Beatriz Udenio (EOL)
Es una casualidad que justamente al momento de dar forma a estas líneas un nuevo intento de suicidio de una estudiante platense de 15 años se haya viralizado por los medios de comunicación. Pero, como toda casualidad, nos invita a pensar sobre una causalidad en juego. ¿Cuál?
El denominado suicidio adolescente es un viejo tema, fuente de interrogantes, conjeturas, suposiciones, proposiciones, teorías científicas, psicológicas, antropológicas, sociológicas, obras literarias –como Despertar de la primavera: una tragedia infantil, relato de Wedekind, de 1891, comentado por Lacan en un escrito homónimo, lo que rubrica también el interés del psicoanálisis en el tema.
Pero la envergadura que toma hoy en día el asunto amenaza solapar sus interrogaciones, alimentándose más con la espectacularidad de un mundo organizado en torno a la amplificación de la comunicación y la transparencia.
De esto quiero hablar.
Nuestro mundo gira en torno de la cifra. El suicidio no se constituye en excepción. Porcentajes pormenorizados según años, lugares, edades, causales posibles u otras variables.
Desde el advenimiento de las redes sociales también es cuestión de números la llegada de información y la apertura de foros de intercambio y opinión a una cantidad inimaginable, creciente, de conectados intercomunicados. Y, por supuesto, la cifra resplandece a la hora de medir el rating que cada medio de comunicación obtiene minuto a minuto.
A nadie se le escapa que las redes se han conformado en la forma dilecta de comunicación de los «nativos digitales». Modo de lazo privilegiado por los mismos, se constituye en un mundo donde se puja por compartir, socializar y obtener un lugar entre pares. Vicisitudes habituales de los adolescentes, bajo nuevas vestimentas. ¿Qué pasa si en la puja sobreviene el sentimiento de quedar fuera de lugar? Las mismas redes pueden servir para compartir intentos de salida de ese campo omnividente. Desde esta perspectiva, un suicidio puede tomar la forma de recurso extremo para salirse de esa omnivisión. Fue Lacan quien dijo que consideraba el suicidio como el único pasaje al acto logrado. Adiós al otro que tanto atormenta.
Pero, ¿quién es este otro, cuál es su hábitat? He aquí una cuestión a desentrañar, que los medios de comunicación y las redes frecuentemente embarullan.
Para el psicoanálisis, ese Otro no es exterior, es íntimo, pero experimentado como extraño –de allí «éxtimo». Así que desconectarse de ese Otro es más bien una desconexión con algo íntimo, que atormenta.
Hay productos dados a ver de modo masivo, tal como la serie 13 reasons why, donde se ofrece una lectura del suicidio de una joven adolescente, Hannah, a partir del planteo de poner al descubierto que son otros los culpables de esa decisión y forzarlos a asumir esto. En los 13 casetes que la joven deja el mensaje parece ser: «Voy a decirte lo que no supiste saber y hacer para evitar esto». ¡El Otro es inculpado desde el minuto 1 hasta el final! Tanto como el llamado burdo a identificarse con alguno de los personajes de una ficción que se desarrolla en un contexto que dista mucho de ser el de muchos jóvenes de nuestras latitudes.
¿Dirían Uds. que es este el modo de desvelar lo que rasga el suicidio de un adolescente?
Resulta paradójico. Según la invitación a comprometerse de modo cada vez más «transparente» que la sociedad propone, hubiera sido posible detener a Hannah sabiendo todo de ella, comunicándolo, y si Hannah hubiera compartido su malestar con muchos, con todos…
¿Es eso lo que llamamos responsabilidad de cada sujeto? No me parece.
Participa más bien del mundo que todo lo vuelve espectáculo y quiebra «la cuarta pared» para que entres en el juego, pero para adormecerte más. ¡Brecht se revolcaría con este uso de la pantalla!
El problema, entonces, no es el aumento de los suicidios, sino el estado del mundo contemporáneo. Ciertamente lleva a la tristeza, a la depresión, a la falta de anhelos, de ideales. EL deseo, aplastado, se vuelve cobardía moral.
¿Cómo responden los jóvenes? Con los recursos que pueden. Tratan de armar lazos, se preguntan, se enlazan de maneras que los adultos frecuentemente no entienden. Pero necesitan interlocutores que deseen acoger lo que ellos se preguntan.
A veces esto acontece. Y vale la pena. Como en un análisis. O como descubre la serie My mad fat diary. Pero no voy a hablar de ella. Simplemente, la recomiendo.