Hector Gallo (NEL)

El término alteridad denota que no todo en la vida psíquica entra en relación con lo armonioso, familiar y cercano. Cuando Lacan se ocupa de diferenciar el Otro con mayúscula –el lugar del inconsciente- del otro con minúscula, con el cual se entra en una relación de espejismo, evoca la palabra alteridad para denotar que el yo no perdura a través del tiempo idéntico así mismo. El yo está sometido a cambios de acuerdo con las contingencias de la vida y no se constituye como un ser altruista, amoroso y comprensivo, sino que lo caracteriza primitivamente el odio, más la competencia agresiva y una rivalidad esencial. Esto «deja su marca en toda especie de discurso sobre el otro con minúscula, sobre el Otro en cuanto tercero, sobre el objeto».[1]

El «yo humano es el otro, y al comienzo el sujeto está más cerca de la forma del otro»,[2] que se constituye en su centro en tanto le brinda su unidad, «que del surgimiento de su propia tendencia».[3] O sea que en principio estamos más cerca del otro especular que de nosotros mismos. Con respecto al abordaje más primitivo del objeto por parte del niño, nos dice Lacan que le interesa únicamente como «objeto del deseo del otro». Se deduce que hay una alteridad primitiva incluida tanto en el yo como en el objeto del deseo, «por cuanto primitivamente es objeto de rivalidad y competencia».[4]

La base enunciada de rivalidad y competencia instaurada en el fundamento del objeto, es lo que se espera superar mediante «la palabra, en la medida en que concierne al tercero,[5] y evoca el pacto, el acuerdo y el entendimiento. A la luz de estas anotaciones sobre la alteridad, podemos introducir la siguiente hipótesis sobre la violencia escolar: que es para el niño violentado una evidencia de su desencuentro con aquellos pares que representan para él una alteridad radical.

Un acosador encarna el odio, la rivalidad y la competencia, anda por ahí en una búsqueda incesante de confrontación y siempre encuentra niños que se conducen en el espacio escolar y social como «perros malratados». Para un «perro maltratado» el silencio no es una astucia sino signo de inhibición, soledad y exilio. Mientras el acosador arma una perorata y expande su discurso en el cual alardea, se muestra satisfecho y mortífero, quien es forzado a asistir a esta escena en calidad de «perro maltratado» muestra temor y temblor. Se trata de un ser que se dispone de entrada a asumir la posición de vencido, pues no deja de mirar al piso, no soporta la mirada amenazante y retadora del otro y no hace uso de la palabra para hacerse escuchar.

Al niño acosado le falta astucia para saber qué hacer con la alteridad que representa el otro, es poco listo, no sabe nada de la farsa y la marrullería. Es un ser que si se resiste a los mandatos del amo lo hace sin vehemencia y así su desacuerdo se reduce a pequeñas pataletas. El niño acosado carece de un Otro que para él sea referencia, alguien con quien logre entrar en un pacto de autoridad, confianza, compañía, seguridad y solidaridad. Vive confrontado con «una falta de puntos de referencia»[6] y esto implica quedar introducido en un espacio desestructurado que lo sacude y hace vacilar

El pacto es necesario en la vida del niño ya que «La dialéctica del inconsciente implica siempre como una de sus posibilidades la lucha, la imposibilidad de coexistencia con el otro».[7] Es porque el punto de partida de esta lucha a muerte primera y esencial, «es mi alienación en el otro», que la sola entrada en el deseo implica ya cierto masoquismo. Este rasgo masoquista trae consigo el riesgo de que en cualquier momento de mi historia, a causa del encuentro con la alteridad encarnada por los otros, caiga en «posición de ser anulado porque el otro no está de acuerdo».[8]

El acosador busca anular subjetivamente al niño acosado y es como si le exigiera salir del mundo, de ahí que lo haga encerrar en sí mismo y logra que la escuela pase de ser un lugar lúdico y de aprendizaje a ser una pesadilla. Desde el lugar de resto caído, no hay cómo servirse de la palabra como pacto, pues el pacto apunta a asegurar el reconocimiento de forma civilizada, sin necesidad de acudir al cuerpo a cuerpo. También apunta a que se admita la coexistencia en un mismo lugar de dos elementos diferentes y a que se renuncie voluntariamente a apoderarse del objeto del deseo del menos fuerte.

El acosador representa una incógnita para el acosado, se constituye en un amo diferenciado del semejante con respecto al cual no le queda otro lugar que el de un desecho. Esta incógnita que define la alteridad del Otro es lo que desde el lugar de «perro maltratado» es imposible descifrar para poder enfrentarse con éxito al verdugo.

NOTAS

  1. Lacan, J. El Seminario, libro 3Las psicosis. Buenos Aires: Paidós. 1984, p. 61.
  2. Ibíd.
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Ibíd.
  6. Laurent, E. El reverso de la biopolítica. Buenos Aires: Grama. 2016, pp. 213-214.
  7. Lacan, J. El Seminario, libro 3Las psicosis. Op. cit., p. 62.
  8. Ibíd.