CITAS
Es indudable que el hombre no piensa de la misma manera acostado que de pie, aunque sea sólo el hecho de que en esa posición acostada que hace muchas cosas, el amor en particular, y el amor entraña todo tipo de declaraciones. En la posición acostada, el hombre tiene la ilusión de decir alguna cosa que sea del decir, es decir que importe en lo real”.
(…) El acto de amor es eso. Hacer el amor, tal como lo indica el nombre, es poesía. Pero hay un abismo entre la poesía y el acto.
El aporte del discurso analítico es que hablar de amor es en sí un goce, y quizá, después de todo, esa es tal vez la razón de que emergiese en un punto dado del discurso científico.
No hay otro trauma de nacimiento que nacer como deseado. Deseado, o no —de lo mismo da igual, ya que es por el parlêtre.
El parlêtre en cuestión se reparte, por lo general, en dos hablantes. Dos hablantes que no hablan la misma lengua. Dos que no se escuchan hablar. Dos que no se entienden, sin más. Dos que se conjuran para la reproducción, pero de un malentendido cabal, que vuestro cuerpo hará pasar con la dicha reproducción
(…) para amar es preciso hablar, el amor es inaccesible sin la palabra (…).
El diálogo de un sexo con el otro es imposible, suspiraba Lacan. Los enamorados están de hecho condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro, a tientas, buscando las claves, siempre revocables. El amor, es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe.
Lacan lo remarca con este punto: la relación a la falta en el Otro que habla en el lugar del lenguaje; en el lugar en que se articulan palabra y lenguaje la última palabra sobre el amor faltará . Frente a esa falta, de un lado, lado masculino, está el objeto del fantasma, y del otro, lado femenino, se trata de lo que vendrá al lugar en el fin (…).
No hay decir que no tenga su raíz en un discurso; si haiuno, impronta de goce, vino del Otro. Que el amor sea apasionante implica exponerse a un juego en el que uno, sin saber, es activo a partir de las reglas de su decir.
La prohibición de hablar el (idioma) árabe no era del todo inconsciente. Sabía que aprendí a entenderlo, sin hablarlo, por curiosidad de saber lo que mis padres hablaban entre ellos para no ser entendidos, pero fue en el psicoanálisis que descubrí su nombre: Edipo. Tampoco sabía que se trataba del idioma (la lengua) del no hay relación sexual…
Cuando se toma entonces el punto de partida en el goce, en el se goza, entonces la palabra de amor se torna enigmática, pero se ve bien ahora su nuevo valor, de permitir enlazar el goce a los circuitos del sentido, enlazar la pulsión al Otro.
(…) si el goce del Otro no es signo de amor, el amor es el sentido que puede orientar al goce a pasar por el Otro. Ya no es el amor velo de la pulsión, es el amor que enlaza la pulsión al Otro, lo que constituye ya otro estatuto del amor.