Por Lucila Maiorino Darrigo

Escuché de un analizante: «la única cosa común entre los seres humanos es que somos todos hijos». Sí, verdad irrefutable. No es posible ser causa de sí mismo.

Somos todos hijos de un malentendido. Malentendido originado de esta verdad incurable: la relación sexual no existe. Troumatismo que funda a cualquier parlêtre. Lacan nos dice que traumatismo, solo hay uno: el hombre nace malentendido.[1] Con Laurent seguimos: «En este fallo particular en el encuentro entre los sexos -y no importa si son o no del mismo sexo-, y el deseo de niño, eso siempre será como el encuentro del paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección».[2]

Una vez que nacemos e incluso antes, el cuerpo ya está inmerso en este caldo que es el lazo familiar que, a su vez, se estableció para responder al real del malentendido que fue cada uno de estos parlêtres que componen la familia.

¿Quién soy yo?

Es del lugar del hijo que se toma la palabra en un análisis. Inevitable y necesario. Hay siempre algo a ser resuelto en los vínculos familiares pues ahí está la fuente de los infortunios de cada uno.

Los analistas escuchan las novelas familiares, ¡por cierto! Pero siempre orientados por el inconsciente como fundado por este malentendido.

NOTAS

  1. Lacan, J. (marzo/2016) «El malentendido», Opción Lacaniana. Revista Brasilera Internacional de psicoanálisis 72, São Paulo: Eolia, p.10. Clase del 10/6/1980 de su Seminario. Publicado en francés en Ornicar? Nº 22/23, Lyre, París, 1981, pp. 11-14.
  2. Laurent, E. (2010), «El niño como real del delirio familiar», Psicoanálisis con niños 3. Tramar lo singular, Buenos Aires: Grama, p. 22.