Elvira María Dianno

EOL (Santa Fe)

Sinuosas rectas líneas, punto y trazo grueso entrelazan un alicaído orden simbólico con el rozagante imaginario de pantallas globales impactando directamente sobre cuerpos sometidos a tratamientos que los ajusten a modelos del mercado del diseño: maquillados, medicados, fragmentados, tatuados, botoxeados, saludables cual títeres y marionetas.

Borrar diferencias y marcas de emociones, tiempo, etnias, género, promete y cumple a medias la ciencia en edulcoradas versiones de nudos cuerpos de Agamben.

¿Si el síntoma no es sin cuerpo, qué es un cuerpo sin síntoma?

¿Qué aventurar del axioma cuerpos que hablan? Hablan, gritan, enmudecen.

¿Qué líneas nos permiten abrir camino en la maraña selvática de la ley que impera cuando el orden simbólico se derrumba?

Si lo real se desregula a tal punto que los cambios climáticos sorprenden porque la naturaleza ya no se somete dócilmente a predicciones ¿es lo real lo que cambia o devela lo ya sabido? Ignorábamos a sabiendas que la naturaleza era una lectura de lo real y asistimos al anuncio de su sometimiento a la ciencia -en todas las marquesinas- con sed de dioses. El plano mundo precolombino se revolucionó con más de un viaje y -al borde del agotamiento del que habitamos- nuevas promesas abren expectativas de colonización allende los cielos.

¿Estaremos en las preliminares de la conquista del espacio o en las postrimerías del planeta hundiéndose bajo chatarra y smog?

Mientras crece la creencia en el progreso, un agujero de ozono deja al descubierto un real sin ley y sin semblantes donde la violencia parece pillar por sorpresa una época que se esfuerza en doblegar cuerpos para que el malestar desaparezca, tranquilizándose -en laboratorios legales y clandestinos- con cannabis y antidepresivos y estimulándose con anfetaminas y clorhidratos. Sorprendidos por la ley de la selva, los chivos expiatorios van del talibán a Hollywood, de la Guerra de las Galaxias a Tarantino.

Éste en su film Django, sin cadenas muestra un cruel y refinado Di Caprio -amo blanco burlado en su buena fe- queriendo refrendar un contrato con un apretón de manos indicando que los contratos escritos pueden romperse si no se involucran los cuerpos. Ironía del director con la ley del Far West que pagaba recompensas por infractores dead or alive. «Mato blancos y me pagan por sus cadáveres», dice el protagonista.

¿De qué lado del agujero de ozono leer hoy los episodios de violencia y drogas – sin sexo ni rock and roll- diversos en cada latitud? ¿Es un real que insiste ignorado a sabiendas por amos y refrendado por voluntarias servidumbres, reservado para la crueldad de ambos y de siempre? De esto también da cuentas el film: ni amos sin secuaces, ni todos los amos son blancos. By the way, Tarantino -sacrílego- barra al amo y al KKK.

Fina y gruesa caligrafía escriben sobre dos reales bien conocidos por todos -gracias al psicoanálisis- por sus nombres artísticos: Eros y Thanatos. Desde albores de la Ley se pretende regular cuando odio y amor ponen sus garras sobre el cuerpo de otro sin Otro. Noticias y estadísticas hablan de una feroz bestia desatada haciendo de las suyas y su correlato de justicia por mano propia a la que remiten film y realidad.

Tarantino en su western antiesclavista -comedia de amor al fin y al cabo- de lo único que no da cuentas para nuestras cavilaciones es de las trapisondas de la ciencia al intentar doblegar un real más indómito que Jamie Foxx a los que sólo se ha conseguido enfurecer más.

Entonces ¿qué habla cuando el cuerpo habla, qué del Ello más allá de lalengua?