento del nacimiento; sentimiento de envenenamiento por la leche materna; eczema que no permite que el bebe sea tocado; anorexia en los primeros meses de vida; cuerpo desconectado y mal sostenido por el esqueleto, por el efecto de haber permanecido en una incubadora. En las otitis repetidas desde los primeros días de vida, podemos ver claramente la relación con la palabra como sonido.

Un síntoma que me parece que ilumina esa relación del sujeto con su cuerpo es el de las dificultades alimenticias durante la infancia. No son síntomas histéricos, ya que datan de una ausencia de investimiento en la imagen del cuerpo como condensadora de goce para el sujeto. Tampoco me refiero a los rechazos alimenticios que encontramos en niños muy pequeños para hacerse cuidar por el Otro. No se trata aquí de anorexia, sino de un rechazo a ingerir ciertos alimentos. Son síntomas que han sido tratados con dietas y medicación.

Sin embargo, los niños nos enseñan que están insertos en historias de luto, de muerte, de impases en la subjetividad materna para acoger un niño. No hay dieta para la pulsión de muerte. El análisis pone en evidencia un trabajo de extracción de algo mortífero del cuerpo y la construcción de ficciones que organizan esas experiencias correlacionándolas con síntomas posteriores que se presentan mejor para ser descifrados.

Comentando el relato de Sonia Chiriaco en Tel Aviv, Eric Laurent habla sobre el encuentro que ella tuvo con la muerte durante sus primeros días de vida. Ese encuentro, dice él, no puede ser considerado como trauma, como real, porque el sujeto no tiene recuerdo de lo que pasó. Dice Laurent que el trauma de la lengua es el que nos hace tener acceso a la vía del trauma.


Traducción: Laura Arias