La clase del fragmento extraído corresponde a los prolegómenos de Lacan para introducir la célebre fórmula de la metáfora paterna. Allí se propone situar las cosas de las que hablamos todos los días, y de las que nos hacemos un lío que termina por no molestarnos siquiera. Así lo dice. Por lo tanto, respecto de la función del padre no critica sólo al ambientalismo psicoanalítico sea el de antes, sea el de ahora, el cual siempre calibra su alcance en lo concreto según el padre de la realidad, incluso aún, cuando contemple su incidencia en la familia. Cuestiona también punto por punto las cosas que él mismo había dicho y que repetimos habitualmente a propósito del lugar del padre en el Edipo.
¿Qué es el padre? ¿Es el agente de la castración, el que prohíbe la satisfacción fálica? No. Sería más fiel con la clínica cotidiana decir que eso es función de la madre, y no hay mejor demostración que el caso Juanito. ¿Que en la medida en que encarna su función simbólica es separador del niño y la madre? De ninguna manera. Porque ese ejercicio se apoya en el derecho sobre ella y procede como el legítimo dueño que viene a desalojar al ocupante. Ese padre para el niño no va a intervenir sino a título de rival, o sea, en una operación que se da enteramente en el registro imaginario, tanto es así que lo llama padre frustrador.
¿Que ocupa el lugar del ideal por el cual se hace preferir a la madre? Tampoco, si ese fuera el caso ¿cómo explicaríamos el Edipo negativo? ¿Y los títulos en el bolsillo que provenían de él y autorizaban la identificación sexual? Eso es lo que menos cierra para Lacan y se comprueba cuando la neurosis estalla. Hay algo que falla en nuestras explicaciones, nos dice. Hay que leer para creer. Como es su estilo, Lacan pasa la escobilla antes de proponer su solución. Es necesario que la revisitemos para que los enredos en nuestros propios asuntos, al menos, comiencen a molestarnos.