Samuel Basz
EOL (Buenos Aires)
En el corpus clínico de la medicina, el cuerpo habla. No solo en los signos que se obtienen del organismo, sino en la indagación semiológica que incluye un instrumento mayor: el interrogatorio. No deja de ser una solicitación al paciente para que hable; pero se trata de una demanda orientada a objetivar los síntomas del cuerpo, es decir a reducirlos –como conviene a la exigencia de cientificidad‒ lo más posible a su núcleo fisiopatológico.
Otras prácticas sociales (artísticas, adivinatorias, ideológicas, psicoterapéuticas) construyen, cada una a su manera, un código que permite saber qué es lo que dice el cuerpo que habla.
En el psicoanálisis el cuerpo no es un cuerpo que habla, pero quien habla en un análisis no lo hace sino con el cuerpo.
Y es aquí, precisamente en su articulación con el hablar, que conviene considerar al aire como objeto pulsional.
Objetando las objeciones de Jones, apoyando las intuiciones de Otto Rank en «El trauma de nacimiento»; valorando el significado fundante del ruaj, Lacan, especialmente en los últimos cursos del Seminario sobre la angustia, no deja de indicar la pertinencia objetal del aire.
Es necesario considerar su estatuto metapsicológico como núcleo real del Yo ‒corporal‒, y económico como objeto pulsional referido a un borde libidinal específico, para poder dar razón de que si el parlêtre no habla sin el cuerpo es al precio de producir al aire como objeto.
El lenguaje, en tanto estructura, es un verdadero aparato de goce que instala un régimen regulatorio con el que interviene a lalangue. Inscriptas en ese régimen, las cuerdas vocales vibran de placer trabajando para el amo estructurante…
La ganancia de satisfacción del ejercicio de lalangue es un resto irreductible que acompaña toda emisión de palabra. Toda emisión de palabra es pulsional en tanto hay satisfacción en la alteración, en la interrupción, del ritmo respiratorio basal (en silencio y en reposo), que necesariamente acompaña el hablar.
Ese ritmo respiratorio intervenido por el ejercicio efectivo de la palabra hablada es la condición de estructura para que ese ritmo esté disponible para ser afectado por lo simbólico y lo imaginario.
El suspenso del thriller, el del jugador en el casino, el de la espera de una inminente interpretación del analista, el suspenso ligado al diálogo amoroso, testimonia del estatuto del aire como objeto (en el suspenso se «corta el aliento»).
Las fantasías de emparedamiento, la excitación sexual con apnea provocada, las claustrofobias, las descargas satisfactorias del bostezo, los fantasmas de ahogo, el suspiro, el aliento vital, el soplo vital, el uso del ahogo en las prácticas de tortura, la angustia concomitante de la disnea y la disnea concomitante de la angustia… siempre implican, para el psicoanálisis, acontecimientos de cuerpo.
El aire, captado en su condición de objeto es un resto de la operación metafórica por la que el organismo es sustituído por el cuerpo, y se inscribe como objeto de angustia haciendo que el hablar, la emisión de voz, no emerja sino de un cuerpo libidinal.
Este es el cuerpo que el sujeto puede tener, el cuerpo con el que se habla y se goza donde los acontecimientos de cuerpo pueden no ser una variable dislocada y tormentosa del organismo.