CITAS
Liberarse de las cárceles del goce, es para cada AE una salida singular. Por mi parte, fue una creencia sostenida en la idea de que la llave estaba en un único objeto a. Esa llave que mientras hubo amor para analizarme, funcionó en las idas y vueltas. Con ese objeto a abría y cerraba la puerta de mi análisis, análisis que funcionó hasta que se liquidó al sujeto como tal. Lo que pasa después de soltar la llave del amor es un alivio. Despojarse del peso de la indignidad que me parasitó limitando el sentido con el que bordeaba el vacío de mi trou-matisme, es un tema que en la interlocución a mi Primer testimonio Marie-HélèneBrousse sitúo al percatarse que los sueños del final de mi análisis estaban todos –no son tantos–, relacionados con el psicoanálisis y con la Escuela
Entre tantos nombres de lo imposible, la analista fue aquella que, en algún lugar entre tierra, cielo y mar, hizo a la pena volar. Y el goce de la pena que brillaba en el amor mortal e intransigente, voló. Hoy, no-toda en posesión de la pluma de oro, con ella me dejo y escribo. Y como el mar no se vacía y el amar no se liquida, resta un a-mar como destino, un modo de decir de un sinthoma que por fin se decanta y con el cual voy aprendiendo a convivir. Y por fin llegar a mi puerto de llegada: voz/s!
Esta fase, así resumida, permite tener una idea de lo que se trata de obtener al final del análisis, a saber, que debajo de las máscaras de la transferencia de amor o de odio, de lo que se trata es siempre de un resto. Este resto acontece al término de la relación de transferencia
Nunca hasta ese momento la hiancia entre autorizarme en la práctica del psicoanálisis, y dar pruebas de ello en un registro colectivo, se había hecho sentir. El primer efecto del Otro de la Escuela, si lo tengo que resumir en una fórmula, es: ser practicante y tener análisis no es suficiente para estar en una institución de enseñanza y transmisión del psicoanálisis. Algo hacía obstáculo a la transferencia de trabajo y a ofrecer las pruebas de mi deseo del analista en la Escuela. Ese obstáculo era el amor de transferencia como resto de identificación al saber
En este movimiento que va del amor a lo pulsional, el recorrido de un análisis llevado hasta el final, permite demostrar que el fundamento de la transferencia no es tanto el amor sino la pulsión y que el amor la reviste con sus encantos para desconocer la condición de goce que la determina
Es que el analista encarna una instancia que puede hacernos amables y a la vez culpables, a propósito de lo cual Lacan formuló que “El amor es, en el fondo, la necesidad de ser amado por aquel que podría hacerte culpable” (…) fórmula del amor que se aplica más a la transferencia que al amor romántico, ya que, aún sosteniendo que no hay relación sexual, se puede decir qué hay reciprocidad en este último
O olhar estava ligado ao amor pelo pai, eu dizia: “com meu pai, nos entendemos com o olhar” ̶ alimentando assim a não necessidade de falar. Seu olhar azul me acalmava. Também buscava no “olhar esquivo” do analista algum signo de amor
Ganhei certo saber fazer com a solidão do Um e pude consentir com o real do amor
Como nome irremediável da divisão e à medida que aponta para o lado intratável da cisão entre o amor ̶ confundido com a renúncia pulsional ̶ e a fantasia, o “esquartejado” passou a conotar o sinthoma
Diante do gozo traumático, pouco adianta o imperativo da impostura do masculino, pois, o que conta é que a resposta amorosa, contingencialmente, se apresenta como separada do engodo viril
Não basta o orifício do corpo para fazer o vazio próprio do laço amoroso. Assim, se a experiência do final de análise promove maior abertura para o amor, o falo “móbil” aflora como verificador da dissolução da relação rígida entre a fantasia e a pulsão. Esse falo verifica que apenas maior afinidade e consentimento como o vazio da pulsão são compatíveis com o ‘saber fazer’ com o amor
É preciso amar a aventura da transferência ̶ é o ponto de partida para um analisante lacaniano. Não esperar a escuta religiosa do analista
En se instante entra el cirujano quien […] dice: ‘Hágalo suavemente. ¡Hay que manejar eso con dulzura!’ Me lanza una mirada cómplice y sale. Quedé agarrado a esa mirada y a la dulzura del rostro de quien, a la vez corta y pacífica. Esta escena guardó para mí el valor de un anudamiento. Ese rasgo de dulzura lo encontré también sobre el rostro de Lacan y el de mi último analista; participa de la transferencia