Por Marita Hamann (NEL)

Detrás de este proceso se encuentran la ciencia, la lógica y el amor, dice la nota. El papel de la ciencia, lo sabemos, es el de elidir lo imposible; el del amor, ¿se refiere al amor sexual, ¿al amor filial? Lo ignoramos. Como fuere, el amor de los padres por su bebé (y no solo ese) tiene raíces en el narcisismo. ¿Qué es lo nuevo entonces? Lo nuevo y ya no tanto, es que la paternidad se ha desligado del sexo. ¿Y qué es lo escandaloso? ¿La lógica fría que soslaya lo que parecería incestuoso? ¿O el modo en que se evidencia el etnocentrismo que, tal como cita S. Cottet,[1] hace que la familia occidental se encuentre obsesionada por los lazos sanguíneos?

Es a propósito de esta nota que he recordado ese valioso aporte de Cottet. Allí recuerda otra lógica: que lo real del padre (el espermatozoide o, en este caso, el óvulo) es absolutamente fundamental. Lo simbólico no alcanza para dar cuenta del mito del nacimiento, que involucra el goce del padre en cuestión y su herencia. «Un real que, por ser mítico, es más fuerte que lo verdadero. Esto no es necesariamente un argumento favorable al padre de sustitución o al significante suplente. ¿Un saber sobre el goce del padre no es el rasgo vivo que lo separa de su pura función simbólica?… Se trata allí de un problema de existencia y no de puro significante».[2]

NOTAS

  1. Cottet, S. (2006), El padre pulverizado, Virtualia 15. Extraído 15 de noviembre de 2016, http://virtualia.eol.org.ar/015/default.asp?dossier/cottet.html
  2. Ibid.