El estilo erotomaníaco del amor en una mujer no se refiere sólo a “es él quien me ama”, también a “es él quien me habla”. Así es como en mi análisis el goce del silencio había tomado ese tinte cómico de la erotomanía en la transferencia, bajo la forma de quiero que me reconozca, quiero que me diga. (…) Así, cuando el silencio ha quedado vaciado de la mirada, esa que ha trazado un destino de secretos, ya no se trata de esa lengua del Otro que me atemoriza y me representa y quedo más abierta a la contingencia. Es así como la soledad resulta sin Otro, y por consiguiente posibilita un nuevo lazo con otros, sintiendo gusto por lo extranjero. En una relación entre el arte de callar, que es también el arte de hablar, contando con esa traza inédita, resto fecundo, que hoy llamo la flor de mi secreto

Este sujeto decide iniciar un análisis pues no sabe cómo hacer con las mujeres, y en particular con una mujer. Por otro lado, nunca es la buena. Y cuando fue “la buena”, es decir, la esposa, fue la peor. Una verdadera pesadilla: queriendo evitar la falta, la castración, había elegido una mujer ocupada con el agujero de la forclusión. Él se encuentra rápidamente en un impasse radical –no poder dejar a una mujer (que él no ama) y no poder quedarse con ella

Es extraño decirlo, pero no adquirimos una deuda al ser amados. Con todo, contraemos una deuda cuando amamos a una mujer. Además, es imposible saldar la deuda infinita para con una mujer no-toda que se ama, una vez que el hecho de dar lo que uno no tiene, aquí significa volverse deudor permanente.

Así que, cuanto más el hombre intente amortizar la deuda con más amor, más deudor se vuelve. Lo interesante es que él reconoce esa deuda solo mientras cree en ese amor, visto que se paga siempre por aquello en lo que se cree, el sacrificio, el diezmo y la ofrenda verifican esa tesis. Con todo, el amor es infinito mientras dura, según el poeta

Pude ler, après-coup, que foi uma parceria devastadora, que não me possibilitou encontrar-me com meu desejo de mulher. Ele falava, brilhava e eu escolhia calar, provocando ainda mais a consternação mortificante do amor

Ser uma mulher do amor degradado  ̶  être une femme de l’amour bafoué  ̶  condensa a eloquência da voz sob a forma do silêncio e o excesso do olhar sob a forma do cuidado. Esta nomeação separa o sujeito e o objeto, faz cair o Outro: é o nome da abjeção do gozo

O sujeito, então, estaria mais feliz com o amor- sem o desejo- ou com o desejo- sem amar? Era essa sua loucura de fundo que subsistia. Com efeito, quanto mais desesperado por conciliar os objetos de amor e de desejo numa conjuntura estável e equidistante, mais fracassava

É preciso levar em conta, nos bastidores da reticências ao amor passional, possessivo e exclusivo, corria a via fantasmática: “deixar-se levar pelo Outro”, com episódios bem precoces na minha infância, seduzida por primos mais velhos, a ponto de ter engolido pílulas perigosas – remédios de minha avó, cedidas a mim com muita gentileza por um deles

Um equívoco da língua, que insiste em se apossar do nome da primeira analista, acaba por destacar o significante «cólera», designador, ou nome, do gozo sem sentido das mulheres de minha família – notadamente minha mãe e minha avó paterna. (…)      Com efeito, minha mãe é a própria encarnação do Outro mau, componente inerente à subjetividade de minha avó. Desde muito cedo, por conseguinte, não passou despercebido o ódio que minha avó alimentava contra a nora, minha mãe, e projetava sobre a neta do mesmo nome. A posição que se configura para o sujeito, nessas circunstâncias, é a de ser uma tela em que o outro lança um elemento insuportável dele próprio