Ennia Favret
EOL
1- El cuerpo: El cuerpo lacaniano es primero imaginario, el valor fálico de la imagen del cuerpo, la completud especular que se establece sobre un clivaje entre el cuerpo real y la imagen, aludido con el término “dehiscencia”, extraído de la botánica, para hablar de la falla, la partición.
“El cuerpo se introduce en la economía del goce por la imagen del cuerpo. La relación del hombre con su cuerpo, si algo subraya muy bien que es imaginaria es el alcance que tiene en ella la imagen” [1]. En ese texto Lacan habla de la consistencia imaginaria, término que invita pensar un imaginario anudado de modo borromeo y esto tiene consecuencias. “Tengo un cuerpo” y no “soy un cuerpo”.
2- Lo cosmético: Si googlean “lo real”, ¡la primera respuesta que encuentran es l’oreal! Tal vez no debería sorprender que lo primero que sale al cruce antes de toparnos con lo real es algo del orden de la cosmética. Marca de masividad internacional que no busca solo homogeneizar el producto sino el consumidor. El mercado propone el estándar y la ciencia lo hace posible.
Desde la doble perspectiva de la etimología de Kosmos (vertiente griega y romana que subraya el mundo y lo inmundo) consideramos cosmético tanto a aquel tratamiento dado al cuerpo que cubre la castración con el velo de la belleza como a su opuesto, lo que desnuda, desvela.
Cuando la cosmética vela la castración, está articulada a una falta. Pero si la imagen es de una perfección sin fisuras, entramos en una dimensión diferente, es una cosmética paradojal: Lera Lukyanova modeló con intervenciones quirúrgicas su fisonomía hasta ser una Barbie de carne y hueso.
Se trata de un goce desregulado, tanto en la búsqueda de una proporción perfecta que termina pareciéndose más a lo muerto que a lo vivo como en el exceso de desproporción que muestran las deformaciones.
3- De “cosmetizar” el cuerpo al cuerpo como cosmético, producto: La tradición académica creía en la existencia de un cuerpo perfecto, ideal de mesura, transgredido y denunciado por las prácticas del Body Art, a partir de los 70.
Los cuerpos marcados, tatuados de acuerdo a ciertas reglas, se corresponden con la idea de un cuerpo simbolizado; no ocurre lo mismo con intervenciones en las cuales un imperativo superyoico roza la infinitización. Son tatuajes y escarificaciones que tienen un estatuto diferente, no solo se trata de querer sobrepasar o modificar los caracteres biológicos heredados sino que no están articulados a sentido alguno.
Santiago Sierra traza un tatuaje: “una línea de 250 cm. sobre 6 personas remuneradas”; seres anónimos que aceptan una marca permanente en sus cuerpos. El artista trata el cuerpo como mercancía, un material para la creación.
4- Del velamiento de la castración al intento de eliminar lo imposible: La distancia temporal que hay entre el bello cuento de N. Hawthorne, “La marca de nacimiento”, del 1800, donde eliminando la singular mancha se elimina la vida y la actual película El tiempo de Kim Ki Duk, no hace más que evidenciar la permanencia de los desesperados esfuerzos a los recursos científicos para volver posible el imposible de la relación sexual.
5- De la transgresión al desorden de goce: La preformidad, muy de moda en los 70, mantiene su actualidad, poniendo la noción de “acto” en el centro de su discurso. El acto requiere, como en el psicoanálisis, la presencia de un cuerpo, su materialidad.
Cuando Orlan, en mayo del 68 propone “yo soy una hombre y un mujer”, este intento de borramiento de lo imposible aparece luego en sus intervenciones corporales. Denuncia los patrones de belleza construyéndose un cuerpo como quien hace una escultura: “mi trabajo está en lucha con lo innato, lo inexorable, lo programado, la naturaleza, el ADN, se trata para mí de empujar el arte y la vida hasta sus extremos”.
Fueron prácticas que intentaban denunciar los cánones de belleza y el arte como mercancía, marcados por un intento transgresor. Actualmente nos encontramos con prácticas artísticas cuyo intento ya no es transgresor sino que evidencian el desarreglo del goce, el desarreglo de la sexualidad. Lo indecible se muestra: “el arte para otra cosa”.
Es paradigmático de ciertas prácticas artísticas que tienen el cuerpo como protagonista principal lo dicho por Gérard Wajcman de la fotografía de Nan Goldin: “es una gran artista del malestar en el goce, del desorden del amor (…) las imágenes han perdido todo su brillo (…) es la hora del falo reventado: caído, marchito. Ni feas ni provocativas, ni repulsivas, ni excitantes: simplemente verdaderas”.
El analista opera en esa hiancia indemne a cualquier cosmética:”Hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo (…) de eso se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho mas con lo real que los científicos. Solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir a poner el pecho todo el tiempo” [2].
* Integrantes del grupo de trabajo: Marcelo Barros, Gabriela Basz, Juan Bustos, Marisa Chamizo, Guillermo Lopez, Silvia Vogel y Diana Wolodarsky.
- Lacan, J., “La tercera”, Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs. As., 1991, p. 91.
- Lacan, J., El triunfo de la religión, apartado “La angustia de los científicos”, Paidós, Bs. As., 2006.