Por Adela Fryd

Los autores describen este tipo de vínculo Madre-hijo aconsejando una salida de la trampa en la cual se encuentran «soldados» en su doble connotación por el lugar de cada uno y por lo solidificados que están en esa relación.

¿Qué suple este Otro controlador, cuidador, que funciona de Voz y Mirada?

En esta época donde el éxito fálico es imperativo, el Niño puede ser un yo ideal. Y una prueba para los padres en tanto artífices.

Este Niño-síntoma tiene relación con el deseo, no con el goce. Pero con el deseo materno, aquel sin faltas, que mantiene con el niño un amor consagrado, transformando a ese niño en un objeto sagrado.

Estas madres sienten su deuda, su temor a que sus niños no accedan a lo que ellas aspiran.

Hay limitación de goce porque el goce está cercenado por el lenguaje. Siguiendo a Lacan, es «Ese goce cuya falla hace inconsistir al Otro». Estos niños no se tutean con el goce. No aparece la pregunta «¿qué soy yo como ser viviente?» ¿Cómo hacen estas madres para hacer consistir al Otro? Madres con su imagen omnipresente crean un vínculo especular que «anula la no relación».

La crianza de la madre como Otro imperativo hace existir al Otro imaginariamente.

El Niño no pregunta, se acomoda y responsabiliza al Otro, no aparece la culpa ni la deuda. No hay deseo de saber; hay para los dos una jaula de deber y el cumplir como orientación.