Por Cristina Drummond
Si hoy asistimos a padres que organizan los mínimos detalles de la vida de sus hijos, con la intención de protegerlos de la castración, y no les dan oportunidad de responsabilizarse por sus vidas es porque en nuestra contemporaneidad, el niño se convirtió en su objeto de goce.
Estos padres no aceptan que la escuela sea un lugar que tenga leyes propias y les disgusta estar todo el tiempo interfiriendo o tomando el lugar de maestro de los maestros. Tal comportamiento cada vez más frecuente, llegando hasta el uso de cámaras en las aulas y en las guarderías, evidencia que vivimos en una sociedad de la vigilancia cuyo imperativo es cada vez más universal.
Como consecuencia, la autoridad paterna y aquella de la lengua donde cada uno puede inscribirse, hacer uso, y dar lugar al deseo de saber, se ven cada vez más borradas.
Felizmente, el inconsciente habla por la boca de los niños y gracias a ello hay oportunidad para que los padres no se reduzcan, en su afán de orientar y escoger por sus hijos, a ser simples utilitarios.
Utilitario, como dice un padre analizante, es aquel que transporta a su hijo, paga sus cuentas, pero cuya palabra no tiene valor. Así Juan, después de revisar varias veces si había guardado en la mochila, siguiendo la insistencia de la madre, los ejercicios fundamentales para no perder el promedio, decide verificar una vez más… y de esa manera consigue dejar tales deberes por fuera… del capricho materno.