Por Valéria Ferranti
En la contratapa de los Escritos encontramos la afirmación de Lacan que introduce al psicoanálisis en el debate de las Luces. Es en el seno de este debate que la infancia cobra estatuto de edad diferenciada de los adultos, momento en que la fragilidad de los pequeños cuerpos se vuelve evidente e innumerables medidas de protección son diseñadas. Cuidar ganó estatuto de amor y cuanto mejor cuidado más amado.
La naturalización del amor surge conjuntamente con una naciente disciplina: la demografía. Contabilizar los habitantes era necesario para dimensionar la capacidad del Estado en ocupar nuevos territorios. Este fue el primer movimiento –Iluminado- en dirección a la protección construyendo así el binomio amor-protección, empujado por el valor mercantil agregado a la infancia.
Desde entonces, los especialistas «deliran» intentando hallar cuál es la mejor manera de educar a la prole –y el mercado editorial sabe muy bien unir deber y culpa. En algunos siglos pasamos de lo que hoy llamaríamos abandono –como decía Montaige: tuve cuatro o cinco hijos, no sé bien, no me acuerdo- a la protección y su variante, la superprotección. Lo que queda elidido en los manuales es que un niño puede dar cuerpo al goce de los padres. Es esto lo que interesa al psicoanálisis.