CITAS

Precisamente, lo que usted recuerda, la palabra de Donna Williams, ¡es formidable! Una descripción común del autismo es que el autista se encuentra separado del Otro, con el que no tiene ningún contacto. Y resulta que tenemos a alguien considerado como autista, diplomada, reconocida que nos dice: “estoy buscando este Otro paradójico: un guía que me siga.” Me parece que, efectivamente, tendríamos que escribir esto en las paredes de los locales en los que se debaten este tipo de discusiones sobre la transferencia en el autismo y la psicosis, donde ciertamente no es evidente que haya una transferencia. Pero sujetos como Donna Williams —y también otros que cada vez tienen un carácter excepcional— muestran que un sujeto autista introduce un lazo muy particular con el otro. Sea este una persona, la pantalla, los centros de interés. A partir de aquí tenemos la posibilidad —si uno lo hace de la buena manera—, es decir, nunca anticipándose sobre el sujeto, sino más bien estando en la posición de “ser la guía que sigue”.

Laurent, E. , El Uno Solo Revista Freudiana 83, Barcelona 2018. Extracto de entrevista realizada por La comisión de la sección de entrevistas de Freudiana, llamada Signos de interrogación —Marta Berenguer, Claudia González, Erick González y Howard Rouse (HR)

He reparado en el final del análisis la soledad radical que es la mía –estar solo-, me reenvía a otra posición, la de hacer de la soledad un punto de apoyo. Me apoyo entonces en los otros- Unos solos, todos solos y nosotros hacemos juntos la ruta

Laurent, D. , Ese cuerpo que llevamos a análisis Revista Lacaniana nº24, (2018 ) p. 146

Por falta de conocimiento me tomó mucho tiempo dejar de esconderme y aprender a amar y conocerme a mí mismo. Sin embargo, hoy puedo decir que me siento orgulloso de ser aspergiano” John E. Robison, Look Me in the Eye: My Life with Asperger’s. Tree Rivers Press 2008, p. 2.

Temple Grandin y Margaret M. Scariano , Atravesando las puertas del autismo. Una historia de esperanza y recuperación. Paidós p 34,35. 1986.

Hubiera dado cualquier cosa por ser amada, por ser abrazada. Al mismo tiempo evitaba el contacto excesivo, como en el caso de mi tía obesa y demasiado afectuosa. Recibir sus demostraciones de afecto era para mí como ser engullida por una ballena. En cuanto a la maestra, el solo hecho de que me tocara me hacía encoger de miedo y dar un paso atrás. (…) Era como si una puerta de vidrio corrediza me separara del mundo de amor y comprensión humana. (…) Solo pasados los veinte años fui capaz de estrechar la mano de otra persona o de mirarla directamente a la cara